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N-Dimetiltriptamina (DMT). 2ª parte

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Por Javi – Growland.org

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DMT por todas partes

Químicamente simple, el DMT permite sin embargo a nuestra consciencia acceder a las más increíbles e inesperadas visiones, pensamientos y sensaciones, abriendo la puerta a mundos fuera del alcance de nuestra imaginación.

El DMT existe en nuestro cuerpo y en el reino animal y vegetal. Forma parte de la constitución ordinaria de humanos y otros mamíferos, animales marinos, hierbas y semillas, sapos y ranas, hongos y moho, corteza, flores y raíces.

El alquimista psicodélico Alexander Shulgin dedica todo un capítulo al DMT en su extenso compendio Tikhal: Tryptamines I Have Known and Loved. En este capítulo titulado “DMT en todas partes”, subraya: “El DMT está… en esa flor, en aquel árbol, en ese otro animal… está presente prácticamente en cualquier lugar donde miremos”. Pero donde más abunda el DMT es en ciertas plantas de América Latina. Lugares donde el hombre conoce sus sorprendentes propiedades desde hace docenas de miles de años.

A mediados del S.XIX, dos exploradores amazónicos, el inglés Richard Spruce y el alemán Alexander von Humboldt, describieron por primera vez los efectos de tomas y brebajes exóticos psicotrópicos elaborados a partir de plantas por tribus indígenas. Los indígenas de América Latina siguen realizando estas tomas, denominadas yopo, epena, jurema. Consisten en enormes dosis, hasta de 30gr. o más. Existe una técnica espectacular, que consiste en que un ayudante del consumidor insufla la mezcla en la nariz de éste mediante un tubo. La fuerza del soplo ha de ser suficientemente fuerte como para tumbar al receptor. Spruce y Von Humboldt relatan cómo los indígenas se sumergen de forma inmediata en un estado delirante acompañado de vómitos, sudores y contorsiones incoherentes. Estos primeros exploradores escucharon historias de visiones fantásticas, “viajes fuera del cuerpo”, predicciones, localización de objetos perdidos, y contacto con ancestros y demás entidades etéreas.

Otro preparado vegetal, consumido en forma de brebaje, parecía producir efectos similares, aunque no de forma tan espontánea. La Ayahuasca o Yagé es fuente de inspiración de infinidad de obras artísticas rupestres y pinturas presentes en construcciones indígenas, lo cual denominaríamos en nuestros días “arte psicodélico”.

Mientras las muestras de plantas traídas por estos dos exploradores languidecían en los archivos de algún museo de historia natural, el químico canadiense R. Manske, en una investigación independiente, sintetizó una nueva droga llamada N,N-dimetiltriptamina, o DMT, a partir de la fresa arborescente, un arbusto presente en el continente norteamericano. Por lo que se sabe, Manske sintetizó el DMT, tomó nota de su estructura, y guardó el producto en algún cajón olvidado de su laboratorio. Nadie conocía entonces la existencia del DMT en las plantas psicotrópicas, sus propiedades psicodélicas o su presencia en el cuerpo humano. El interés de los científicos no se despertó hasta bien acabada la Segunda Guerra Mundial.

El descubrimiento del LSD y de la serotonina quebrantó a principios de los años 50 los cimientos de la psiquiatría freudiana, sentando a la vez las bases de la neurociencia. El interés de los científicos por los psicodélicos , que empezaron a llamarse a sí mismos “psicofarmacólogos”, les llevó buscar los ingredientes activos mediante el análisis de cortezas, hojas, raíces y semillas de plantas descritas como psicodélicas 100 años atrás. La familia de las triptaminas fue un centro de interés evidente por ser el LSD y la serotonina ellas mismas triptaminas.

El precursor: Stefan Szára

En los años 50, el químico y psiquiatra húngaro Stefan Szára conoció en profundidad y se interesó por el efecto psicotrópico del LSD y de la mescalina, por lo que decidió encargar un poco de LSD a los laboratorios Sandoz con el fin de llevar a cabo sus propios estudios sobre la química de la consciencia. Puesto que Szára vivía detrás del telón de acero, la sociedad farmacéutica suiza no accedió a mandarle el pedido, por temor a que el potente LSD cayese en manos de los comunistas. Tal rechazo no le desanimó sino que le incitó a estudiar todo lo relativo al DMT, que sintetizó en su laboratorio de Budapest en 1955.

Szára ingirió dosis crecientes de DMT sin sentir efecto alguno, lo cual le llevó a preguntarse si algo en el sistema gastrointestinal impedía la absorción del DMT, planteándose la inyección por vía intramuscular del mismo. Tal presentimiento precedió el descubrimiento del mecanismo intestinal que disuelve el DMT ingerido por vía oral –mecanismo que los indígenas sudamericanos habían aprendido a esquivar hace miles de años. Decidido a ir el primero, en 1956, Szára se inyectó una intramuscular de DMT, de aproximadamente la mitad de una dosis “completa”: “Al cabo de 3 o 4 minutos, empezaron las sensaciones visuales, similares a las descripciones de Hofmann y Huxley sobre el LSD y la mescalina. Era apasionante. Estaba claro que había descubierto el secreto.” Tras multiplicar la dosis por dos: “Los síntomas físicos hicieron su aparición. Ligero picor, temblores y náuseas, dilatación de las pupilas, aumento de la tensión y del ritmo cardiaco. Todo acompañado de fenómenos eidéticos, claras representaciones alucinatorias, imágenes o trazas de objetos percibidos visualmente, ilusiones ópticas y alucinaciones que consistían en motivos orientales de vivos colores en movimiento. Más adelante vi maravillosas escenas alterándose rápidamente. Los rostros de las personas parecían máscaras. Mi estado emocional llegaba hasta la euforia. Mi conciencia estaba disuelta en alucinaciones y mi atención quedaba firmemente ligada a ellas. Al cabo de ¾ de hora los síntomas desaparecieron y pude describir estos efectos.”

Trabajo de campo: DMT versus LSD

Szára reclutó rápidamente a 30 voluntarios, la mayor parte jóvenes colegas médicos de Hungría. Todos recibieron dosis psicodélicas. La experiencia de uno de esos jóvenes: “El mundo entero brilla… la estancia está repleta de espíritus. Causa vértigo… Ahora, es lo más! Tengo la sensación de volar… por encima de la tierra, por encima de todo. Me reconforta saber que estoy de vuelta. Todo tiene un tinte espiritual, pero muy real… siento que por fin aterrizo.

Otra joven médico transcribió: “Todo es tan sencillo. Ante mí se encuentran dos dioses en calma, bajo la luz del sol… y pienso que me acogen en este nuevo mundo. El silencio es tan profundo como en el desierto… Por fin estoy en casa… Juego peligroso… Sería tan fácil no regresar. Apenas tengo consciencia de ser médico, pero esto no es importante: lazos familiares, estudios, proyectos y recuerdos se hallan ya demasiado lejos y sólo este mundo es importante, soy libre y estoy totalmente sola.”

Occidente había descubierto el DMT. Y el DMT había entrado en su consciencia.

A pesar de algún “mal viaje” provocado ocasionalmente en alguno de sus voluntarios, a Szára le gustaba particularmente el DMT por su corta acción. Era relativamente fácil utilizarlo, totalmente psicodélico, y las experiencias podían llevarse a cabo en pocas horas. Tras escapar de Hungría con una buena cantidad de DMT a finales de los años 50, se encontró en Berlín con otro colega que le introdujo a su vez en sus estudios sobre el LSD. Szára pudo por fin sumergirse en el estudio de tan fabuloso psicodélico. Los efectos fueron de su interés. Pero las 24h. de duración de los efectos del LSD le parecieron demasiado largos para su gusto.

Cuando emigró a los Estados Unidos, el principal interés de Szára en materia de investigación siguió siendo el DMT, desarrollando su labor en el Instituto Nacional de Salud de Bethesda, Maryland, donde trabajó más de 30 años llegando a ocupar el puesto de Director de Investigación Clínica en el National Institute on Drug Abuse, antes de jubilarse en 1991.

Otros grupos confirmaron y ampliaron los descubrimientos de Szára, incluyendo el hecho de que el DMT ha debía ser inyectado para hacer notar sus efectos. Sin embargo, sorprende constatar que ningún investigador aparte de Szára diese información detallada de sus propiedades psicológicas.

Por ejemplo, su antiguo laboratorio de Budapest declaró que el DMT provocaba en voluntarios normales “un estado psicótico dominado por alucinaciones coloridas, pérdida del sentido de la realidad temporal y espacial, euforia, experiencias fantasmales y en ocasiones ansiedad”. El Public Health Service Hospital de Lexington, Kentucky, uno de los centros americanos más activos en materia de investigación se limitó a constatar en sus ensayos con presos que los efectos del DMT conllevaba “ansiedad, halucinaciones y distorsiones perceptivas”. Aún menos reveladores fueron los estudios del U.S. National Institute of Mental Health, donde un grupo de aguerridos voluntarios habituados a los psicodélicos se limitaron a evaluar mediante un número “a qué altura habían llegado” con una dosis completa de DMT, constatando el estudio que la mayor parte de los voluntarios no habían llegado tan lejos en su vida.

¿Qué es el DMT?

A pesar de la sólida producción de artículos de investigación sobre el DMT por parte de Szára y otros, éste permaneció como una curiosidad farmacológica: intenso, de corta duración, presente en las plantas. El LSD quedó en ventaja frente al DMT pero todo esto cambió cuando se descubrió la presencia de DMT en el cerebro de ratones y ratas y el modo en que los cuerpos fabricaban dicha substancia. En 1965, científicos alemanes publicaron en Nature, importante publicación científica británica, que habían aislado DMT en la sangre humana. En 1972, el premio Nobel J. Axelrod, destacó su presencia en en tejido cerebral humano. Otro estudio demostró que también podía hallarse presente en la orina y el fluido cerebroespinal que baña el cerebro. No pasó mucho tiempo hasta que se descubrió los modos, los mismos a los de los animales, en que el cuerpo humano fabricaba DMT. El DMT pasó a ser el primer psicodélico humano endógeno (generado dentro del cuerpo). Hay otros compuestos endógenos con los cuales nos hemos familiarizado desde esta época. Por ejemplo, los compuestos morfinoformes endógenos son las endorfinas. Sin embargo, el descubrimiento del DMT en el cuerpo humano hizo mucho menos ruido que el de las endorfinas. La creciente ola antipsicodélica que barrió EE.UU. desde aquella época adiestró a los investigadores contrael estudio del DMT endógeno. Los descubridores de las endorfinas, en revancha, obtuvieron un Premio Nobel.

“¿Qué hace el DMT en nuestro cuerpo?”

La pregunta se convirtió en una cuestión crucial que la psiquiatría se limitó a zanjar de la manera más burda: “Provocar enfermedades mentales”. El DMT se relacionó entonces estrechamente con la esquizofrenia. Se encontraba en el mal lugar en el mal momento.

El DMT está estrechamente emparentado con la serotonina, el neurotransmisor asignado a los psicodélicos. Afecta a los receptores de la serotonina de un modo similar al del LSD, psilocibina y mescalina. Dichos receptores se hallan en todo el cuerpo, en los vasos sanguíneos, músculos, glándulas y piel. Sin embargo, el cerebro, con infinidad de receptores de serotonina sensibles al DMT, ligados al humor, la percepción y al pensamiento, es el lugar donde el DMT ejerce sus efectos más interesantes. El cerebro rechaza la entrada de la mayor parte de las drogas y productos químicos, haciendo una más que curiosa excepción con el DMT. Escudo prácticamente impenetrable, la barrera de sangre cerebral impide a los agentes indeseados dejar la sangre para penetrar el tejido cerebral. Tal defensa se extiende incluso hacia los hidratos de carbono y grasas que los demás tejidos utilizan para crear energía. El cerebro no quema más que la forma de combustible más pura: el azúcar o glucosa. Sin embargo, ciertas moléculas son objeto de un transporte activo a través de la barrera de la sangre cerebral. Pequeñas moléculas especializadas las conducen al cerebro, proceso que requiere una enorme cantidad de preciosa energía. La razón por la cual el cerebro transporta estos compuestos a esta “zona sagrada” es evidente: los aminoácidos necesarios para el sostenimiento de proteínas cerebrales tienen el paso autorizado.

En 1976, científicos japoneses descubrieron que el cerebro transporta activamente el DMT a través de la barrera sanguínea. No existe otra substancia psicodélica por la que el cerebro demuestre tal interés. Si el DMT fuera simplemente un subproducto derivado de nuestro metabolismo, tal y como venían afirmando los psiquiatras, ¿porqué el cerebro se comporta de un modo tan inusual para adentrarlo en sus confines?

Allí donde el DMT hace su aparición, el cuerpo hace lo posible para utilizarlo rápidamente. Una vez que el cuerpo ha producido o recibido DMT, ciertas enzimas llamadas monoaminas-oxidasas (MAO), cuya concentración es especialmente alta en la sangre, hígado, estómago, cerebro e intestinos, lo disuelven en pocos segundos. Su presencia explica que el efecto del DMT sea tan corto.

Se puede decir que el DMT es un alimento para el cerebro. Nada más entrar, es utilizado. El cerebro transporta activamente el DMT a través de su sistema de defensa pero igual de rápido, lo deshace, dando lugar a pensar que la substancia es necesario para mantener una función vital cerebral normal. Sólo cuando el nivel de DMT es demasiado elevado podemos acceder a experiencias extraordinarias.

¿Porqué nuestro cuerpo fabrica DMT?

La respuesta del Dr. Strassman es clara: “Porque es la molécula del espíritu.” Una molécula del espíritu debe provocar, con una fiabilidad razonable, ciertos estados psicológicos que consideramos “espirituales”. Estos son sentimientos de alegría extraordinaria, de intemporalidad y la certeza que lo que experimentamos es “más real que la realidad”. Tal substancia puede conducirnos a una visión de coexistencia de opuestos, como la vida y la muerte, el bien y el mal; un conocimiento de que la consciencia continúa después de la muerte; una profunda comprensión de la unidad de base de todos los fenómenos; y un sentimiento de sabiduría o amor que ataña a todo campo de la existencia.

Una molécula del espíritu conduce también a reinos espirituales. Mundos que nos son de costumbre invisibles y no son accesibles en un estado ordinario de consciencia. Sin embargo, tan verosímil como es la teoría según la cual estos mundos existen tan solo en el campo mental, es la que establece que son, en realidad, “exteriores” a nosotros, y dotados de una existencia propia. Si cambiamos simplemente nuestras facultades receptoras cerebrales, podemos no solo comprenderlos sino también interactuar con ellos.

Hay que recordar que una molécula del espíritu no es espiritual en sí misma. Es un instrumento, un vehículo al que amarrar nuestra consciencia para ser remolcado a otros planos. Se necesita firmeza y preparación, puesto que cielo e infierno, sueño y pesadilla, forman los planos espirituales. El papel de la molécula del espíritu parece angelical, pero esto no garantiza que podamos adentrarnos en un mundo demoniaco.

El hecho de que el DMT se encuentre en todo el cuerpo es relevante. El cerebro lo busca, lo atrae y lo asimila sin demora. Como psicodélico endógeno, el DMT puede estar implicado en estados psicodélicos no provocados, que nada tienen que ver con la absorción de drogas, pero con una similitud asombrosa con los estados inducidos por algunas de éstas. Es posible que bajo la tutela del DMT endógeno seamos capaces de experimentar estados de ánimo transformadores, asociados a las experiencias de nacimiento, muerte, umbral de la muerte, contacto con entidades y a una consciencia mística / espiritual.

No se distorsiona la realidad al afirmar que el cerebro está hambriento de DMT.

Bibliografía:

“Psychonautica: Dmt”. Mister Strange. 2012.

“The DMT Chronicles”. Terence Turner. 2010.

“DMT. The Spirit Molecule”. R. Strassman”. 2001.

“Heavenly Highs: Ayahuasca, Kava-Kava, Dmt, and Other Plants of the Gods”. Peter Stafford. 2005.

http://www.erowid.org/

https://www.dmt-nexus.me/forum/default.aspx?g=forum

 

Acerca del autor

Muchos años luchando en la sombra para que el cannabis florezca al sol.

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