Explorando el consumo de ketamina: desde su historia y prevalencia hasta las recomendaciones clave para minimizar los riesgos asociados en entornos recreativos

por Claudio Vidal Giné y José López Guerrero, Energy Control

Suele decirse que el consumo de ketamina es minoritario y ciertamente parece despertar poco interés entre los profesionales que trabajamos en el ámbito de las drogas. Si se repasa la bibliografía científica producida en nuestro país (o en cualquier otro) que hable sobre la ketamina, fácilmente se encuentra que la gran mayoría de trabajos tienen que ver con sus aplicaciones clínicas como anestésico y muy pocos con su uso recreativo. Por tanto, mejor que “minoritario” sería decir “desconocido”.

Sin embargo, el consumo recreativo de ketamina no es algo nuevo. De hecho, se tiene constancia de él desde muy poco después de que se sintetizara por primera vez en 1962. Aunque en sus inicios se limitaba casi exclusivamente a pequeños círculos relacionados con la contracultura y los profesionales de la salud, su uso se extendió dentro de la cultura dance en los años 80. Desde entonces, existen informes de su consumo en todo el mundo, llegando a niveles preocupantes en el este y sureste de Asia. Como dato importante y que ayuda a dimensionar este alcance: en la ciudad de Hong Kong es la segunda droga ilegal más consumida, sólo por detrás de la heroína.

En España, en la encuesta sobre alcohol y drogas en población general EDADES (Observatorio Español sobre Drogas, 2015), el 0,2% de los hombres y el 0% de las mujeres dijeron haber consumido ketamina alguna vez en los últimos 12 meses, detectándose las mayores prevalencias entre las personas de 15-24 años (0,5%). Sin embargo, las encuestas poblacionales no son especialmente sensibles para captar adecuadamente fenómenos minoritarios, por lo que sus datos deben ser considerados con cautela. Las encuestas específicas dirigidas a consumidores recreativos muestran niveles de prevalencia más elevados. Por ejemplo, la encuesta Global Drug Survey encontró que un 7% de las más de cien mil personas encuestadas había tomado ketamina alguna vez en el último año, siendo ese porcentaje del X% en España (Global Drug Survey, 2016). Por otra parte, la web erowid.org, que ofrece información de reducción de daños a consumidores de drogas, realizó una encuesta online con 18.802 participantes. El 18,7% había tomado ketamina alguna vez en su vida y el 5,8% la había tomado en los últimos 6 meses (Pal et al., 2013). En España, Fernández et al. (2011) encontraron que el 23,8% de las personas encuestadas en raves underground de Andalucía había tomado ketamina en la última rave a la que habían asistido. En definitiva, aunque se acepta que el consumo de ketamina es bajo entre la población general, es posible que estas encuestas no consigan reflejar de manera adecuada las prevalencias de consumo. Lo que sí que es cierto es que no nos ofrecen más información que las prevalencias de consumo, siendo de nula utilidad a la hora de profundizar en aspectos como las características del patrón de consumo o los daños experimentados. De hecho, cuando se ha estudiado a través de encuestas a poblaciones específicas, los hallazgos muestran que la ketamina tiene un cierto protagonismo, especialmente entre personas que frecuentan entornos de ocio vinculados a la música electrónica, y que es fuente de riesgos y daños para las personas que la consumen.

Con todo, en los últimos años ha mejorado el conocimiento sobre los efectos de la ketamina y se acepta que estos son dependientes de la dosis. Dosis bajas producen sensaciones parecidas a los del alcohol como euforia, estimulación y desinhibición. También se produce un aumento del ritmo cardiaco, pérdida de equilibrio y coordinación, analgesia y visión borrosa. Sus efectos comienzan entre los 5 y 30 minutos por vía intranasal y duran hasta unas 3 horas. Por otro lado, dosis altas y siempre subanestésicas tienden a producir efectos disociativos y alucinógenos: alucinaciones visuales y auditivas, alteraciones en la percepción del tiempo, experiencias fuera del cuerpo, cercanas a la muerte o el llamado k-hole.

En cuanto a los daños, las reacciones agudas graves asociadas al uso de ketamina son poco frecuentes. Cuando se producen, generalmente se trata de síntomas neuropsiquiátricos, como alucinaciones, agitación, agresiones y paranoia, o de traumatismos producidos por la reducción en las sensaciones de dolor, la pobre coordinación, la parálisis temporal o las dificultades para hablar. De hecho, las caídas suelen ser bastante frecuentes. Rara vez el consumo de ketamina conduce a un resultado de muerte por toxicidad debida a la sustancia. Normalmente, cuando la ketamina ha sido detectada en análisis toxicológicos de personas fallecidas, también se encontraron otras drogas cuyo papel en el fallecimiento era mucho más plausible.

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Pero de especial relevancia son los daños asociados a un uso habitual o crónico de ketamina. En 2007 se informó por primera vez en Canadá de una serie de casos en los que se detectaron problemas en el aparato urinario y, desde entonces, están recibiendo una gran atención por parte de la comunidad investigadora. Entre estos problemas se ha descrito la aparición de toxicidad en la vejiga y el tracto urinario, lo que provoca una cistitis hemorrágica que cursa con dolor al orinar, sangre en la orina, dolor suprapúbico e incontinencia urgente. Algunos estudios sitúan la prevalencia de este problema en torno al 30% de los consumidores, relacionándolo con un patrón de uso diario, prolongado en el tiempo y caracterizado por el uso de altas dosis en cada sesión de consumo. Sin embargo, también se han descrito casos de personas consumidoras “de fin de semana” con esta sintomatología. Dejar de tomar ketamina podría mejorar los síntomas y, en caso de no hacerlo, podría ser necesaria la cirugía. Finalmente, algunas personas consumidoras refieren también dolores abdominales fuertes después de dosis elevadas o en personas con consumos diarios. Se estima que en torno al 30% de las personas consumidoras podrían sufrir este problema. También se han encontrado una función anormal del hígado tanto en consumidores recreativos como terapéuticos.

Pero, además de daños físicos, otros estudios han identificado diferentes daños de tipo psicológico. Aunque la relación entre el consumo de ketamina y los síntomas depresivos o psicóticos no parece estar clara (de hecho, algunos estudios están mostrando que la ketamina podría emplearse como antidepresivo en pacientes con depresión resistente), sí existen evidencias de déficits cognitivos en consumidores frecuentes, especialmente en la memoria de trabajo y en la episódica, que revierten si se abandona el consumo. Por otra parte, aunque no existen evidencias de un síndrome fisiológico de abstinencia hay estudios que muestran cómo un porcentaje que oscila entre el 4% y el 17% de los consumidores cumplirían criterios para ser diagnosticados de una dependencia a la ketamina. De hecho, se trataría de una dependencia más psicológica que física. Además, la ketamina produce una rápida tolerancia que lleva a una disminución de los efectos psicodélicos.

Evidentemente, los daños relacionados con el uso de ketamina dependen en gran medida de las precauciones que se adopten cuando se vaya a consumir. En un estudio que Energy Control llevó a cabo con 469 personas consumidoras de ketamina se encontró que el empleo de diferentes estrategias de reducción de riesgos era algo inconsistente. Por ejemplo, el porcentaje de personas que dijeron adoptar siempre o casi siempre cada una de las seis medidas planteadas en el cuestionario fue, de mayor a menor porcentaje: espaciar las ocasiones en las que se consume ketamina (62%), espaciar las tomas en una misma ocasión de consumo (54%), marcarse un límite en la cantidad de ketamina a consumir y cumplirlo (41%), limpiar las fosas nasales después de haber estado esnifando ketamina (32%), evitar la mezcla de ketamina con otras drogas (26%) y que haya alguien del grupo que no tome por si se necesita ayuda (12%). Aunque estos datos no tienen por qué reflejar lo que hace el total de consumidores de ketamina, de ser ciertos o incluso aproximados, nos estarían indicando que la información sobre la importancia de adoptar estos cuidados no les llega o, de llegarles, no les sirve de mucho.

A la luz de lo que sabemos, la mejor precaución si se va a consumir ketamina es ser prudente con las cantidades que se consumen y la frecuencia con que se hace. Tanto la dosis como la frecuencia determinan en gran medida el riesgo de tener problemas: a más cantidad y/o mayor frecuencia, mayor riesgo. En segundo lugar, los problemas urinarios afectan a una parte importante y es una complicación grave. Muchas personas pueden estar padeciéndolos y no necesariamente lo relacionan con su consumo de ketamina. Esto puede demorar la adopción de la mejor medida para reducir su impacto: dejar de consumir. En tercero, y dado que la ketamina suele esnifarse, es importante no compartir el turulo y ser lo más higiénico posible en el esnifado. En nuestro estudio, el 43% de las personas que participaron en él usaba frecuentemente o siempre el turulo de otra persona, por lo que el mensaje de “si esnifas, no compartas” debe llegar más y mejor. Finalmente, aunque no está claro el asunto de la dependencia, hay personas que establecen con la ketamina una relación de abuso por la que llegan a consumir grandes cantidades y de forma muy periódica, incluso diaria. Para ello, es importante respetar los tiempos y hacer del consumo algo esporádico y con cantidades moderadas.

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Y, para terminar, es importante recordar que no es ketamina todo lo que es blanco y brilla. En general, el mercado de las drogas ha sufrido una importante transformación con la entrada de las llamadas nuevas drogas psicoactivas (NPS, del inglés new psychoactive substances). Este fenómeno, que no tiene visos de detenerse, también ha afectado al mercado de la ketamina con la aparición de sustancias como la metoxetamina, la difenidina, la 2-Meo-difenidina o la descloroketamina. En general, son sustancias que pueden requerir de un mayor control de las dosis y cuyos riesgos desconocemos. Por tanto, quien vaya a tomar ketamina debe adoptar precauciones para evitar en la medida de lo posible el consumo de estas sustancias. Para ello, tal y como se ha señalado repetidamente en otros artículos, la mejor recomendación es tomar una dosis test o de prueba (Energy Control, 2015) para valorar los efectos y seguir la máxima de si algo no sube cuando y como debería, no seguir tomándolo.

REFERENCIAS

Energy Control (2015). Reducir riesgos con una dosis test o de prueba. Disponible online en https://goo.gl/q0Axyg.

Fernández-Calderón, F., Lozano, Ó. M., Vidal Giné, C., Ortega, J. G., Vergara, E., González-Sáiz, F., y Bilbao, I. (2011). Polysubstance Use Patterns in Underground Rave Attenders: A Cluster Analysis. Journal of Drug Education, 41(2), 183–202.

Global Drug Survey (2016). What we learned from GDS2016. An overview of our key findings. Disponible online en https://goo.gl/dggcRs.

Observatorio Español sobre Drogas (2015). Informe 2015. Disponible online en http://goo.gl/Bha1qF.

Pal, R., Balt, S., Erowid, E., Erowid, F., Baggott, M. J., Mendelson, J., & Galloway, G. P. (2013). Ketamine is associated with lower urinary tract signs and symptoms. Drug and alcohol dependence132(1), 189-194.

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