El escrito que ofrecemos en la entrega de este mes, dentro de nuestra serie monográfica sobre la coca, es una encendida defensa del cultivo y el consumo de la hoja de coca por parte de un grupo que representa los intereses de los habitantes de las regiones de donde es originaria.

Ensalza a la hoja de coca en detrimento de su alcaloide, la cocaína, e incluye argumentos de carácter político cuya valoración dejamos en manos del lector. Fue inspirado por el movimiento Tupac Katari, y lo presentó, en julio de 1993, a la Comisión de las Naciones Unidas sobre Derechos Humanos – Subcomisión de Prevención de Discriminación y Protección a las Minorías, el Grupo de Trabajo sobre Poblaciones Indígenas. La traducción es nuestra.

ANTECEDENTES

La planta de coca es tan antigua como el hombre. El cultivo y el consumo de sus hojas, consideradas sagradas por las civilizaciones precolombinas, se remontan a más de 4.000 años. Es de la mayor importancia el hecho de que, con el paso del tiempo, el arbusto se convirtiera en parte integral de la cultura andina, y que tanto en la actualidad como en el pasado represente la fuerza material y espiritual de la identidad de los pueblos indígenas.

En los Andes no hay ninguna planta más apreciada y valorada por los indios que la de coca. Los nativos del Imperio Tahuantinsuyo, que incluyó Perú, Bolivia, Ecuador y el norte de Argentina, la cultivaron de la misma manera que la vid se cultiva en Europa. Los registros históricos han demostrado que la planta de coca —cultivada desde tiempos inmemoriales— siempre ha sido algo omnipresente en el universo indígena, y que no sólo ha enriquecido sus tradiciones ancestrales, sino que simboliza su vigorosa resistencia a la dominación colonial y al sometimiento.

Desde que los conquistadores españoles la identificaron como uno de los elementos esenciales de los rituales mágicos, religiosos y medicinales de la tradición andina, y como un factor que permitió a los indios conquistados mantener su cohesión y su resistencia, la coca siempre ha sido perseguida y combatida como una “planta diabólica”. Bajo la visión etnocéntrica de los colonizadores europeos, la misteriosa hoja empleada en rituales y ofrendas al Sol y a la Madre Tierra impidió la conversión de los pueblos indígenas al cristianismo. Surgieron los primeros adversarios de la planta de coca y propusieron su eliminación inmediata, con el pretexto de asegurar la salvación de las almas indígenas.

A lo largo de los siglos, la hoja de coca ha sido atacada y defendida por diversas partes. Fue atacada por los colonizadores como parte de un proceso de alienación cultural, y por la Inquisición, detrás de la cual se escondía el voraz apetito por el oro, la plata y todas las riquezas que esperaban en las profundidades de los Andes. A pesar de la contribución inestimable de las civilizaciones precolombinas a la vieja Europa, mediante varias plantas muy valiosas, como por ejemplo la patata, el maíz, el tomate, el quingombó, el algodón, el chile, la quinua y ciertas variedades de legumbres, paradójicamente, la coca es objeto de discriminación. Sin embargo, los pueblos indígenas se identifican con la planta de coca —viva expresión de la cultura andina— y protegiéndola han defendido siempre los derechos de los pueblos andinos por conservar sus tradiciones y valores milenarios.

TRADICIONES ANDINAS

En el marco de la forma de vida de los pueblos aborígenes, la hoja de coca no es ninguna mercancía en la región andina. El papel fundamental del arbusto, con todas sus connotaciones mitológicas, es servir de nexo de integración y garantizar la cohesión social de las familias y las comunidades indígenas; a lo largo de sus vidas está presente como símbolo de fraternidad, solidaridad, espíritu comunitario, comprensión mutua y tolerancia recíproca entre los miembros del vasto imperio de Tahuantinsuyo.

La coca también ha desempeñado y sigue desempeñando un importante papel en la solución de los conflictos, como agente de reconciliación en vistas a la paz y el trabajo en común y, finalmente, como instrumento para el trueque y el pago.

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En relación con su función espiritual, la hoja sagrada de los Incas la han utilizado los indios durante milenios en sus actos ceremoniales y rituales para expresar respeto y gratitud a sus dioses y a la Madre Tierra, por haberles proporcionado los medios necesarios para la vida.

En la cosmovisión indígena, la hoja de coca también actúa como un nexo entre la naturaleza y el pueblo de los Andes; entre el trabajo —el medidor de su dignidad humana— y la explotación racional de sus recursos naturales. El armonioso desarrollo, por parte de estos pueblos, de una sociedad que era la más avanzada y mejor organizada de su tiempo, es actualmente una fuente de inspiración para todos los que luchan por la supervivencia de la Tierra y de su diversidad vegetal y animal.

Entre las múltiples funciones sociales propias de la coca, se incluye la hospitalidad y la generosidad de los nativos. Es la compañera del indio, sea minero u obrero, desde la cuna hasta la tumba. En momentos de agotamiento físico y moral, desesperación y sufrimiento, las pequeñas hojas verdes no sólo alivian las punzadas del hambre, la tristeza y el sufrimiento, sino que, igual que un tentempié o un tónico, refuerzan la resistencia de los indios a las inclemencias, al duro trabajo en el árido suelo y en las minas, y les proporcionan energía para soportar su estatus de pueblo vencido, discriminado, explotado y ofendido en su dignidad.

Además, en la tradición milenaria de las civilizaciones andinas, la planta de coca ha servido como agente espiritual y material, como una fuente de conocimiento e intuición para las poblaciones indígenas, y gracias a ella fueron capaces de diagnosticar y curar numerosas enfermedades, así como de predecir el destino y los fenómenos naturales (granizo, heladas, etc.) para estar preparados y adaptados a los rigores del clima.

En consecuencia, es imposible imaginarse a los indios nativos andinos sin su planta, que les inspira gran respeto y veneración. En virtud de su profundo significado místico y mítico en la religión, la cultura, la salud y el trabajo, la hoja de coca es un poderoso símbolo de la identidad indígena, y por ello imposible de sustituir por ningún cultivo alternativo. Quienes tratan de erradicar la coca son culpables de socavar los fundamentos mismos de la herencia cultural andina, de desarraigar tradiciones ancestrales y de promover la invasión de la llamada ‘civilización’ occidental.

LAS VIRTUDES DE LA COCA

A la luz de las investigaciones realizadas y confirmadas por la experiencia cotidiana, podemos afirmar que la planta de coca es fundamentalmente una planta medicinal por excelencia, cuyas propiedades preventivas y terapéuticas han demostrado su eficacia a lo largo de los siglos.

Según los estudios científicos, la composición química de la hoja de coca es más completa y rica en calorías, proteínas, grasas, carbohidratos, fibra, cenizas, minerales (calcio, fósforo, hierro, potasio, magnesio, sodio, ácido ascórbico, etc.), y en las vitaminas A, C y E, que otras plantas alimenticias e infusiones de uso común, como por ejemplo el café, el té, la manzanilla, etc. Gracias estas investigaciones, actualmente sabemos que la hoja de coca contiene más proteínas (19,9 por ciento) que la carne (19,4 por ciento), y mucho más calcio (2,191 por ciento) que la leche condensada, y que es más rica en vitamina B1 (276 por ciento más) que las zanahorias frescas (véase Carter y Mamani, “Coca en Bolivia”, 1980).

No es casual que esta planta haya adquirido una amplia y diversa gama de aplicaciones en la medicina tradicional de los pueblos indígenas. Sus cualidades insustituibles se han demostrado a lo largo del tiempo y en numerosos ámbitos. La hoja de coca se ha convertido en el remedio tradicional para el tratamiento de ciertas enfermedades fisiológicas y psicológicas, y en virtud de su composición es un potente vigorizante para curar dolencias estomacales y digestivas, aliviar las afecciones de la laringe y de las cuerdas vocales, prevenir el vértigo, regular la presión arterial y el metabolismo de los hidratos de carbono, e incluso para aumentar la potencia sexual.

Por último, se ha establecido una relación directa entre el apetito, la fatiga física e intelectual y el uso tradicional de la coca, que puede consistir en mascarla, en tomarla en infusiones o en aplicarla en forma de cataplasmas. Bajo condiciones de extrema pobreza, caracterizada por la malnutrición y las enfermedades que surgen debido a la falta de calorías y vitaminas, la composición química de la coca no sólo permite a los indígenas soportar el hambre y el frío, sino que también les proporciona una valiosa fuente de vitaminas y energía.

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En este sentido, los turistas extranjeros son más conscientes que los propios indios del valor de la coca a la hora de elaborar un excelente té de hierbas para evitar el mal de altura (soroche) y adaptarse al clima del fascinante altiplano de los Andes. Es significativo que, durante una visita a Bolivia, el Papa Juan Pablo II aceptara beber mate de coca, con lo que reconoció implícitamente las virtudes de la hoja sagrada de los Incas.

CONFUSIÓN ENTRE LA COCA Y LAS DROGAS

En primer lugar, es necesario destacar y distinguir la diferencia fundamental entre la masticación de coca en el entorno de los Andes y el uso ilícito de cocaína en los países desarrollados. En un discurso pronunciado en 1992 ante la asamblea anual de la Organización Mundial de la Salud, el Presidente de la República de Bolivia, Paz Zamora, se refirió a estas interpretaciones confusas y contradictorias y afirmó que “la coca es una tradición andina, mientras que la cocaína es una costumbre occidental” (Tribune de Genève, 7 de mayo de 1992).

Sin duda, los países consumidores identifican deliberadamente la hoja de coca con esa droga estigmatizada, condenada por los pueblos indígenas, pero ávidamente consumida por los occidentales, y cuyos perversos efectos están destruyendo la salud de las generaciones presentes y futuras en la sociedad de consumo. En opinión de los adversarios de la coca, atrapados por su propia lógica de la oferta y la demanda, la coerción es suficiente para controlar la adicción a las drogas; es decir, la erradicación de la planta en detrimento de la supervivencia de una ancestral tradición andina.

En segundo lugar, en virtud de sus propiedades en medicina, salud y trabajo, el modo de consumo tradicional de la hoja de coca no es perjudicial para el organismo, a diferencia de la cafeína y la nicotina, que se han extendido y han logrado reconocimiento universal.

Evo Morales es un gran defensor de la hoja de coca
Evo Morales es un gran defensor de la hoja de coca

En contraste con el creciente consumo de tabaco y alcohol, el uso tradicional de la coca, en sus múltiples formas, no es ni ha sido nunca una forma de adicción a las drogas, sino una costumbre indígena natural que es posible abandonar sin sufrir síndrome de abstinencia. Nadie puede afirmar, en ausencia de pruebas científicas, que los indios quechuas y aymaras, especialmente en Perú y Bolivia, que han mascado la hoja sagrada de sus antepasados desde tiempos inmemoriales, hayan sido adictos a las drogas.

En consecuencia, las poblaciones indígenas productoras de coca tienen numerosas razones para estar indignadas por la incoherencia de los argumentos contradictorios de los países occidentales, que aseguran que los efectos perjudiciales de la droga en sus opulentas sociedades pueden controlarse sin erradicar los factores económicos, sociales y morales que han generado uno de los mayores azotes de Occidente.

(Continuará)

Acerca del autor

]. C. Ruiz Franco es licenciado en Filosofía y DEA del doctorado de la misma carrera, cuenta con un posgrado en Sociología y otro en Nutrición Deportiva. Se considera principalmente filósofo, y es desde esa posición de pensador como contempla el mundo y la vida. Se interesa principalmente por las sustancias menos conocidas, y sobre ellas publica mensualmente en la revista Cannabis Magazine.