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Los motivos desconocidos de la prohibición del uso de la LSD en psicoterapia en los años 60

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Forma parte del imaginario colectivo psiquedélico el creer que la prohibición de la utilización de la LSD en psicoterapia fue consecuencia de la paranoia colectiva que sufrieron los políticos y legisladores norteamericanos, a principios de los años 60, como reacción a la eclosión del movimiento hippie que la utilizaba como sacramento

por José Carlos Bouso

Timothy Leary y sus compinches habían sido expulsados de Harvard en 1962 por las envidias suscitadas entre sus colegas académicos, que veían cómo el interés de los alumnos por actividades de investigación diferentes a la psiquedélica decaían, llevándose toda la popularidad Leary y Alpert, principales impulsores del proyecto psiquedélico de Harvard. Para los profanos en la materia, decir que en la Facultad de Psicología de Harvard habían trabajado como profesores las mayores lumbreras de la psicología académica norteamericana, desde el irrepetible William James (de hecho, dicha Facultad se llama Facultad de Psicología “William James”) hasta el obtuso Burrhus Skinner (de quien sardónicamente toma el nombre el famoso director de la escuela de Springfield de Los Simpson), uno de los padres de la psicología conductivista.

El detonante de su expulsión no fue otro que el hoy gurú de las medicinas alternativas Andrew Weil, un joven ambicioso que se vengó de Leary denunciándole, cual judas, a la autoridad académica por organizar sesiones privadas de LSD en su casa. La razón es que Weil le pidió drogas a Leary para realizar sus propios experimentos, pero al no estar aquel aún graduado, este no se las concedió. Pese a lo que cuentan las leyendas negras, el programa psiquedélico liderado por Leary era bastante serio. Años después Weil se disculparía personalmente ante Leary por la denuncia que levantó contra él ante las autoridades académicas de Harvard. El resto de la historia es conocida: Leary, Alpert y Luego Ralph Metzner decidieron seguir con sus investigaciones fuera del entorno académico cayendo en una especie de proselitismo mesiánico que, unido a las correrías de Ken Kessey y sus alegres pillastres, consiguieron que buena parte de la juventud norteamericana se rebelara contra los valores tradicionales de la sociedad en la que vivían incorporando masivamente en sus vidas el uso de LSD y otras drogas. Todo hay que decir también que, mientras los hippies tomaban LSD en sus happenings, una elite intelectual y del mundo del espectáculo hacía lo propio en sus casas y mansiones, sobre todo tras la inmensa publicidad que algunos actores, como Cary Grant, habían dado a la LSD en periódicos y revistas de cotilleo cultural. Pero estas historias son bien conocidas y están ampliamente documentadas en muchas otras fuentes.

mientras los hippies tomaban LSD en sus happenings, una elite intelectual y del mundo del espectáculo hacía lo propio en sus casas y mansiones

En 1966 se prohibió la posesión de LSD en el estado de California (siendo gobernador Ronald Reagan) y en el resto de los Estados Unidos en 1969. Pero ninguna de estas prohibiciones hacía referencia a sus usos clínicos y experimentales. De hecho, la investigación con LSD (tanto con fines terapéuticos como con fines malévolos, como los que desarrolló la CIA en el infame proyecto MKULTRA) no murió porque se prohibiera la investigación con la sustancia (o al menos esa no fue su muerte natural), sino por los motivos que se explicarán en adelante. Incluso, cuando en el Convenio de 1971, en el que la Junta Internacional de Fiscalización de Estupefacientes (JIFE) incluye a la LSD y a otros tantos psiquedélicos en sus listas más restrictivas de lo que vinieron a llamar “psicótropos”, la investigación científica con estas sustancias sigue estando permitida. Otra cosa es que la posterior histeria global antidrogas pusiera las cosas muy difíciles a aquellos investigadores interesados en estudiarlas. Pero eso vino después y también es otra historia que no compete a este artículo.

Recientemente se ha publicado un artículo en la revista científica Journal of the History of Medicine and Allieded Sciencies[1] en el que se cuenta la historia alternativa según la cual la LSD nunca llegó a estar prohibida para usos científicos en los Estados Unidos (ni en el resto del mundo), sino que simplemente encajaba mal en las nuevas directrices en materia de metodología científica que empezó a imponerse en la época.

La LSD llegó a la comunidad científica norteamericana por primera vez en 1949 por mediación de los laboratorios Sandoz, donde Albert Hofmann había descubierto sus propiedades psicoactivas en 1943. Inmediatamente generó una altísima expectación entre la comunidad médica donde se investigó profusamente para el tratamiento de diferentes trastornos mentales, como fármaco para explorar las características de las experiencias místicas y para la deshabituación de alcohólicos, entre otros usos. Las investigaciones y terapias con LSD se multiplicaron por todo el país. Pero el posterior desinterés (décadas después) por los investigadores en la sustancia no fue motivado por la eclosión del movimiento hippie. Años antes, muchos investigadores y agencias gubernamentales habían empezado a perder interés en la sustancia.

La controversia que rodeó a la LSD sí tuvo, ciertamente, un importante impacto en la investigación con la sustancia en los EE.UU., pero no por los motivos sociopolíticos que se suelen contar, sino porque Sandoz simplemente dejó de suministrar LSD a los investigadores norteamericanos, y esto sí que fue una consecuencia directa de la controversia que rodeaba a la LSD en los años 1960. Comercializar cualquier fármaco para fines científicos y terapéuticos solo lo puede hacer una empresa farmacéutica, pues la investigación independiente no suele tener dinero para iniciar todo el desarrollo técnico que implica la comercialización de un fármaco. Al retirarse Sandoz, no había ninguna empresa norteamericana que quisiera asumir tal riesgo. Esto implicaba solicitar a la FDA (Food and Drug Administration) los permisos para iniciar el desarrollo farmacéutico del fármaco algo, como se ha dicho, inviable sin una empresa farmacéutica detrás.

los investigadores psiquedélicos simplemente perdieron el entusiasmo y empezaron a dedicarse a otra cosa

De hecho, la criminalización de la LSD no prohibió su investigación científica y hasta 1970 era habitual poder seguir investigando oficialmente con la sustancia, como de hecho ocurrió. Muchas otras drogas, como la morfina o las anfetaminas, conviven en ambos escenarios, el del mercado ilícito y el médico. El problema con la LSD venía de la difícil evaluación de su eficacia como tratamiento. Tras 20 años de investigación, aún no se había llegado a un consenso sobre el tema. La explicación reside en cuestiones contextuales concernientes a los cambios importantes que se venían produciendo en la regulación, la práctica y el desarrollo de productos farmacéuticos que ocurrieron en esa época y que derivó en que en 1962 se creara la conocida “Drug Amendments of 1962”, que era la implantación de lo que en medicina se conoce hoy como “Proof of concept” (o “prueba de concepto”): la eficacia de un fármaco que quiera ser comercializado tiene previamente que haberse demostrado siguiendo las reglas de los “ensayos clínicos”. Esto es, estudios en los que ni el investigador ni el paciente conoce si lo que está recibiendo el segundo es el fármaco activo o un placebo, y además la asignación a cada posible tratamiento es aleatoria, no depende de un juicio clínico, de tal forma que los sesgos derivados de las expectativas tanto de médicos como de pacientes pudieran estar controlados. Desde entonces, los resultados de un ensayo clínico dependían de su buen diseño. Un método, derivado de lo que se conoce en medicina como “investigación bacteriológica”, esto es, que una enfermedad está motivada por una causa física y que la eficacia de un fármaco es atajar dicha causa (por ejemplo, una enfermedad está causada por una bacteria y al aplicar un antibiótico la bacteria desaparece).

Pero el modelo bacteriológico no se ajusta bien a la investigación psiquiátrica. De hecho, la mayoría de los fármacos psiquiátricos, desde los antipsicóticos hasta el litio, no fueron descubiertos siguiendo el modelo bacteriológico, sino que se descubrieron por casualidad, observando a pacientes que eran tratados con dichos fármacos para otras enfermedades que de repente manifestaban comportamientos extraños. La LSD, desde luego, no se ajusta ni mucho menos al modelo bacteriológico. La LSD es un fármaco que permite trabajar con los contenidos mentales de los pacientes y aunque tiene una actuación evidente sobre ciertas áreas del cerebro, no son necesariamente esas áreas las que están implicadas en las manifestaciones conductuales de los trastornos de los pacientes. Aislar los efectos sobre el cerebro de la LSD de sus efectos terapéuticos (la norma básica de cualquier ensayo clínico controlado) es, simple y llanamente, imposible. La Drug Amendments de 1962 frustró el progreso de la psicoterapia con LSD. Dicha normativa, sea de paso decirlo, nada tenía que ver con el uso callejero de la sustancia, obedecía simplemente a cómo el modelo médico de investigación fue acogiéndose al enfoque bacteriológico como modelo principal de investigación. Con la consiguiente frustración de psiquiatras y psicólogos que, independientemente de que usaran o no LSD en sus investigaciones y tratamientos, se vieron ninguneados.

Por supuesto, hubo protestas por parte de psiquiatras como Osmond, Hoffer o Hubbard, que llevaban décadas haciendo investigación con LSD y que se negaban, por inoperante, a adoptar el modelo bacteriológico a sus investigaciones. Hubo protestas a la FDA criticando que el ensayo clínico no era el único ni verdadero método para probar la eficacia de un fármaco, y menos en psiquiatría, pero el modelo bacteriológico terminó imponiéndose mundialmente y los investigadores psiquedélicos simplemente perdieron el entusiasmo y empezaron a dedicarse a otra cosa. Y todo esto, como ya se ha dicho, antes de que apareciera Leary en escena.

Pero no todo el mundo desistió, hubo grupos, como el liderado por Grof en el Spring Groove Institute y otros que trataron de adaptar sus estudios con psiquedélicos a la nueva normativa, pero cumplir los rigores metodológicos era tan complicado que finalmente, en 1974, el Instituto Nacional de Salud mental de los EE.UU. terminó declarando que la LSD no tenía aplicaciones terapéuticas. Si bien es cierto que las pruebas no fueron evaluadas con suficiente ecuanimidad. Se me acaba el espacio. Quien esté interesado en conocer algo más de esta historia en la que se narran los pocos estudios positivos que se realizaron con LSD siguiendo las normas del ensayo clínico puede consultar un excelente artículo al respecto[2].

Más de 50 años después, con el avance de las ciencias biomédicas y estadísticas, la comunidad psiquedélica ha encontrado la forma de realizar ensayos clínicos con LSD y otros psiquedélicos cumpliendo con las metodologías propias de la medicina bacteriológica. Un ejemplo de ello son los estudios sobre psicoterapia con LSD y con psilocibina para enfermos terminales que he reseñado en artículos previos de esta sección.

La conclusión general que quería transmitir aquí es la de clarificar cuáles fueron las razones principales para que la investigación terapéutica con LSD y otros psiquedélicos se viera interrumpida hace más de 50 años. Razones ajenas a la controversia que generó el uso recreativo de estas sustancias y su posterior prohibición. El lector curioso encontrará profusión de detalles en los dos artículos aquí referenciados en las notas a pie de página.


[1] Oram M. 2014. “Efficacy and enlightenment: LSD psychotherapy and the Drug Amendments of 1962”. J Hist Med Allied Sci. 69(2):221-50. (http://goo.gl/ij4WeH).

[2] Novak SJ. 1997. “LSD before Leary. Sidney Cohen’s critique of 1950s psychedelic drug research”. Isis. Mar;88(1):87-110. (http://goo.gl/4ezncW).

Acerca del autor

Jose Carlos Bouso
José Carlos Bouso es psicólogo clínico y doctor en Farmacología. Es director científico de ICEERS, donde coordina estudios sobre los beneficios potenciales de las plantas psicoactivas, principalmente el cannabis, la ayahuasca y la ibogaína.

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