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El uso terapéutico de sustancias psicoactivas y el padre adoptivo del MDMA

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Varios ensayos tratan de demostrar el potencial curativo de esta droga.

Sería una frivolidad que un obituario sobre Alexander ‘Sasha’ Shulgin, fallecido el pasado 3 de junio en California a los 88 años de edad, se quedara en contar que fue el padrino del MDMA o éxtasis. Hay que precisar que, en todo caso, fue el padre adoptivo de esta sustancia –creada en 1912 por los laboratorios Merck de Alemania–, a la que además no le gustaba referirse como éxtasis.

“No hay razón por la que yo deba recibir el nombre de Doctor Éxtasis –como le apodó el New York Times en 2005–. No le di ese nombre a nada. Lo llamé MDMA”, dijo el químico de origen ruso en el documental de 2010 sobre su vida Dirty Pictures. “Éxtasis es una popularización y en esencia destruyó el valor médico de este compuesto”, afirmó.

Él lo llamó empatía, por su capacidad para despertar la intimidad y la cercanía con los demás, comunicarse, disolver barreras sociales y el miedo y estimular la autoaceptación. Unas propiedades que hacen única a esta sustancia y en la que Shulgin observó un enorme potencial para la psicoterapia. “Gracias a su investigación infatigable con estas sustancias, Shulgin hizo posible que miles de personas puedan recibir en un futuro ayuda psicológica, si los estudios siguen arrojando resultados tan prometedores como hasta ahora”, explica a Diagonal Michael Mitthoefer, médico y psiquiatra estadounidense y uno de los principales investigadores de la psicoterapia asistida con MDMA.

“Shulgin era una de las personas más importantes en el campo de la neurociencia. Sus métodos y objetivos se salían de lo políticamente correcto”, cuenta, desde Madrid, el doctor Fernando Caudevilla, experto en drogas y autor del libro Éxtasis (MDMA), entre otros. Muchos psicólogos y terapeutas anglosajones utilizaron éxtasis entre finales de la década de 1970 y principios de los 80, hasta que en 1985 la Administración para el Control de Drogas (DEA, por sus siglas en inglés) lo prohibió, cortando de raíz cualquier trabajo con esta sustancia.

Potencial terapéutico

Casi treinta años después de esas investigaciones, Michael Mitthoefer ha completado varios ensayos clínicos con víctimas de abusos sexuales y violaciones, veteranos de guerra, bomberos, policías y personas con estrés post-traumático que no responden a ningún tratamiento. “Mientras se encuentran bajo la infuencia del MDMA, los pacientes entran en lo que llamamos la ‘zona de excitación óptima’, en la que ni están abrumados por la ansiedad y las emociones, ni se encuentran insensibles a ellas. Normalmente, quienes sufren un trauma pendulan entre ambos extremos, pero con el MDMA encontramos un punto medio en el que pueden hablar de sus problemas con mayor claridad”, explica el investigador.

De esta manera, el éxtasis actúa como un catalizador para que el paciente alcance “la experiencia terapéutica”. En lugar de tomar una pastilla cada día, que actúa sobre los síntomas, la persona se toma una medicina varias veces, acompañada por la terapia psicológica y entonces ya no debe tomarla nunca más.

“[El MDMA] no será legal en el sentido de tener una receta y recoger tu medicamento, sino que podría utilizarse para uso terapéutico en clínicas especializadas, con personal entrenado y en un entorno adecuado”Caudevilla, por su parte, cree que aunque “la MDMA no es la panacea, sí parece que tenga un efecto sobre el miedo y es probable que tenga un potencial terapéutico”. Existen ensayos de este tipo con buenos resultados en países como Canadá o Israel, y también con otras sustancias. En España, el psicólogo clínico y farmacólogo José Carlos Bouso inició una investigación similar en 1999, pero fue abortada prematuramente apenas tres años después “por razones políticas”, puntualiza Caudevilla.

Shulgin siempre quedará ligado al MDMA, que aunque no descubrió, sí estableció una ruta para su síntesis, reflejada, años más tarde, en su libro Pihkal. Título imprescindible, junto a Tihkal, no sólo para psiconautas osados, sino para los propios químicos de laboratorio, ya que en ambos volúmenes se describen los métodos para la síntesis de decenas de sustancias psicoactivas. Los títulos son un acrónimo de “Feniletilaminas que he conocido y amado” y “Triptaminas que he conocido y amado”, en inglés.

Shulgin, fascinado por los mundos que estas sustancias le mostraban, se preguntaba cómo era posible que 400 miligramos de un cristal blanco pudiesen contener todo aquello. Y explicaba que lo que realmente estaba haciendo es “permitirme comunicarme con partes de mí mismo con las que no me había comunicado en mucho tiempo”.

Nuevos tiempos

Entrado el siglo XXI, la comunidad científica y drogófila certifica el fracaso de una más de las guerras desencadenadas por los gobiernos de Estados Unidos, el de la guerra contra las drogas. Mitthoefer confía en que sus ensayos alcancen en unos años una tercera fase para entonces “pedir a la FDA [institución estadounidense reguladora de alimentos y fármacos] la consideración legal del MDMA”. “No será legal en el sentido de tener una receta y recoger tu medicamento, sino que podría utilizarse para uso terapéutico en clínicas especializadas, con personal entrenado y en un entorno adecuado, siendo la propia terapia una parte esencial, no sólo la ingesta del MDMA”.

Lo que es un hecho es que el concepto de droga está cambiando radicalmente. La libre discusión en internet, la publicación de decenas de libros y documentales sobre el tema, la despenalización del cannabis en algunos Estados de EE UU o países como Uruguay y el debate sobre un acercamiento diferente a la cuestión de las drogas, son signos obvios de nuevos tiempos. “Estas sustancias han estado demonizadas y deben aceptarse y estudiarse desde un punto de vista sanitario y no moral. Se trata de los mismos prejuicios que existían hace 50 años con el sexo”, explica Caudevilla.
Aunque cabe puntualizar que se trata de dos frentes bien distintos. Por un lado el de los usos particulares, hedonistas o con fines autoexploratorios de las drogas, donde lo que se debate es el derecho individual a alterar la propia conciencia. Y por otro lado los usos médicos e investigaciones de las mismas sustancias, obstaculizados por los gobiernos durante las últimas décadas.

Pipetas, experimentos e ingestas

Con aspecto de científico loco y rodeado de pipetas y alambiques, Shulgin creó cientos de compuestos en el desordenado laboratorio de su casa, cerca de San Francisco. De forma metódica alteraba fórmulas para diseñar pequeñas piezas de puzzle que encajaran en los receptores neurológicos del ser humano. Él mismo las experimentaba. Comenzaba poco a poco hasta dar con la dosis activa. Si valía la pena, incluía a su esposa en el ensayo y después ampliaba el círculo de experimentadores a ocho o diez colaboradores de su confianza.

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Acerca del autor

Muchos años luchando en la sombra para que el cannabis florezca al sol.

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