La droga zombi

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En este artículo les expondremos los asombrosos resultados de la investigación realizada en los años 80 por Wade Davis sobre el mítico fenómeno de la zombificación. Si tras leerlo alguien cree poder resolver el misterio de forma más bonita y fascinante a como lo hizo este célebre etnobotánico, que venga aquí y lo cuente. De lo contrario, mejor que calle y nos deje disfrutar para siempre de esta sublime explicación fármaco-antropológica.

Por Eduardo Hidalgo

«En la primavera de 1962 un campesino haitiano de unos cuarenta años se presentó en la guardia del hospital Albert Schweitzer, en Despachelles, en el valle de Artibonito de Haití. Se identificó con el nombre de Clairvius Narcisse y quedó internado el 30 de abril a las diez menos cuarto con un cuadro de fiebre, dolores y malestar general; también escupía sangre. El cuadro se agravó rápidamente y el 2 de mayo a la una y cuarto fue declarado muerto por los dos médicos de guardia, uno de los cuales era norteamericano. Su hermana, Angelina Narcisse, presente en el momento del fallecimiento, avisó a la familia. Poco después, una hermana mayor, Marie Claire, fue al hospital, reconoció el cadáver y puso su huella digital en el certificado de defunción. El cuerpo permaneció en la morgue durante veinticuatro horas. El 3 de mayo de 1962, a las diez de la mañana, Clairvius Narcisse fue enterrado en el pequeño cementerio de su aldea de l’Estére, y diez días después su familia hizo colocar una pesada losa de hormigón sobre la tumba».

cementerio
Cementerio

El 18 de enero de 1980, es decir, dieciocho años más tarde, encontrándose Angelina en el mercado de l’Estére, un hombre desarrapado, semidesnudo y en estado de shock se le aproximó y se presentó ante ella como su difunto hermano. Le contó que aquel 2 de mayo de 1962 estuvo consciente en todo momento, pero que no pudo articular palabra ni mover un mísero dedo. Dijo que escuchó a los médicos certificar su defunción, que oyó como su hermana rompía a llorar, y que notó como le ponían encima la mortaja. Después asistió a su propio enterramiento y, a la hora de cerrarse el ataúd, un clavo le lastimó la cara (aún conservaba la cicatriz). Abandonado vivo en su féretro pasaron horas, horas y horas, hasta que perdió la noción del tiempo y del espacio y sintió que flotaba sobre su tumba. Se encontraba bien, tranquilo, feliz. Su alma estaba lista para emprender el viaje al Más Allá. Pero, entonces, escuchó como le llamaban por su nombre al tiempo que la tumba se abría. Sonaban tambores y los cánticos de un bokor (brujo o mago negro haitiano). Le sacaron del ataúd, le pegaron, le azotaron, le amordazaron, le obligaron a comer una pasta hecha de patatas dulces y se lo llevaron, caminando por las noches y escondiéndose de día, hasta llegar a la otra punta de la isla. Ahí se lo entregaron a otro bokor y entró a trabajar para él como un esclavo-zombi más en sus plantaciones de azúcar. Dos años después, en un insólito arrebato de cólera, uno de los zombis mató al bokor con una azada y los esclavos, sin amo al que obedecer ni del que ser sustentados, abandonaron las plantaciones cada cual por su camino. Narcisse, temeroso de regresar a su aldea natal debido a antiguas rencillas con su hermano, estuvo vagando durante 16 años por los campos de Haití y sólo se atrevió a regresar a su poblado una vez que su hermano murió. No obstante, al volver no fue bien recibido ni por su propia familia. Los aldeanos se mofaban de él y su hermana le ofreció dinero para que se marchara.

En este punto cabe destacar que la visión haitiana del zombi en poco o nada se parece a la visión occidental difundida por las películas de serie-B. Aquí los zombis nos dan miedo, nos resultan amenazantes, peligrosos… ahí vienen a ser poco más que parias y descastados.

Así las cosas, para evitar males mayores, la policía terminó por tomar a Clairvius bajo su protección y finalmente acabó bajo el cuidado del Doctor Lamarque Douyon en el Centro de Psiquiatría y Neurología de Puerto Principie.

Un par de años más tarde, en 1982, Wade Davis, especialista en etnobotánica y discípulo aventajado de Richard Evans Shultes, viajó a Haití con el propósito de investigar el caso de Clairvius Narcisse y de desentrañar los misterios del proceso de zombificación.

Davis se entrevistó con Clairvius en el Centro del Doctor Douyon. Por aquel entonces, además de Clairvius Narcisse, se encontraba internada Francina Illeus, apodada “Ti Femme” (pequeña dama o pequeña mujer), que había sido declarada muerta el 23 de febrero de 1976 y encontrada viva tres años más tarde. En las entrevistas Clairvius mostraba un hablar lento y pesado, pero por lo demás parecía un hombre normal. Ti Femme, sin embargo, se encontraba en un estado casi vegetal y era imposible mantener una conversación con ella.

Tras las entrevistas, el señor Davis se ocupó de presenciar todo tipo de ceremonias vudús y de establecer contacto con los más poderosos houngans (sacerdotes) y bokors (hechiceros) para adentrarse en las innumerables sociedades secretas haitianas y lograr desvelar y comprender el misterio de los muertos vivientes.

Haití

Consiguió, así, hacerse con unas cuantas muestras de polvo zombi obtenido de distintos bokors y los mandó analizar en laboratorios occidentales. El contenido de los polvos variaba de una muestra a otra. Había tarántulas, sapos, gusanos, lagartos, serpientes, diversas plantas… pero había tres ingredientes que estaban presentes en todos los preparados: los huesos humanos, las plantas con efectos urticantes y el pez globo.

El pez globo –o algunas variedades de pez globo– contiene tetrodotoxina, una potentísima neurotoxina capaz de producir la muerte del ser humano con dosis minúsculas. El poder venenoso de estos peces es conocido desde antiguo y de hecho, su capacidad para producir un estado de muerte aparente es bien conocida en lugares como Japón, donde este pescado –que los japoneses denominan fugu– es considerado un auténtico manjar. Para ser cocinero de fugu ha de obtenerse una titulación específica y pasar varios años de preparación y práctica. La preparación del pez para ser servido como alimento requiere que se retiren cuidadosamente las partes más ricas en tetrodotoxina (la piel, el hígado y los órganos sexuales). Sin embargo, aún con todo, cada año decenas de comensales mueren en Japón debido al consumo de fugu e, históricamente, no han faltado los relatos de comensales que, en su día, fueron declarados muertos tras comerlo y que, como Clairvius Narcisse, pudieron contemplar horrorizados como los médicos certificaban su muerte, como lloraban sus familiares hasta que, en un golpe de suerte, pudieron volver en sí y articular palabra antes de ser enterrados vivos para siempre.

Davis se informó sobre la toxicidad del pez globo y rastreó a fondo los casos de muertes asociadas a su consumo. Los síntomas que encontró fueron los siguientes: parestesias, cianosis en los labios, desordenes digestivos, edema pulmonar, hipotermia, dificultades respiratorias, hipotensión, afonía y parálisis completa. Uno por uno resultaron ser los síntomas sufridos por Clairvius antes de ser declarado muerto.

The three living and the three dead

A su vez, las plantas urticantes (o los pelos de tarántula) cumplirían la función de facilitar la entrada de la tetrodotoxina en el torrente sanguíneo, en tanto en cuanto el polvo zombi se aplica sobre la piel, a ser posible en una pequeña herida, de modo que cualquier irritación que haga que la víctima se toque y se rasque contribuirá a que el veneno penetre en su cuerpo en mayor cantidad y de forma más eficaz.

Los huesos humanos pulverizados, por último, aportan y simbolizan el elemento esotérico y religioso que viene a ser tan importante como las propias toxinas y que, en última instancia, explica por qué los nipones, tras comer fugu y sobrevivir a la contemplación de su propio sepelio, llevan una vida normal mientras que los haitianos como Clairvius Narcisse se convierten en zombis.

Y es que, aún hoy en día, más de la mitad de la población haitiana cree y practica la religión vudú. Esta religión tiene una concepción del alma dual. De una parte existe el Gros Bon Ange (Gran Buen Ángel) y de otra el Ti Bon Ange (Pequeño Buen Ángel).

Al Gran Buen Ángel se le atribuye la memoria, los sentimientos y la personalidad del ser humano, además de estar íntimamente relacionada con el cuerpo, tanto que, perder el Gran Buen Ángel equivaldría a perder la vida. El Pequeño Buen Ángel está ligado al cerebro y a la conciencia del hombre siendo este tipo de alma el que puede ser arrebata por un bokor, de tal manera que la persona pierde la conciencia de sí misma y con ella la voluntad, quedando a expensas de su amo, que lo usará como un esclavo o un siervo doméstico: un zombi.

El vudú en Haití

Por lo demás, la religión vudú está especialmente enraizada en las áreas rurales de Haití, donde siguen teniendo un papel preponderante las ancestrales sociedades secretas (que se remiten a los tiempos de la independencia del país, cuando los negros haitianos lograron la única revolución esclava exitosa y victoriosa de toda la historia de la humanidad). En gran parte del país, por lo tanto, estas sociedades secretas de tipo popular son las que imponen el orden y la ley –muy por encima de las autoridades estatales, algo que, por ejemplo, bien supo utilizar el dictador Francois Duvalier, declarándose él mismo un houngan–. Y en la ley que marcan estas sociedades hay siete acciones específicamente condenables:

1 – Ambición: enriquecimiento desmedido a expensas de la familia y los empleados.
2 – Falta de respeto por sus pares.
3 – Denigrar la sociedad secreta.
4 – Robar la mujer de otro hombre.
5 – Difundir chismes que calumnian a un tercero y afectan su bienestar.
6 – Perjudicar a la familia propia.
7 – Litigios vinculados a la tierra: cualquier acción que le impida a otro trabajar la tierra.

Quien cometa una o varias de ellas puede ser llevado a juicio frente a la sociedad (no es necesario que el acusado esté de cuerpo presente) y si se demuestra que las acusaciones son ciertas y de especial gravedad, la persona puede ser vendida a la sociedad secreta que, a modo de pena capital, la convertirá en zombi.

Clairvius Narcisse había cometido todas, de principio a fin y durante años. La gota que colmó el vaso fue la última: los litigios por la tierra. Narcisse, soltero y sin hijos, debía haber cedido su parte de la herencia a su hermano, casado y con varios hijos. Así lo mandaba la tradición. No lo hizo y fue su hermano quien lo vendió a la sociedad secreta para que se lo llevaran como esclavo.

El resto de la historia ya la conocen ustedes, salvo un pequeño detalle: la pasta de patatas dulces que le obligaron a comer a Narcisse al sacarle de su tumba contenía también lo que en Haití llaman “pepino zombi”, una planta que contiene datura stramonium. Puede que incluso se la siguieran administrando en pequeñas dosis durante su período de esclavitud. No es raro, por tanto, que entre los efectos de la tetrodotoxina y de la datura, otros zombis –como por ejemplo la mencionada Ti Femme- mostrasen graves daños cerebrales, lo excepcional, si acaso, es que Clairvius hubiese logrado mantenerse tan íntegro.

Y en este punto, entendemos que ya a nadie le resultará difícil comprender por qué la intoxicación con tetrodotoxina en un habitante de Japón o Nueva York puede tener resultados completamente diferentes a los de una intoxicación con la misma sustancia en un habitante de Haití que cree en la religión vudú, en la existencia de un alma dual que puede ser robada por un bokor cuando la comunidad a la que pertenece considere que ha infringido gravemente las normas de convivencia… que un buen día se siente morir, es considerado muerto, enterrado, sacado de la tumba, drogado con datura y vendido como esclavo.

Está claro: no fue la droga la que convirtió a Narcisse en zombi, fue: la droga, su propia mente (con sus creencias y expectativas) y la sociedad en la que vivía. Ya saben, la misma cuestión de siempre: drug, set and setting, my dear friends.

Acerca del autor

Eduardo Hidalgo
Yonki politoxicómano. Renunció forzosamente a la ominitoxicomanía a la tierna edad de 18 años, tras sufrir una psicosis cannábica. Psicólogo, Master en Drogodependencias, Coordinador durante 10 años de Energy Control en Madrid. Es autor de varios libros y de otras tantas desgracias que mejor ni contar.

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