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El MDMA según Shulgin, en su libro PIHKAL

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Continuamos ofreciendo una selección de los mejores fragmentos de los excelentes y voluminosos libros PIHKAL y TIHKAL, de Sasha y Ann Shulgin, cuya traducción ya ha comenzado a realizarse, dirigida por quien esto suscribe.

Se trata de dos obras clásicas que no pueden faltar en la biblioteca de todo psiconauta, y de hecho, sinceramente, creo que nadie tiene puede serlo ni tiene derecho a autodenominarse así si no las he leído, ya que en ese caso ignorará el legado humano, histórico y químico de Sasha Shulgin, redactado en colaboración con su mujer Ann, la figura más importante de la psicofarmacología libre de censuras y prejuicios, junto a Albert Hofmann. Los lectores pueden encontrar fácilmente nuestro trabajo en Internet, y en unos meses abriremos una campaña de crowdfunding para financiar la publicación de estos libros en español y recibirlos en su domicilio, en cuanto haya finalizado el trabajo. Se trata de una oportunidad única, ya que será la única forma en que estos libros podrán encontrarse en español, nunca volverá a repetirse y no se conseguirán en librerías, puesto que evitaremos los cauces convencionales precisamente por tratarse de una temática poco convencional y poco agradable a los ojos de los poderosos, normalmente prohibicionistas. Así que ya saben: permanezcan atentos a las noticias que ofrezcamos. En esta ocasión ofrecemos un extracto del capítulo que Sasha dedica a la MDMA. El próximo mes publicaremos el que le dedica Ann y un resumen de los trips reports que aparecen en PIHKAL. A pesar de que hemos ido saltándonos muchos fragmentos para convertir todo un capítulo en un breve artículo, no ponemos los reglamentarios puntos suspensivos (…) para facilitar la lectura.

El primer contacto de Shulgin con la MDMA

El evento de 1967 tenía por nombre “La búsqueda etnofarmacológica de drogas psicoactivas”. Estuvieron presentes Steven Szara, famoso gracias al DMT, y Andy Weil, Gordon Wasson, Nathan Kline, Harry Isbel, Danny Freedman, además de Claudio Naranjo y Richard Evans Schultes, y muchos otros que siempre han estado interesados –y han contribuido– en este ámbito de la farmacología

Un amigo me presentó a un joven profesor de química, Noel Chestnut, que a su vez me presentó a una bella alumna llamada Merrie Kleinman, la cual me dijo que había hecho un experimento con dos buenos amigos suyos, utilizando 100 miligramos de MDA n-metilada (MDMA). Comentó muy poco sobre la experiencia, pero aseguró que había tenido un carácter bastante emocional y que los tres habían reaccionado muy bien, en términos generales.

Esta no era la primera vez que yo había oído mencionar la MDMA. En realidad, yo ya la había sintetizado en Dole, en 1965, pero nunca había encontrado a nadie que la hubiese probado personalmente. Volví a sintetizarla, y encontré algo distinto a cualquier otra cosa que hubiese tomado antes. No era un psiquedélico en el sentido visual o interpretativo, pero la iluminación y el calor propios de los psiquedélicos estaban presentes, y eran bastante notables. Empecé a recopilar comentarios sobre sus efectos, procedentes de una serie de sujetos sometidos a diversas circunstancias, y desarrollé un gran respeto y admiración por esa sustancia.

La MDMA soluciona un caso de tartamudez

Uno de mis estudiantes más fieles era un dulce joven, un guitarrista, que tenía el tartamudeo más desastroso del mundo. Klaus estaba intrigado por la MDA y, por alguna razón, con su homólogo N-metilado, la MDMA. De hecho, pudo reservar una sala de laboratorio en algún lugar del edificio de Ciencias de la Vida y organizó un proyecto de verano con el objetivo de descubrir procedimientos útiles para sintetizar MDMA. Le atormentaba continuamente su problema en el habla en cualquier momento en que le ocurría –lo cual, en realidad, era poco frecuente-, y después de cierto tiempo perdí todo contacto con él. Pero volví a verle.

 “¿Cómo estás?”, pregunté, esperando el patrón de respiración o el movimiento de cabeza que le sucedían cuando aparecía el tartamudeo.

“Con un humor excelente”, fue la respuesta, con sólo un ligero bloqueo de la “R” en la palabra “humor”.

“¿Y tu música?”, proseguí con determinación, ahora ya dudado de haberle identificado correctamente.

“Sólo de vez en cuando”. Las “oes” de “Sólo” y “cuando” las pronunciaba un poco más largas de lo normal, por lo que con ello me aseguré de que se trataba del Klaus que yo conocía.

“Pero”, añadió sin variar el ritmo, “esa MDA metilada me ha permitido lograr muchas cosas conmigo mismo”.

“¿Qué, por ejemplo?”, pregunté.

“Bueno, por un lado he conseguido cierto control sobre mi forma de hablar, por primera vez en mi vida. Y he decidido emprender una nueva carrera”.

“¿Y es…?”

“Terapia hablada”.

La MDMA muestra el valor de la vida

Otro ensayo temprano mostró un enfoque distinto sobre los efectos de la MDMA. Un buen amigo mío, Charles Miller, había estado siguiendo mi investigación durante muchos años, y de vez en cuando me preguntaba si yo creía que podría ser útil para él tener una experiencia con drogas algún día.

Además de alcohólico, se declaraba anti-intelectual y anti-homosexual, una combinación que para mí siempre había supuesto un peligro. Seguramente no la había resuelto, pero al menos la habría enterrado profundamente y en un lugar seguro del inconsciente. Y yo no estaba totalmente seguro de querer ser la persona que le proporcionara el instrumento para desenterrarla.

Su esposa, Janice, nunca había expresado ningún interés por una exploración de ese tipo. Pero fue ella quien me llamó un día para preguntarme si ella (y su hijo menor) podían robarme algunas horas de mi tiempo para contestar algunas preguntas. Era Janice quien preguntó; su hijo parecía que la acompañaba para darle apoyo moral, ya que él se mostraba más bien reticente hacia las drogas. Les sugerí que nos viéramos esa misma tarde y aceptaron.

Janice, su hijo y yo, los tres, tomamos 120 miligramos de MDMA a primera hora de la tarde, pero él enseguida se apartó de nosotros. Aproximadamente a la media hora, el momento habitual en que uno se da cuenta de que sucede algo, Janice no dio ninguna indicación de efectos, ni tampoco hubo cambios en el minuto 40, ni en el 50. Llevábamos una hora desde el inicio del experimento, y aún no había ninguna señal de actividad de la MDMA. Entonces apareció la inesperada pregunta, esa pregunta poco habitual.

“¿Merece la pena estar vivo?”

“¡Puedes apostar tu dulce culo a que merece la pena estar vivo! ¡Es una bendición estar vivo!”

Ese fue el comienzo. Se entregó por completo al estado propio de la MDMA y empezó a correr por la cuesta, gritando que era bueno estar vivo. La alcancé y su cara esta radiante. Me contó algo de su historia personal que ella conocía bien, y que yo conocía bien, pero con la cual ella nunca había hecho las paces.

Había llegado al mundo mediante una cesárea no prevista y su madre murió durante el parto. Y durante cincuenta años había vivido sintiéndose culpable de poder estar viva a cambio de que muriese su madre. Había hecho terapia con su médico de familia durante unos tres años y había insistido bastante en este problema, pero parece que lo que necesitaba era reconocer que merecía la pena estar viva.

Un hombre pierde el miedo a los psiquedélicos gracias a la MDMA

En la mayor parte de mis primeros ensayos experimentales, me concentré en un rango de entre 80 y 100 miligramos, y utilicé en mis notas la palabra “ventana” para describir los efectos. Me permitía ver lo exterior a mí, además de mi propio interior, sin distorsiones ni reservas atribuibles al sujeto.

Helen y yo, en algunas ocasiones, hacíamos un viaje dominical en tren desde las 6:00 de la mañana hasta la 4:00 de la tarde, con nuestros amigos, George y Ruth Close. Helen sentía una incomodidad intrínseca hacia las drogas, pero no tenía problemas en beber de vez en cuando; los Close eran, en aquel momento, novatos en lo relativo a cualquier estado modificado de conciencia, excepto los inducidos por el alcohol. En uno de nuestros viajes, les pregunté si se sentirían molestos si llenaba mi vaso con agua de quinina y el contenido de un pequeño vial, en lugar de un Martini. ¿Por qué? Un experimento, dije. De acuerdo, dijeron, ¿por qué no?

Funcionó. Parecía como si mi estado gradual de embriaguez se sincronizase con el de ellos sin problemas. Olvidaron que yo estaba utilizando una sustancia química, y no vodka. Por eso, durante un tiempo, yo siempre llamé a la MDMA como a “mi Martini bajo en calorías”.

Poco después de eso, conocí y me hice muy amigo de una agradable pareja de investigadores profesionales y profesores alemanes, Ursula y Adolph Biels. Dolph, como él se llamaba a sí mismo, había tomado en cierta ocasión una pequeña dosis de LSD, y su experiencia había sido extraordinariamente compleja, difícil y aterradora. Les sugerí, después de pensarlo bien, que la MDMA podría serles útil. Insistí en que no era un psiquedélico, y les expliqué el concepto de la “ventana”, además de por qué quizás él pudiese utilizarla a modo de autoayuda.

Compartí la experiencia con los dos. Fue un día digno de recordar. Reinó la honestidad verbal, sin ningún tipo de reserva, y el experimento originó una amistad íntima que duraría, entre tres de nosotros, siete años. El trauma de Dolph con la LSD se resolvió en esas pocas horas, y emergió renacido, tal como dijo con sus propias palabras. La MDMA -empezaba a ser evidente- podía servir de todo a todo tipo de personas.

El psicólogo pionero en el empleo de la MDMA

Debo narrar cierta parte de la historia de la MDMA, relacionada con un amable psicólogo de edad avanzada. Adam ejercía su profesión en Oakland. Por un lado, era un terapeuta convencional, pero, por otro lado, cierta parte de su práctica siguió otro camino que se mantuvo en secreto, excepto para sus amigos más íntimos –y aquellos con quienes decidió realizar su trabajo especial-, hasta su muerte. Esta secreta práctica implicaba el uso de sustancias psicoactivas que permitían al cliente evitar el bloqueo ejercido por sus barreras psicológicas, y tratarse a sí mismo y a su inconsciente de forma directa.

Adam acudía a la casa del cliente para estas sesiones. Después de administrarle la droga, Adam –que no tomaba nada- se sentaba cerca para transmitir seguridad y tocar la mano para tranquilizarle, si era necesario, o para ayudar a desenredar cualquier nudo o problema que pudiera surgir durante la experiencia. No obstante, en 1977, la vejez se le estaba echando encima. Un día me preguntó si yo quería escuchar algunos de los recuerdos más inusuales que había acumulado con el paso de los años. Yo había decidido en esa ocasión llevar conmigo un pequeña botella con mi “Martini bajo en calorías”, hidrocloruro de MDMA, para tentarle a probar algo nuevo.

La tomó encontrándose solo, y unos días después me telefoneó para decirme que había decidido abandonar los planes que hasta ese momento tenía para jubilarse tranquilamente. Se dedicó a viajar por todo el país, a presentar la MDMA a otros terapeutas y a enseñarles a utilizarla en su terapia. Todos ellos debían comenzar, por supuesto, aprendiendo sus efectos en sí mismos. La información y las técnicas que él les enseñó se extendieron ampliamente y, con el paso del tiempo, por otros países. Es imposible llegar a conocer la extensión real del uso terapéutico de la MDMA logrado por Adam durante los años que aún vivió, pero probablemente llegase a tratar a unas cuatro mil, más o menos.

La MDMA ha demostrado ser una ayuda psicoterapéutica tan valiosa que creo que continuará utilizándose en terapia durante mucho tiempo, a pesar de la aprobación de la ley en muchos países que prohíbe su uso y pretende disuadir de su estudio. Dijo un psiquiatra: “La MDMA es penicilina para el alma, y nadie abandona la penicilina una vez que sabe lo que puede conseguir”.

Referencias

La única bibliografía utilizada, es por supuesto, el libro PIHKAL en versión española, aún no publicado, y que estará disponible dentro de unos meses.

– http://www.shulgin.es

http://www.facebook.com/librosdeshulgin

Acerca del autor

]. C. Ruiz Franco es licenciado en Filosofía y DEA del doctorado de la misma carrera, cuenta con un posgrado en Sociología y otro en Nutrición Deportiva. Se considera principalmente filósofo, y es desde esa posición de pensador como contempla el mundo y la vida. Se interesa principalmente por las sustancias menos conocidas, y sobre ellas publica mensualmente en la revista Cannabis Magazine.

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