Home Artículos Cosmética Ni un pelo de tontos – Cannabis para el cabello (I)

Ni un pelo de tontos – Cannabis para el cabello (I)

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Acondicionadores, cremas, baños y champús nunca son suficiente por si mismos a fin de garantizar la salud capilar. Pues un pelo sano es aquél que luce natural. Aquí también el aceite de Cannabis brinda su inigualable aporte.

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Parte singular de cuerpo humano si la hay, que se ha escrito historia exclusiva para él, el cabello hace las veces de órgano, carta de presentación y mercado. A medio camino entre el afuera y el adentro, las sucesivas culturas lo han colocado a veces más cerca de la vestimenta (hoy diríamos del fashion) que del metabolismo.
 
Ahí tenemos a Sansón que en la pelambre escondía el secreto de su fuerza hasta que Dalila cometió el acto a la vez heroico y erótico de tusarlo para transformarlo en un mortal común y silvestre y, así, poseerlo. También la Medusa aquella con la melena pletórica de serpientes para desdecir esa maledicencia acerca de que las mujeres tenemos en la cabeza un nido de víboras. Por otro lado aparecen las rastas de Bob Marley hechas escudo nobiliario, emblema, ícono, símbolo de varias generaciones de reggae y charuto. Ni hablar de los hippies sesentistas y su cruzada por pelo largo que se extendió hacia otras tribus urbanas como marca de la rebeldía anti sistema. ¿Cómo olvidarse de los Beatles que hicieron de su corte una marca de origen, casi una bandera?

Yendo más lejos, a unos 3500 años de aquí y ahora, allá cerca de las pirámides, los faraones y su séquito tenían ahí arriba del cráneo un inequívoco signo que indicaba al mismo tiempo estatus social, rol en la sociedad y posición política. Unos dos mil años después de los egipcios, pero aún antes de nuestra era, los celtas pre-románicos del norte de Europa lucían en sus largas mechas la expresión de su fuerza para los caballeros, y de fertilidad en las damas. Al revés, hasta hace medio siglo, los aborígenes que habitaban el noroeste de la Melanesia, en sus devaneos amorosos se excitaban arrancando con los dientes los pelos de su partenaire, como quien anda a los besos. Con lo que: a más depilado/a, mejor amante.

En el periodo Griego clásico (cinco siglos antes de Cristo) quien quisiera mostrar a sus semejantes una personalidad poderosa, fuerte como un torbellino, abierta y capaz de cambiar (una virtud entre ellos, a diferencia de hoy en día donde se elogia una improbable “coherencia”) el cabello rizado no sólo era mucho más que la moda del día. Representaba una actitud hacia la vida. Los rizos eran la metáfora de la turbulencia, el cambio, la libertad y el disfrute de los placeres de la terrena existencia no menos que de los deleites olímpicos. Todo dios que anduviera por ahí debía ostentar sus buenos ricitos La palabra de griego antiguo “oulos” está relacionada con la intriga, y su descendiente, la palabra en alemán “locken” todavía tiene dos significados: rizar y tentar a alguien.

 

Melenita de oro

Seducción, encanto, sensualidad, fuerza, misterio, magia son apenas el puñado de atributos más recordables que las distintas culturas supieron adjudicar a ese montón de hebras que ponen un manto de sosiego al impacto del espacio exterior sobre la sesera. Pues, jamás hay que olvidarlo, el cabello (el de la cabeza) es el sombrero que graciosamente la Madre naturaleza nos ha brindado, así como los restantes pelos del cuerpo constituyen la protección y el abrigo destinado a las zonas más desprotegidas. ¿Y ya todo el mundo de seguro anda pensando en el vello pubiano! Pues también, por qué no, ya que en su esplendor o rasurado condiciona de muchas maneras la condición erótica. Pero tampoco hay que enviar al rezago los que emergen en las piernas, tan sexis en los futbolistas como amenazantes en las modelos. O los de las axilas, muy sensibles para quienes se los quitan, no menos que reivindicativos para algunas feministas, pero la mayoría de las veces vapuleado por los desodorantes. Y hay más, claro.

Sea como sea, el de mejor prensa es el de la cabeza, en detrimento de otras pilosidades, tal vez menos elegantes pero no por ello menos necesarias y, sobre todo, innegables.

Pues el cuidado y los afeites pilíferos son, más que ninguna sección o extensión, corporal, hechos sociales. Un mechón es lo que llevan madres, esposas y amantes en sus relicarios; tanto como en la tradición semítica de la antigua arabia constituía la ofrenda que hacía mantener juntos a los miembros de la tribu en tiempos de desgracia en un ritual donde se fumaba el Cannabis también como prenda de fraternidad (1). Pelos y porros andan a la par mucho antes de lo pensado pues eran elementos básicos en los rituales meditativos (los yoguis de Tibet y Nepal), en las fiestas, conmemoraciones y hasta en los ritos funerarios. Por el lejano Oriente se sigue pensando que al juntar cabello de una persona viva con una persona muerta se establecía un lazo de sangre permanente para siempre entre ellas.

En el simbolismo mágico estudiado por los antropólogos modernos (2) se sostiene que, por ejemplo los indios americanos, creían que al separar una parte del cuerpo, como el cabello de la cabeza aún se guardaba relación entre ellas. Quien haya visto un western de Hollywood de los años 50 podrá recordar como los siux cazaban las cabelleras de los chicos blancos a la par que engalanaban la propia con plumas y tocados. Así que tanto para arrancarla al enemigo como para honrar la propia, la ceremonia y preparación indígena se diferenciaba más en la escenografía que en la dedicación si, en rigor de verdad, se la compara con una mujer de nuestros días cuando asiste a ese templo pagano por un simple corte, coloración o peinado: la peluquería. Implica muchas más cosas que un revolotear de tijeras, peines y ungüentos, a saber, implica la necesidad de un cambio, separaciones, un nuevo novio, en definitiva la necesidad de verse diferente y que esa distinción acompañe un tal o cual sentimiento, intención y/o proyecto. Ni hablar de lo divertido que puede llegar a convertirse el asunto si el peluquero es “cool” y se fuma un porrito con nosotras.

Ni lerda ni perezosa la economía de mercado, de esa ancestral costumbre humana (femenina y también masculina, subrayo) ha erigido una industria cosmética que produce una innumerable cantidad de productos para el cabello, desde champús que tienen tanto de marketing como de detergente. Sustancias químicas que resultan magníficas para quitar la grasa de la vajilla pero nada buenas para el cabello. También productos que, siguiendo las tendencias actuales de la moda, alisan el pelo o arman rulos perfectos al mejor estilo de los ochenta.

Por eso mismo resulta prudente mirar un poco más allá de los comerciales con niñas muy majas, dotadas de cabelleras extremadamente hermosas. Veamos qué es lo que realmente se necesita para lucir un cabello espléndido, que es sinónimo de un cabello sano. Y para esto no hay nada mejor que conocer bien en profundidad su estructura y de qué estamos hablando cuando hablamos del pelo.

 


(1) Robertson Smith, “The religion of the Semites”, 1956.

(2) Frazer, Sir James George (1854-1941), “La Rama Dorada”.

 

(Continuará)

 

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