LAS ENSEÑANZAS DE MAS D´EN CARLES

Segunda y última entrega de la serie de dos artículos en los que el autor relata su incursión en el mundo de la ayahuasca con el fin de ser bendecido, purificado, santificado, gratificado e iluminado con sus enseñanzas.

Por Eduardo Hidalgo

Recibido el apoyo logístico y emotivo así como el asesoramiento de mi estimado compañero J.C., procedimos a realizar la toma en un enclave –sugerido por él- que era idóneo para nuestros propósitos: Mas de´n Carles, un abrigo paleolítico con pinturas rupestres situado en las Montañas de Prades. Objetivo de mi viaje: encontrarme con mis ancestros de la edad de piedra. Método para alcanzarlo: seguir las indicaciones de los jaguaskeros de pro y, dejando a un lado mis creencias y convicciones, dejándome llevar… dejando que la planta me hablase y me guiase.

Dicho y hecho: tragué mi dosis, me metí en mi saco, cerré los ojos y la boca y esperé… y esperé… y volví a esperar. Media hora… cuarenta y cinco minutos… Cincuenta minutos… Inmóvil como una momia y… Nada de nada. Mi compañero de aventuras ya andaba sobrevolando la órbita de Orión. Una hora después yo no aguantaba más. Así que, di la experiencia por terminada y, por no molestar a mi amigo, me fui a un abrigo contiguo a comer el bocata. Las vistas eran estupendas, el vino imbebible y la butifarra fabulosa. Me entretuve compartiéndola a trocitos con las hormigas del lugar que, visto su tamaño, más que hormigas parecían un ejemplo viviente de la megafauna pleistocénica –ahora que lo pienso, probablemente es que no fuera yo el único ni el primero en haber compartido el bocadillo con ellas-. El caso es que, apenas di el último mordisco, me entró un mareo de “agárrate y no te menees”. Sí, me estaba dando la sacrosantísima “mareación”. ¡Qué emoción! Tanto que salí espetao hacia el saco, acojonado de que se me pasara antes de llegar y volviese a quedarme en tierra otra vez.

el rincon donde me tumbé
El rincon donde me tumbé

«¡Tío, que me está pegando, que ahora si me está pegando!», le dije a mi colega mientras tomaba asiento a toda hostia.

«Pues no te resistas y pon la otra mejilla», supongo que me diría mi Maestro ayahuasqueiro. En fin, que me tumbé de nuevo, volví a cerrar los ojos y la boca y esto es lo que sucedió:

Tuve una visión muy sencilla: un túnel de colores verdes, palpitante, vivo. Me desplazaba pausadamente por él, recto unas veces, girando a izquierda o derecha otras. Nada del otro jueves. Aparentemente. Porque resulta que, al principio, transitaba por ese tubo como quien pasa por ahí por mero trámite, es decir, esperando que algo con más enjundia apareciese a la primera vuelta de la esquina. Pero no. Tras deambular largo rato y girar para un lado y para otro no pasó nada. Bueno sí. En determinado punto, caí en la cuenta de que, en lugar de tratarse de un trayecto prefijado por el que yo, simplemente, circulaba, se trataba de un espacio maleable que discurría en una u otra dirección según a mí se me antojara. Ahora por aquí, ahora por allá. Ya ves tú… había visto cosas mejores, la verdad. Sin embargo, paulatinamente fui siendo consciente de que iba perdiendo el control al trazar la trayectoria. Que, sibilínamente, algo o alguien se estaba haciendo con los mandos de la nave. Que no era yo quien la llevaba. ¡Era la planta que había ingerido una hora antes! Ella tenía el mando. Era ella quien giraba aquí o allá. Era ella quien llevaba el control… Ella misma me lo fue mostrando muy lentamente. Despacito. Con mucha calma. Con cariño y delicadeza. Suave, muy suavemente… se fue haciendo presente. Ella. Quería que nos conociéramos. No se trataba más que de una toma de contacto. Quería que yo entendiese y aceptase su existencia y su poder. Que viese que era real y que, efectivamente, era una Planta Maestra. Eso era todo. En esta ocasión no podía ir más allá, pues, según tuvo a bien explicarme, conmigo debía proceder con precaución, con mucha precaución, ir muy despacito, pasito a pasito, ya que, de enviarme de golpe y porrazo a una experiencia cumbre podría desestabilizarme gravemente a nivel psíquico.

la ayahuasca
La ayahuasca

«Ja, ja, ja, qué linda, la plantita… ya podía tirarse igual el rollo Don Sulfato de Anfetamina», pensé. Pero bueno, que sí, que acepté el envite y nos tiramos así un buen rato, platicando: «giro páquí», «giro pallá». Muy tonto, simple, básico e insulso todo. Aparentemente. Porque en determinado punto caí en la cuenta de que esa experiencia tan estúpidamente insustancial que tenía una trascendencia descomunal, superlativa, trascendental… Me estaba jugando la forma de entender la vida, mis cosas y mis formas de verlas. Vamos, la vida misma. Y lo que se me ofrecía no me convencía un carajo. Era tan falsa como la mía –como mi forma de entenderla-, como cualquier otra, pero me convencía todavía menos. Muy mal. Me había dejado embaucar por cantos de sirena y estaba a punto de dar un salto mortal que no me interesaba dar para nada. Al borde del abismo, retomé el control y reconduje el viaje hacia donde yo quería, hacia donde me había planteado desde un principio: hacia el reencuentro con mis ancestros, con el cavernícola que hay en mí y que tanto me gusta (cada día más).

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Me reincorporé. Apoyé mi espalda contra la pared. Olvidé el túnel y pasé a pensar, imaginar y divagar sobre como sería la vida de mis paleo-yayos en esas cuevas, un día cualquiera como hoy. Un día lluvioso como ese en el que estaba ahí –porque, a todo esto, había empezado a llover-. Un coñazo: Todos en el abrigo, agazapados. Curtiendo pieles. Cuidando el fuego. Preparando el papeo. Pintando garabatos para la posteridad. Sobreviviendo. Matando el tiempo. Sobremuriendo. Esperando la muerte sin más sentido que sacar adelante a la prole. La prole. Los niños. Los paleo-churumbeles. Les oigo reír. Les veo jugar. Ellos sí disfrutan sin coartadas ociosas, artísticas ni laboriosas del día lluvioso en el cortado de Mas d´en Carles. «Carpe diem», leo en el brillo de sus ojos. «Ellos son lo único que da sentido a todo esto», es la conclusión que saco al observar la vida de mis ancestros un día cualquiera de hace varios miles de años.

El sentido de la vida. Sobre eso pasé a pensar y divagar… y recuerdo que la experiencia, los pensamientos que tenía, las conclusiones a las que llegaba, eran atroces, durísimas, pero al mismo tiempo muy divertidas. Recuerdo que estaba continuamente con la sonrisa en los labios y que a veces se me escapaban unas buenas risotadas. Recuerdo, por ejemplo, pensar en el sentido de la vida de los matorrales que tenía justo en frente. También seres vivos. Seres vivos que dedicaban su energía y se esforzaban y luchaban por extender una nueva rama por aquí o de subir un poco más alto por allá o de… en fin, todas esas cosas que hacen las plantas… y todo… ¿para qué? Pues como nosotros: todo muy absurdo, jodido y gracioso. Como la party a la que, en cuanto recogimos los sacos, nos dirigimos -y nos pegamos- para homenajear a otro buen amigo llamado J.C. que, recientemente, había sido diagnosticado de cáncer. Lo dicho: absurdo, jodido y gracioso. La vida misma.

familia paleolitika
Familia paleolitika

Y esa fue mi experiencia con la ayahuasca: Divertida, curiosa, suavecita, light y… peligrosa –la vida rima, ¿qué quieren que le haga?-. Ya lo han visto ustedes, en apariencia era algo muy liviano y poco trascendente, pero en el fondo, abría un universo -o un abismo- de posibilidades infinitas que, personalmente, no sólo no me agradaban ni convencían mucho sino que, de hecho, me parecieron y me parecen sumamente perniciosas (aunque allá cada cual con su película, que en el fondo no deja de ser todo la misma mierda).

OK… me explico. Veamos… entre las escasísimas creencias y convicciones que tengo, figura una que dice que las plantas no hablan, que yo no puedo escuchar lo que me dice un vegetal, que no puedo conversar con las verduras… No digamos ya que una planta pueda hacer las veces de guía espiritual, que pueda ser Maestra… Simplemente no creo en esas cosas. Ahora bien, quienes se sienten fascinados por la ayahuasca y tan bien hablan de ella y tan metidos están en todo el movimiento neochamánico, dicen que hay que dejar que la planta hable, que hay que dejar guiarse por ella… Así que uno va y lo hace, y en el estado alterado de conciencia en que está, y con el alto grado de sugestionabilidad en el que se encuentra, pues lo hace y resulta que resulta, que la planta te habla, que hablas con la planta, que os comunicáis y que ella te guía… ¡nos ha jodido! Claro que lo hace.

Y a partir de ahí… si nada más empezar te has puesto a hablar con una planta… ¿qué más puedes esperar? Pues lo que quieras y lo que ni te esperas. Porque has empezado desactivando una de tus convicciones básicas (las plantas no hablan) y, ¡voilá! has hablado con una… De modo que, desde entonces, lo esperable, lo más normal, es que vayas haciendo oídos sordos a cuantas convicciones sea necesario, para cambiarlas y para aceptar acríticamente todo lo que venga del chamán o de la culturilla neochamánica en la que te estés introduciendo. Te lo irás creyendo todo, porque desde el primer momento te has dejado coger por los huevos.

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A fin de cuentas, este es el modo en que funcionan las religiones: empieza por aceptar algo que desafía y contradice una convicción básica… Empieza por aceptar algo absurdo y ridículo… Sobre ello se construirá todo lo demás y si te has tragado la primera mentira, te tragarás el resto y serás suyo: un fiel, un iniciado, un acólito. Empieza por creer que la Virgen María alumbró a Dios pero que era virgen, que la dejó embarazada el Espíritu Santo. Trágate eso y ya estarás listo para tragarte todo lo demás. No porque sea cierto, sino porque les has hecho el regalito de desactivar todas tus convicciones, creencias y defensas. Les has dejado una tabula rasa para que hagan con ella lo que quieran… y lo hacen. Así que acabas rezando al señor o acabas hablando con la ayahuasca porque con el colocón que te mete y con el camino allanado -convicciones propias desactivadas, convicciones ajenas activadas- claro que te habla, ¡¡¡nos ha jodido que te habla!!! No te digo ya si tienes problemas serios de tipo emocional, psicologico, social. Si estás tan desesperado que te agarrarías a un clavo ardiendo, si te asusta la realidad cruda y desnuda, sin maquillajes ni embellecedores fantásticos, mágicos, fantasiosos y sobrenaturales… Entonces ni te cuento. Tranquilo que te hablará en tu perfecta lengua materna –ya sea chino, castellano o marroquí- porque tan Maestra es que no sólo es que hable, sino que es políglota total, mas políglota que cualquiera de los putos Maestros humanos que hayan pisado jamás la faz de la tierra -y aquí no hay sentidos figurados ni poesías, hablo en sentido absolutamente literal-.

Y el caso es que, con todo, perfectamente podría resultarte útil. Nadie lo niega. A mí, al menos, no me cuesta entender que nuestro cerebro pueda acceder a dimensiones de la realidad en las que es posible dialogar con objetos y seres reales e imaginarios, animados e inanimados. Es evidente que sí, y la ayahuasca es un buen ejemplo de ello. Otra cosa es la interpretación que hagamos de esto. Si es todo una construcción mental en la que, en el fondo, uno mismo se lo guisa y se lo come todo, o si, por el contrario, realmente se produce una comunicación entre la planta –como ser y entidad aparte, dotada, por lo demás de unos saberes, conocimientos y esto y lo otro que, de hecho, nos da mil vueltas y la convierten en Maestra – y nosotros…

las vistas
Las vistas del lugar

Pues, sinceramente, yo creo que no es más que una cosa entre nosotros mismos y que el potencial de la ayahuasca se puede aprovechar igualmente sin necesidad de creer en lo increíble y sin caer en la ingenuidad. Lógicamente, entiendo que cada cual es un mundo y sabe mejor que nadie qué conexiones le resultan más provechosas y gratificantes. Vamos, que en las cosas de cada cual no me meto. No obstante, si hablo por mí, esta moto no me la venden. E incluso, si he de opinar de los demás, no puedo dejar de decir que prefiero al yonki lúcido con su vida hecha una mierda que a la mierda de vida del yonki tan rehabilitado como alienado por los evangelistas (aunque entiendo que el interesado opine lo contrario que yo, y hace muy bien). Quien quiera entender, que entienda.

bocata butifarra
Bocata butifarra

Estas son mis convicciones. Tal vez, algún día, la ayahuasca me haga cambiarlas. De momento, sin embargo, no lo ha hecho… Como dicen los entendidos en la materia: «la ayahuasca da a cada cual su lección». En mi caso, esta que les he contado es la que tuve a bien darme bajo sus efectos.

Acerca del autor

Eduardo Hidalgo
Yonki politoxicómano. Renunció forzosamente a la ominitoxicomanía a la tierna edad de 18 años, tras sufrir una psicosis cannábica. Psicólogo, Master en Drogodependencias, Coordinador durante 10 años de Energy Control en Madrid. Es autor de varios libros y de otras tantas desgracias que mejor ni contar.