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Adicción al porno

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Desde las Venus paleolíticas a los futanaris del hentai nipón, el ser humano no ha cejado de plasmar y de dar rienda suelta a sus pulsiones e inquietudes sexuales. No obstante, cualquier entendido en la materia podrá atestiguar que, de las tallas en huesos de mamuts a las pantallas en HD hemos ganado mucho, muchísimo. Las posibilidades de goce y de disfrute son infinitamente mayores. ¿Alguien lo duda? No, ¿verdad? Pues los riesgos puede que también lo sean. Veámoslo.

Paleoporno

 En el caso del arte se cumple al 100% la “Teoría de la recapitulación” según la cual la ontogenia (el desarrollo de un organismo) recapitula la filogenia (el desarrollo de un grupo de organismos). Y al efecto, únicamente tienen que darle ustedes su primer bote de pintura en spray a un chaval de 10 años para comprobar que lo primero que dibujará será una polla y lo primero que escribirá será la palabra «puta» (pónganse ustedes como se pongan, pero es así) y, si es espabilado, lo segundo será «fuck da police», luego, para despistar a la poli es probable que, como mi hijo de cinco años, añada: «ha sido mi madre», ja, ja, ja. Y el caso es que los restos arqueológicos indican que, más o menos, eso mismo es lo que vinieron a hacer nuestros ancestros: pintar y tallar vulvas femeninas, macropenes, venus exuberantes… lo de los bisontes y esas cosas tan traídas y llevadas vino después, muchísimo después.

Porno clásico

 Como después, con el surgimiento de las grandes civilizaciones, vino el refinamiento en las artes pictóricas y escultóricas. Mesopotamia, Grecia, Roma, China, India, los Imperios inca y azteca… todos fueron prolijos en la creación de obras artísticas de contenido erótico, sexual y pornográfico.

Más adelante, con la implantación de los monoteísmos, vinieron a imponerse bien la censura pura y dura (caso, por ejemplo, del Islam y su prohibición de reproducir imágenes humanas), bien el tabú y sus respectivas parafilias (caso del cristianismo y su iconografía plagada de angelicales vírgenes y de virginales ángeles, ellas y ellos, eso sí, siempre bien agraciadas/dos).

Porno moderno

 Y de este modo, con más gloria que pena (ahí quedan el Kamasutra, la Casa de Venus de Pompeya o las gárgolas eróticas de la oscura Edad Media), resulta que descubrimos la fotografía. Y, de nuevo, tardamos cero coma segundos en empezar a hacer fotos a cuerpos desnudos y a parejas haciendo “el acto”. Con la llegada del cinematógrafo el cotarro empezó a animarse de verdad. Realismo. Movimiento. Pibones y pibonazos. Bastó que llegara la revolución sexual y luego el capitalismo feroz para que, definitivamente, se abriera y democratizara el mercado: porno para todos. El destape. El “landismo”. Interviú. Lib. Playboy. Canal + (aunque fuera en codificado… que había a quien incluso le daba más morbo). El video Beta. Los VHS. Los video-clubs. Las cabinas en los sex-shops. Playgirl. El PC. El DVD. Internet.

Ciberporno

 Aquí queríamos llegar: Internet.

Con el irrumpimiento del ADSL se produjo un giro de tuerca que lo cambió todo para siempre. Calidad, accesibilidad, intimidad, gratuidad, contenidos virtualmente ilimitados y continuamente actualizados…

El salto que se ha dado en, pongamos, estos últimos 5 o 10 años no tiene parangón alguno en la historia de la humanidad. Tanto que, incluso, hay quienes afirman que tan radical es dicho salto que ni siquiera estamos genéticamente preparados para hacerle frente.

Concretamente, un tal Gary Wilson ha tenido la ocurrencia de aplicar el modelo neurofisiológico de las adicciones al ámbito del ciberporno. Veamos lo que dice:

Efecto Coolidge

 El efecto Coolidge hace referencia a un fenómeno observado en la práctica totalidad de las especies de mamíferos (incluidos los Homo sapiens), en virtud del cual tanto machos como, en menor medida, hembras muestran un aumento de la disposición a mantener relaciones sexuales ante la presencia de nuevos compañeros receptivos.

El término proviene de un viejo chiste sobre Calvin Coolidge cuando era Presidente de Estados Unidos. Al Sr. y a la Sra. Coolidge les estaban mostrando por separado una granja experimental gubernamental. Cuando la Sra. Coolidge accedió al área de las gallinas, advirtió que uno de los gallos se apareaba con mucha frecuencia. Le preguntó al encargado por la frecuencia de estos apareamientos y éste le respondió: «Docenas de veces al día». La Sra. Coolidge dijo: «Cuénteselo al Presidente cuando pase por aquí». Tras habérselo contado, Coolidge preguntó: «¿Con la misma gallina cada vez?». La respuesta fue: «Oh, no, señor Presidente; con una gallina distinta cada vez». Coolidge concluyó: «Cuénteselo a la Sra. Coolidge».

La dopamina y el circuito de recompensa cerebral

 En los mamíferos, el deseo y la motivación hacia el sexo están mediados por el neurotransmisor dopamina. Esta sustancia actúa en el llamado circuito de recompensa cerebral. Dicho circuito es el que dirige nuestro comportamiento hacia la realización de conductas que aseguran nuestra supervivencia y la transmisión de nuestros genes. Las dos principales recompensas naturales para el ser humano son la comida y el sexo. La función de la dopamina es, precisamente, la de buscar y motivar para la búsqueda de recompensas como el sexo y la comida. El sistema dopaminérgico es el que nos hace desear, querer, ansiar, buscar. El sistema opioide es el que nos produce placer y saciedad. La producción de dopamina, por lo tanto, surge, se produce y se ve estimulada ante la novedad, por eso el ciberporno es como una golosina para el circuito de recompensa cerebral. Vean, si no, este experimento:

A un grupo de hombres se les midió la reacción de sus penes ante una película pornográfica que fue visionada repetidas veces. El interés subjetivo y las erecciones fueron decreciendo progresivamente, hasta que en el visionado nº 18 todos estaban prácticamente noqueados. Se les mostró, entonces, una nueva película, y las reacciones volvieron a su punto de origen (las damas reaccionaron igual).

Con el porno por Internet, la novedad (otras personas, otras escenas, otros actos…) está siempre disponible, no más que a golpe de clic. Esto nunca antes en la historia de la humanidad había estado al acceso de casi cualquier hijo de vecino. Hoy en día, en cuestión de minutos o de unas pocas horas uno puede experimentar relaciones sexuales con más personas distintas que lo que nuestros ancestros cazadores-recolectores podrían disfrutar en toda su vida. Y en este punto, apreciados lectores, hemos de señalar que el circuito de recompensa cerebral, como tal, no distingue si quien tenemos delante o detrás practicando sexo es una persona de carne y hueso o un compendio de megapíxeles. No. Lo único que detecta es una descarga de dopamina que le dice que aquello que estamos haciendo es bueno para nuestra supervivencia y para la difusión de nuestros genes.

El ciberporno como superestímulo

 Los atracones de sexo o de comida no son sino un mecanismo surgido y mantenido por nuestros genes como ventaja evolutiva. Antaño y durante miles y millones de años, a nuestros ancestros les resultaba extremadamente valioso para su supervivencia poder superar las eventuales barreras de la saciedad cuando la ocasión lo permitía –lo cual no sucedía con mucha frecuencia-. De este modo, poniéndose puntualmente las botas comiendo o fornicando acumulaban grasas y nutrientes para períodos de escasez o diseminaban sus genes más allá del sábado sabadete de toda la vida con las parientas y parientes de la tribu.

Hoy en día, sin embargo, nuestro entorno y posibilidades han cambiado drásticamente. Tenemos acceso a más comida de la que podemos engullir y el antaño útil mecanismo del atracón ahora supone una grave amenaza para nuestra salud al ponernos en riesgo de sufrir sobrepeso y obesidad.

¿Y qué pasa con el porno en Internet? Pues algo parecido… Como ya hemos dicho, el circuito de recompensa cerebral no distingue personas reales de píxeles, percibe, simplemente, descargas de dopamina. Descargas que son perfectamente susceptibles de ser provocadas una y otra vez por los estímulos sexuales que aparecen en una pantalla de ordenador, con la peculiaridad de que la novedad y variación de dichos estímulos es, en este caso, ilimitada. De tal manera que, el cerebro –mediante el antaño útil mecanismo del atracón- nos induciría a inseminar o a ser inseminadas o inseminados una y otra vez por todo tipo de parejas. Clic. Clic. Clic… El porno en Internet sería un superestímulo para el que nuestro sistema de recompensa cerebral no estaría evolutivamente preparado.

Adicción

Es sabido que las sustancias psicoactivas que actúan sobre la dopamina y el circuito de recompensa cerebral pueden crear adicción. Se estima, no obstante, que únicamente un 10-15% de los consumidores terminan desarrollándola. En el caso del sexo, sin embargo, las cifras pudieran ser otras, en tanto en cuanto que, la comida y el sexo figuran, evolutivamente, en la cúspide de las necesidades e impulsos humanos, y las descargas de dopamina mediadas por estímulos sexuales novedosos e ilimitados pudieran resultar mucho más atrayentes e incontrolables para un mayor número de personas (al efecto baste considerar que, si hablamos de comida, frente al 15% de usuarios adictos a la cocaína, un 35% de los norteamericanos son obesos y un 70% tiene sobrepeso). Por lo demás, no podemos dejar de recordar que las drogas adictivas lo son, precisamente, porque imitan, magnifican o inhiben mecanismos cerebrales desarrollados para dar respuesta a recompensas como la comida, el sexo y la búsqueda de novedad. Tanto es así que, por ejemplo, la metanfetamina activaría exactamente las mismas células nerviosas en el circuito de recompensa que el sexo (me lo creo… por lo que, si al porno por Internet le añadimos buenas dosis de metanfetamina, las teorías de este señor empiezan a resultarme perfectamente creíbles), mientras que el solapamiento en la activación celular entre la meth y la comida o el agua (otros reforzadores naturales) es muchísimo menor.

Dicho esto, pasemos a mencionar que tanto la administración crónica de drogas adictivas como el abuso continuado de recompensas “naturales” (grasas, ejercicio aeróbico, azúcar, sexo…) produce una acumulación en el circuito de recompensa cerebral de DeltaFosB –una proteína que vendría a ser el interruptor molecular que pone inicio al proceso de adicción-.

Para el cerebro, el consumo excesivo de una recompensa vendría a ser una señal de que nos ha tocado la lotería y la respuesta, en consecuencia, viene a ser la de: «dale, sigue, ponte hasta las trancas mientras dure el chollo».

Con la indulgencia diaria en el exceso, la dopamina activaría la acumulación de DeltaFosB en el circuito de recompensa y con ello comenzarían a producirse una serie de cambios a nivel cerebral.

Sensibilización

 De una parte, las intensas experiencias porno-cibernéticas irán creando conexiones neuronales cada vez más robustas que, al ser empleadas asiduamente, terminarán por crear rutas neuronales directas y efectivas que cada vez se activarán más fácilmente, más rápido y ante más estímulos, hasta funcionar casi de manera automática.

Nuestro cerebro se habrá sensibilizado al porno y ante la mínima oportunidad se activará el mecanismo del atracón.

Insensibilización

 Así día tras día, hasta que el cerebro, saturado de descargas de dopamina, termina por decir: ¡Basta! Y empieza a reducir el número de receptores dopaminérgicos activos.

La presencia de menos receptores significa que el circuito de recompensa es menos sensible a las descargas de dopamina, lo cual se traduce en que los estímulos que nos rodean terminan pareciéndonos planos, sosos, aburridos, dejando de motivarnos y de producirnos deseos. Salvo, claro está, la ruta neuronal directa, rápida y efectiva que hemos ido creando a pulso: la del porno (o en su caso las drogas).

Tolerancia

 Cada vez haremos más uso de la ruta cerebral pornográfica a la vez que más insulsas nos irán pareciendo el resto de las posibles recompensas y placeres de la vida. Sin embargo, el acoso sin tregua a la vía dopaminérgica seguirá dando lugar a la progresiva desactivación de receptores cerebrales de este neurotransimisor, por lo que los estímulos pornográficos deberán ser cada vez más potentes. Al menos, deberán ser distintos, satisfaciendo la búsqueda de novedad y el efecto Coolidge y, asegurando, de este modo, renovadas descargas de dopamina. Se habrá producido el fenómeno de la tolerancia y el usuario irá administrándose “dosis más potentes” de estimulación sexual visionando nuevas prácticas, nuevos géneros, nuevas experiencias.

Y en este momento es cuando ya, definitivamente, estamos jodidos y enganchados o a puntito de cumplir de lleno los criterios de la adicción:

1 – Deseo incontrolado (craving).

2 – Uso compulsivo.

3 – Uso continuado a pesar de las consecuencias negativas.

4 – Incapacidad para controlar, disminuir o eliminar el uso.

En fin, esto, en muy resumidas cuentas, es lo que viene a decir el Sr. Wilson. De momento, parece ser que sus argumentos no cuentan con el apoyo y el consenso oficial del hampa de la drogabusología, pero hemos de decir que eso nos importa bien poco, puesto que lo mismo les sucedió antes a mil y una teorías que hoy son verdades incontestables. La cuestión es que, a nuestro juicio, el caballero plantea algunas cuestiones interesantes y en absoluto desencaminadas. Buena prueba de ello es el hecho de que, si no me equivoco, se animó a elaborar su modelo teórico a raíz de abrir una web sobre amor, sexo y relaciones personales y contemplar atónito como se veía inundada de personas buscando la ayuda y el asesoramiento -que no encontraban en ningún sitio- al respecto de su adicción al porno. Personas que referían todo tipo de problemas asociados a sus hábitos pornográficos, que solicitaban apoyo para abandonarlos, que se consideraban a sí mismas adictas… pero, «¡ay! resulta que no, que no admitimos adicción al porno como criterio DSM-V, así que lo que usted tiene será otra cosa».

La cuestión es que, a mi modo de ver, no deja de resultar curioso y chocante como, en el caso de las drogas, lo que le sucede a una minoría se nos quiere aplicar a la inmensa mayoría mientras que, en este caso y ateniéndonos exactamente a los mismos baremos (compulsión, craving, problemas asociados, síntomas abstinenciales, dificultad para controlar el uso, recaídas, etc.), pasa justo lo contrario: como la mayoría no estamos enganchados al porno, ustedes tampoco lo pueden estar, ja, ja, ja.

Sinceramente, no sé bien cuál será el estado de la cuestión en términos científicos (ni creo que nadie esté en condiciones de saberlo). Lo que sí sé es que ahí fuera hay una legión de personas –una minoría entre todos los usuarios de porno, no me cabe duda, pero igualmente son legión– que viven su relación con la pornografía de forma problemática, de una forma que, además, guarda muchas similitudes con la adicción a las sustancias psicoactivas.

Lógicamente, no se me escapa que el sexo es algo muy complejo que saca a flote y pone en juego de manera candente y abrasadora todas las dimensiones y recovecos más oscuros y bellos del espíritu humano (culpas, represiones, obsesiones, delirios…), con todo lo que ello conlleva a la hora de dificultar los diagnósticos y, de ser el caso, las intervenciones terapéuticas. Sin embargo, el ámbito de las drogas no lo es menos, y como en él, al final, todo se reduce a la cuestión de siempre, en este caso: Porn, Set & Setting, y en razón de estos factores, el que tenga la suerte de manejarse bien, se manejará bien, y el que no tenga tanta suerte será un usuario problemático e, incluso, ¿por qué no?, un enzarpao, un enganchao o un adicto, ¿qué más da cómo nos llamemos? El caso es que estamos aquí para ayudarnos, je, je.

Acerca del autor

Muchos años luchando en la sombra para que el cannabis florezca al sol.

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