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Charla policial sobre drogas

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Un diario publica un resumen de una charla de un policía a jóvenes de un instituto. De obligada lectura para quienes deseen conocer la perspectiva de un policía y los manidos tópicos al uso. La mejor frase: “No existe la marihuana terapéutica. Ningún médico la receta”.

Cinco jóvenes circulan por Pamplona. Un control policial los detiene y los agentes registran el turismo. Adosada con un imán a una parte oculta del vehículo, un agente encuentra una cajita de las utilizadas para guardar la llave de repuesto del coche. Pero dentro no hay ninguna, sino siete pequeñas pelotas envueltas en papel. El conductor asegura que nada es suyo.

“Cada bolita contenía 2 gramos de cocaína”, explica el policía municipal a la veintena de alumnos del IES Donapea de Pamplona que le escuchan. Aunque el estupefaciente estaba en su vehículo, al parecer no pertenecía al conductor. “El chaval se sentía impotente porque sus amigos callaban. Él les suplicaba: ¡Por favor, sois mis colegas, decid de quién es la cocaína! Pero nadie dijo nada. Ocurrió a principios de 2008”, añade el agente.

Su auditorio se queda sin palabras. Sólo un alumno acierta a decir algo. “A mí me pasa eso y no sé qué hago con mis amigos”, murmura. “Primero, comerte el lío”, le responde el agente. El policía pertenece al Grupo de Investigación, que, con una intención preventiva, acude a colegios e institutos para informar sobre drogas, peleas, armas prohibidas, teléfonos móviles, Internet… El objetivo de las charlas es mostrar la facilidad de verse envuelto en problemas y “de cometer delitos sin saberlo”.

Las dos horas de intercambio de opiniones entre el policía y los alumnos comienzan con interrogantes que lanza el agente. ¿Cuántas plantas de marihuana puede tener una persona para consumo propio?, ¿y cuánta cantidad de marihuana terapéutica? “Dos o tres plantas como mucho”, contesta un alumno. “Siempre que no estén en el balcón, que si no te las quita la policía”, añade otro. Error. “La marihuana es ilegal, así que no se puede tener ni una planta. Y tened en cuenta que no existe la marihuana terapéutica. Ningún médico la receta. Vamos a eliminar tópicos”, expone el policía.

Un porro: 10 cigarrillos

La marihuana está clasificada como droga blanda, igual que el hachís, porque los daños que provoca en el organismo son a largo plazo. En el lado opuesto se encuentran las drogas consideradas duras porque sus consecuencias son más rápidas (cocaína, heroína, speed). El principio activo de la marihuana (la sustancia que va a causar el efecto) es el tetrahidrocannabinol (THC): afecta al cerebro y origina falta de interés, desmotivación o pérdida de memoria.

“Fumarse un porro equivale a fumarse 10 o 15 cigarrillos de tabaco: las posibilidades de contraer un cáncer de pulmón aumentan un 15%”, indica el agente. Los alumnos se sorprenden. “¡Pero si la marihuana es una planta, es natural!”. El policía les advierte que es igual de natural que la heroína, la cocaína, la seta del campo alucinógena… “Y con ellas te puedes morir”. Les informa de que, al no utilizarse boquilla en los porros, los compuestos del cigarro (alquitrán, nicotina) que se mezclan con la marihuana y el hachís “pasan directamente a los pulmones”.

Decir no. Estas dos palabras se escuchan y leen en toda publicidad contra la droga. “Entiendo que es lo difícil porque decir no puede significar ser diferente. Y no es así: es lo más inteligente, es tener valor”. Les informa de que sobredosis significa que el cuerpo sufre una reacción adversa al introducírsele una sustancia. Y según esto, una muerte por sobredosis se puede producir al ingerir cualquier cantidad de droga. “Uno puede esnifar un gramo de cocaína y no ocurrirle nada y al día siguiente tomarse la mitad y morir por sobredosis”.

Matarratas adulterante

Como son sustancias ilegales, “ni se supervisan, ni pasan controles de calidad, ni análisis médicos, ni existen registros sanitarios, ni nada”. Además, hay que tener en cuenta las distintas sustancias con las que los traficantes mezclan la droga para obtener más cantidad, y por lo tanto, más dosis para vender. Cuando la policía incauta estupefacientes, los envía al laboratorio, donde se analizan. Allí se han encontrado como sustancia añadidas matarratas, yeso, cal, cemento, tiza o sustancias similares.

El proceso de producción de la droga no cumple ningún criterio de calidad. Nadie se preocupa de que el producto final tenga unas características determinadas. Todo vale. “Por eso las pastillas tienen distintas purezas a pesar de salir del mismo molde. Por ejemplo, nosotros decomisamos un puñado de pastillas, todas iguales. Las lleva la misma persona. Sin embargo, las enviamos al laboratorio, las analizan y nos dicen que mientras una tiene una pureza del 20%, otra tiene un 35%. Es decir, casi el doble”. El traficante las lleva todas revueltas, ni siquiera él sabe cuál es la más potente, la que tendrá un mayor efecto. “El que vende, vende lo que sea y a quien sea. Y el que consume, nunca sabe en realidad qué se está tomando. No hay que arriesgar”.

El delito de tráfico de droga implica “cultivar, elaborar o traficar” y lo cometen quienes “promuevan, faciliten o favorezcan” su consumo. “Si en un registro un policía te encuentra droga, tendrá que valorar si estás cometiendo un delito. Es decir, determinará si la cantidad que llevas es suficiente como para sospechar que la tienes para vender”. Tener sustancias estupefacientes para consumo propio puede ser sancionado con hasta 3.000 euros. Traficar con drogas duras puede suponer una pena de cárcel de entre 3 y 9 años. Y con drogas blandas, 2 años de prisión.

Esa fue la condena a un joven de Pamplona que regresó de Marruecos con un kilo de hachís en su organismo. Ocurrió en septiembre de 2007. “El hachís estaba dividido en huevas recubiertas en plástico. Cuando llegó a Pamplona empezó a expulsarlas, pero no todas, y tuvo que ir al hospital, donde le abrieron de arriba abajo para sacarle todo el hachís”. El agente les advierte del peligro que implica este tipo de transporte de droga. “Los jugos gástricos hacen que el plástico con el que se recubren las huevas se vaya desprendiendo, de forma que el hachís se mezcla con el organismo”.

Amigos que dejan de serlo

El policía les recomienda “alejarse del colega que trapichea”. “Si lo hace, que lo haga solo”. Sabe que un caso real tiene más impacto que la teoría. El que cuenta ahora también ocurrió en Pamplona. “Fue una intervención en un bar, donde había una pareja de jóvenes. A él ya le conocíamos por traficar con droga. A ella no”. En la cartera de la chica se hallaron 8 gramos de cocaína. “El paquetito tenía un tamaño de 2 centímetros. Ella aseguró una y otra vez que la cocaína no era suya y que no sabía que estaba dentro de su cartera. Pero no pudo demostrarlo, y fue arrestada”. ¿A quién pertenecía realmente el estupefaciente?, ¿la chica se lo estaba guardando? En cualquier caso, ella lo tenía encima. “Le condenaron a 3 años de cárcel. En el juicio nos dijo que no había vuelto a ver a su novio desde la detención”.

El policía pretende que los alumnos entiendan la facilidad con la que pueden cometer un delito. Coge una moneda y se dirige a uno de ellos. “Esto es un trozo de hachís. Ahora dáselo a tu amigo para que te lo lleve porque tú no tienes bolsillos en el pantalón”. El joven lo hace.

Al entregar el hachís a otro alumno, el agente advierte: “Para un policía, ese gesto puede ser comprar droga”. “Pero es mi colega, ¿cómo le voy a decir que no se lo guardo?”, pregunta el alumno. “Que te niegues es lo más inteligente”.

Otro tópico que hay que desterrar es el de que ingerir las setas llamadas monguis “sólo causa alucinaciones y risas”. Uno de los problemas es que cada uno de esos hongos tiene una cantidad diferente de alucinógeno. Resulta imposible que el joven conozca de antemano cuánto está consumiendo y, por tanto, el efecto que le producirá. El símil que presenta el policía es muy gráfico. “Es igual que los pimientos del padrón: todos pican algo, pero puede que uno pique mucho más, y eso no se va a saber hasta probarlo”. ¿Cómo detectar qué mongui tiene una concentración alta de sustancia alucinógena? “Analizándolo en un laboratorio. Pero, ¿quién lo lleva a analizar antes de comérselo?”

Huir no es de cobardes

El policía municipal trata otro problema que ha preocupado hasta ahora: las peleas. “Rehuirlas no es de cobardes, es de inteligentes, porque nunca vais a saber la reacción del otro o si va armado. Como no lo supo el chaval que se enzarzó en una pelea en un bar de Pamplona y le clavaron en la cabeza un sacacorchos”.

Muestra a los alumnos una fotografía con las armas prohibidas que han incautado este año. Destacan machetes; mosquetones de monte “que se utilizan como puños americanos”; cuchillos; llaves afiladas “preparadas para pinchar”; navajas automáticas, “las armas prohibidas más numerosas”; cuchillas de cúter “que se colocan entre los dedos y pueden rajar la cara de una pasada…”. Y todas estaban en manos de chicos “que estaban saliendo el fin de semana a pasarlo bien”.

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