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Enteógenos y psiconáutica

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Cómo los psicodélicos tienen el poder de transformar nuestra vida (para bien)

En una entrevista concedida al New York Times el año 2005, Steve Jobs, CEO de Apple y uno de los más reconocibles representantes del capitalismo creativo, confesó que entre las dos o tres cosas más importantes que le habían ocurrido en la vida estaba el consumo de LSD que realizó entre 1972 y 1974. “No tengo palabras para explicar el efecto que tenía sobre mí, sólo puedo decir que fue una gran experiencia y que me alegro de haber pasado por ella”, confesó. También aseguró que “Bill Gates sería un tipo más abierto si hubiera tomado ácido alguna vez” y añadió que “las personas que nunca han tomado ácido jamás me entenderán completamente”. Está perfectamente documentado que, por aquel entonces, no eran pocos los consumidores de ácido que estaban involucrados en el salto tecnológico que se iniciaría una década más tarde. El trato habitual con esta y otras sustancias, que había comenzado en los años 60, aunque en términos lúdicos y asociado a la creatividad cultural, probablemente se convirtió en uno de los suelos sobre los que se asienta la revolución tecnológica de nuestra época. De hecho, en la actualidad el hábito no ha menguado. Al contrario, un buen número de ejecutivos y profesionales creativos de Silicon Valley consume regularmente microdosis de entre 10 y 20 microgramos cada tres días, lo cual les permite disminuir inhibiciones y ansiedades, aumentar la fluidez y flexibilidad de la acción, incrementar la imaginería visual, mejorar la habilidad para concentrarse y aumentar la calidad e intensidad de las relaciones profesionales y de negocios.

Tras la infinidad de pruebas terminológicas a las que fueron sometidos el LSD y otras sustancias con efectos parecidos en los convulsos años 60 del siglo XX, se aceptó denominarlas “enteógenos”, término que deriva del griego entheos (“dios adentro”). En el mundo antiguo la palabra era utilizada para describir el estado en el que uno se encuentra cuando está inspirado y poseído por el dios que ha entrado en su cuerpo” y se aplicaba a “los trances proféticos, la pasión erótica y la creación artística, así como a aquellos estados místicos obtenidos a través de la ingesta de sustancias que eran transustanciales con la deidad. Uno de esos arrebatos tenía lugar en los Misterios de Eleuisis, donde los participantes ingerían una bebida elaborada con cornezuelo, un parásito del centeno. En Julio de 1975, Gordon Wasson, un especialista en los misterios eleusinos, preguntó a Albert Hoffman, inventor del LSD, si creía que los antiguos griegos habían sido capaces, como lo fue Hoffman el 16 de Abril de 1943, de aislar un enteógeno a partir del ergot, un alcaloide del cornezuelo bien conocido en todo el continente europeo, pues desde la Edad Media se sabe de intoxicaciones provocadas por el consumo de grandes cantidades de grano infectado por el hongo que daban lugar a convulsiones (el “baile de San Vito”). Hoffman respondió que sí. Así que no hay tanta diferencia entre los profesionales creativos de Sillicon Valley y los iniciados en los misterios en honor a Deméter y Perséfone. Ambos son psiconautas”, término acuñado por Jünger psara designar a los viajeros del fascinante mundo que alberga la mente.  Comparten este hábito otros aventureros, como son los brahamanes, rastafaris y sufís que usan el cannabis, los huicholes y mazatecas que consumen ritualmente peyote, las tribus amazónicas que ingieren ayahuasca, las gentes de Gabón, Camerún y Guinea Ecuatorial que dan un uso idéntico al iboga, las brujas de la Edad Media europea que se administraban belladona, estramonio, mandrágora, beleño y ciertas sustancias de la piel del sapo para realizar sus viajes, los chamanes euroasiáticos asiduos a la amanita muscaria, etc. Y es que, en cualquier sociedad, por más distante que en términos geográficos o históricos esté de la nuestra, es habitual el consumo de enteógenos, dando igual que la correspondiente trama institucional los haya prohibido, tal como paradójicamente ocurre en nuestro mundo, tan resuelto a perseguir e ilegalizar aquello que en su intimidad tanto necesita.

Tras ser sintetizado por Hoffman, el consumo de LSD se extendió en los años 50 con el nombre comercial de Delysid entre psicólogos y médicos, algunos de los cuales se animaron a probar el prodigio también en términos lúdicos, lo cual animó a que ciertos intelectuales lo hicieran con una finalidad creativa. Es el caso, por ejemplo, de Huxley, quien en 1953 ya había escrito un libro sobre sus experiencias con la mescalina, Las puertas de la percepción, título extraído de los versos de otro visionario, el poeta inglés William Blake. En los años 60, además de extenderse el consumo lúdico y creativo de LSD, también se amplió e intensificó el uso terapéutico, lo cual exigió a los psicólogos que ampliaran el mapa de estados subjetivos por los que puede transitar el individuo y emparentaran más aún el consumo moderno con el antiguo o tradicional, pues las experiencias eleusinas, ayahuasqueras, chamánicas, etc. eran y son, entre otras cosas, también de crecimiento personal. Stanislav Groff es, todavía hoy, después de su muerte, el mayor experto mundial en el uso terapéutico del LSD y uno de los primeros psicólogos en tomarse en serio las franjas subjetivas transpersonales. Aunque ya en 1956 comenzó a trabajar con el ácido en el Instituto Psiquiátrico de Praga, fue a partir de 1967, en la Universidad de Maryland, cuando profundizó en la investigación de sus efectos. Tras su ilegalización en 1971, pasó a trabajar otros métodos de expansión de la conciencia, como la respiración holotrópica, inspirada en el Pranayama hindú.

No sólo de LSD esta inundado Sillicon Valley. Desde hace un tiempo y coincidiendo con el auge de los estilos de vida orgánicos, las clases creativas de California realizan estancias de entre una semana y 10 días en Perú por hasta 11000 dólares o acuden a encuentros privados dentro del propio Estado para consumir ayahuasca. En España se estima que cada fin de semana más de 2000 personas ingieren el “remedio” asistidos por maestros nacionales, la mayoría formados en la Amazonía, que han construido un ceremonial adaptado a las características del nativo promedio de Occidente. Del mismo modo que las microdosis de LSD que ingieren los tekkies de Silicon Valley, el consumo actual de ayahuasca tiene también sus antecedentes en los años 50 y 60. En 1953, William Burroughs, después de probar con toda clase de drogas, ingirió por primera vez la pócima en la selva colombiana. Una década más tarde publicó con el poeta A. Ginsberg las cartas que uno y otro se escribieron desde Colombia y Perú contando sus experiencias. También de esos años provienen las primeras referencias a sus efectos telepáticos o de “conciencia compartida”, según la feliz expresión A. Weil, si bien este asunto está lejos de ser aceptado unánimemente por los especialistas. Finalmente, otro importante personaje en la historia de la divulgación moderna de la ayahuasca es el escritor y psiquiatra chileno Claudio Naranjo, que comenzó a realizar terapia y clínica con ella. Después de sus trabajos infinidad de terapeutas desperdigados por todo el mundo utilizan regularmente el bebedizo para tratar a sus pacientes.

Sin embargo, la historia de la relación de Occidente con la ayahuasca es muy anterior. La primera noticia que se tiene de la decocción, también conocida como yagé o caapi, data de 1885, cuando un funcionario del gobierno ecuatoriano, Manuel Villavicencio, descubrió sus insólitos efectos en una visita a las comunidades de la cuenca del río Napo, afluente del Amazonas, sólo seis años después de que el botánico inglés Richard Spruce asistiera a un ritual e ingiriera la pócima con los tukaona del río Vapués, otro afluente del Amazonas. Más tarde, en los años 30, el Mestre Irineu creó en los alrededores de Rio Branco (Brasil) el culto religioso Santo Daime, nombre que designa la pócima. Una parte de esa Iglesia, popularmente conocida como la Lina do Padrinho Sebastiao, es responsable de la expansión internacional del culto, que ya tiene seguidores en varios países de América (incluidos Estados Unidos y Canadá), Europa (principalmente Holanda y España), Asia y África. Algo antes de que apareciera el Santo Daime, en 1921, se creo en el Estado de Bahía otro culto, la Uniao do Vegetal, que se caracteriza, entre otras cosas, por elaborar una ayahuasca con las nueve plantas que tradicionalmente, según los fieles, han usado la mayoría de los pueblos indígenas.

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Tanto ha sido el éxito y la expansión del brebaje durante todo el siglo XX, principalmente en su segunda mitad, que la Plant Medicine Corporation llegó a patentar la ayahuasca como anti-depresivo. Afortunadamente, las movilizaciones que desde 1995 protagonizó COICA, una coordinadora que agrupaba a 400 etnias de la cuenca amazónica, forzó que el 27 de junio del 2003 la empresa norteamericana aceptara la expiración de la patente. De modo que, para consumir el soma de nuestra época, puesto que la industria farmacéutica se ha echado a un lado y la liana es muy difícil de cultivar fuera de su tierra natal, no hay más opciones que ir a la selva o traer el brebaje. A ambas cosas se dedican cada vez más gentes que han levantado sobre la necesidad del hombre blanco de curar su alma un suculento negocio.

La preciada bebida se obtiene tras hervir la liana que da nombre a la pócima junto con otras muchas hojas o hierbas (cerca de 90 especies repartidas en 38 familias), cuya selección varía según los grupos indígenas, aunque la más común es la chakruna. Todas ellas son potentes enteógenos que frecuentemente se usan solos. Por lo que sabemos del bebedizo, sorprende el sofisticado conocimiento bioquímico de los indígenas al elaborar el compuesto con las proporciones exactas de cada planta, más aún teniendo en cuenta que en la selva hay decenas de miles de especies con sus diferentes partes (tallos, hojas, flores y raíces). Ellos dicen que fue el regalo de una divinidad, pero algunas leyendas cuentan que descubrieron la ayahuasca viendo al jaguar lamer la liana y contemplar sus efectos en él.

Las investigaciones químicas han descubierto que tres componentes de la ayahuasca, la harmalina, la harmina y la tetrahidroharmina (todos ellos alcaloides de la familia ß carbolina), son IMAO, inhibidores de la enzima monoamino oxidasa (MAO), la cual bloquea los efectos de la dimetiltriptamina (DMT), un potente enteógeno producido por la glándula pineal que es especialmente activo en los sueños en su fase REM e igualmente en el nacimiento y la muerte. Lo relevante es que el DMT también se encuentra en las otras plantas que acompañan a la ayahuasca en la cocción, especialmente la chakruna. Por lo tanto, la pócima despeja el camino a la estimulación visionaria del DMT que aporta la chakruna.

Los MAO, IMAO, DMT etc. no sólo deben interpretarse en términos bioquímicos. El MAO tiene su prolongación sociopolítica en un orden instituido que bloquea e interrumpe infinidad de fuerzas sociales instituyentes, las cuales tienen una estrecha resonancia con las potencialidades subjetivas que estimulan neurotransmisores como la serotonina o el DMT. A su vez, el orden no sólo se instala a base de prescripciones y proscripciones normativas, legales, morales, etc. También logra imponerse gracias a que se introduce en los cuerpos y en las redes neuronales de los sujetos desde su más tierna infancia potenciando sus MAO. Afortunadamente, las potencias instituyentes cuentan con aliados que permiten vencer o engañar al orden instituido. Es lo que hace el sujeto adulto y consciente cuando, con la ayahuasca, no muy bien tratada por su sistema legal, sortea el orden subjetivo o ego, prolongación del orden social instituido, introduce IMAOS y permite liberar DMT, el cual desbloquea gran cantidad de potencia subjetiva que, a su vez, estimula la circulación de enormes flujos de actividad social instituyente. El consumo de ayahuasca, en fin, desbloquea cierto orden bioquímico-psíquico-social y libera voluntad de vivir, lo cual permite que dicho orden pueda renovarse y mejorar en todos sus niveles, desde el bioquímico al social, pues todo está unido.

No obstante, el desbloqueo, aunque reporte enormes bondades en muchos ámbitos, no alcanza para resolver algunos de los graves problemas enquistados en nuestro mundo, pues incluso los agrava. En efecto, el consumo de ayahuasca por los más insignes representantes del capitalismo creativo, permite que esta nueva economía fortalezca sus principales consecuencias e inconvenientes, que no son sino el enorme incremento de la desigualdad social, la degradación de la biosfera y el empobrecimiento espiritual. Que tal economía, cuyo impulso principal es la explotación (de energía, información y espiritualidad -tanto de la fisis, como del bios y del socius-), haya logrado utilizar para sus propósitos un amplio abanico de enteógenos, entre ellos plantas maestras o sagradas, como la ayahuasca, cuya utilidad principal es traer el crecimiento interior a los individuos, recordarles su vínculo con la naturaleza y mejorar su sociabilidad, resulta paradójico a la vez que inquietante, pues muestra la insaciable voluntad depredadora que dicha economía alberga en su intimidad, la cual le permite, como ocurre con el crecimiento transpersonal de los individuos, aunque en un sentido bien distinto, crecer y expandirse superando constantemente sus propios límites. Allá donde está lo que salva crece también el peligro.

¿No es paradójico que los enteógenos hagan crecer al individuo a la vez que degrada todo lo que le rodea? Quizás hagan falta más cosas que LSD y ayahuasca para arreglar este mundo que se acerca a pasos agigantados a su final. ¿Nos las enseñarán los enteógenos? ¿las aprenderá también el capitalismo? ¿Cómo salir del bucle?

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Acerca del autor

Muchos años luchando en la sombra para que el cannabis florezca al sol.

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