El autismo se considera un trastorno del desarrollo neurológico, lo cual quiere decir, contrariamente a lo que se pensaba hace décadas y a lo que mucha gente sigue pensando hoy en día, que no obedece a causas psicológicas motivadas por conflictos sufrido por la persona en algún momento de su infancia. Tampoco, obviamente, como se popularizó en el pasado y como aún muchas personas siguen creyendo, su origen está en una madre excesivamente protectora, o que trata con ambivalencia a sus hijos alternando arbitrariamente el cariño y el rechazo y, ni mucho menos, a unos padres “fríos” que no facilitan la relación de apego con sus hijos.

La historia de la psicología es la historia de la construcción de narrativas estrambóticas acerca del comportamiento de los padres (sobre todo de las madres) en la relación con sus hijos que puedan explicar los comportamientos “patológicos” de niños y adultos. En el caso concreto del autismo, no solamente las familias han tenido que lidiar como han podido con una enfermedad que produce mucho sufrimiento al entorno familiar. Además, las madres han tenido que cargar durante décadas con el estigma de que es la relación inconsciente perversa que establece con su hijo/a la que ha producido el trastorno.

Afortunadamente, la lógica biologicista ha ido dotando de cordura al despropósito psicologicista. El autismo, o más correctamente, el trastorno del espectro del autismo, como se le denomina al síndrome, se acepta hoy día como una enfermedad de tipo neuronal, si bien sus causas concretas aún se desconocen en buena medida. Concretamente, se trataría de un trastorno ocasionado por alguna alteración en el desarrollo temprano del cerebro que suele detectarse cuando los niños deberían empezar a mostrar habilidades comunicativas, pero no lo hacen. Puede aparecer como un trastorno por sí mismo, o ser consecuencia de otros trastornos del desarrollo.

De acuerdo al DSM-V, que es el manual que define cómo se clasifican y diagnostican los trastornos mentales, el trastorno del espectro del autismo se caracteriza por 5 conjuntos de síntomas:

1) Deficiencias persistentes en la comunicación social y en la interacción social en diversos contextos (deficiencias en la reciprocidad socioemocional, deficiencias en conductas comunicativas no verbales utilizadas en la interacción social y deficiencias en el desarrollo, mantenimiento y comprensión de las relaciones, como por ejemplo dificultades para ajustar el comportamiento en diversos contextos sociales o para compartir juegos imaginarios).

2) El segundo grupo de síntomas del espectro del autismo se caracteriza por la presentación de patrones restrictivos y repetitivos de comportamiento, como presencia de movimientos estereotipados, inflexibilidad en las rutinas o intereses muy restrictivos.

3) Los síntomas han de estar presentes en las primeras fases del período de desarrollo.

4) Los síntomas causan un deterioro clínicamente significativo en las áreas sociales, laborales (en adultos) u otras áreas importantes del funcionamiento habitual.

5) Estas alteraciones no se explican mejor por una discapacidad intelectual o por el retraso global del desarrollo.

Se habla de trastorno del espectro del autismo porque existen diferentes maneras en las que los síntomas de este tipo de trastornos aparecen, y la gravedad de los mismos varía de unos casos a otros. También suele hablarse de autistas de alta funcionalidad, para referirse a personas con autismo que son capaces de desenvolverse intelectualmente de manera independiente a pesar de sus limitaciones comunicativas, y baja funcionalidad para las que no son capaces de hacerlo. El síndrome de Asperger, tan de moda últimamente, sería un tipo de autismo de alta funcionalidad. De hecho, hay grupos y asociaciones de Aspergers  que se niegan a ser clasificados como portadores de un trastorno neuronal reclamando su derecho a salir de los listados de enfermedades alegando que simplemente son un tipo especial más de fenotipo humano. Una famosa Asperger es la psicóloga Temple Grandin, especialista en autismo y cuya biografía recomiendo a quien esté interesado en el tema (“Pensar con imágenes. Mi vida con el autismo”, Alba Editorial).  

Aunque, como se ha dicho, se desconocen las causas precisas del autismo (que pueden ser de tipo genético, ocasionadas por un virus, por causas neurológicas o por agentes infecciosos), desde un punto de vista psicológico se entiende que dichas causas se expresan por medio de dos procesos psicológicos que, más que excluyentes, se entiende que son más bien complementarios.  El primero se conoce como “teoría de la mente” y se refiere a un déficit cognitivo a la hora de comprender la intencionalidad de las acciones de los demás. Por ejemplo, una persona con autismo puede tener dificultades para entender los dobles sentidos presentes en una frase en el curso de una conversación. Normalmente, en nuestra vida cotidiana hacemos predicciones acerca de los comportamientos de los demás. Si nos presentan una viñeta como la que se muestra en la imagen, que es la clásica viñeta de Sally y Ana, una de las imágenes más utilizadas para representar el fenómeno de la teoría de la mente, muchos de nosotros diríamos que Shally, cuando vuelva a la habitación, buscará la canica en la cesta, que es donde la ha dejado. Una persona con autismo diría que irá a buscarla a la caja. No hará la predicción de que Shally no sabe que la canica ha sido cambiada de sitio por Ana. La mente de la persona con autismo ha hecho una lectura literal de la viñeta y por tanto Shally irá a buscar la canica donde realmente está, no donde se supone que debía estar.

Pero la teoría de la mente no es un fenómeno puramente cognitivo, tiene, como todo proceso psicológico, un componente emocional. Las dificultades que tienen muchas personas con autismo para establecer hipótesis acerca de las intenciones de los demás no se deben necesariamente a déficits cognitivos. La explicación complementaria basada en procesos psicológicos que se da para explicar la dificultad de las personas con autismo para realizar predicciones acerca de las intenciones que esconden los comportamientos de los demás, se basa en razones emocionales. Las personas con autismo tienen dificultades para entender las claves emocionales que acompañan a los gestos y las expresiones faciales que normalmente se utilizan para comprender las acciones de los otros. Una de las capacidades más sofisticadas de nuestro comportamiento se basa precisamente en “leer” las expresiones emocionales de los demás. Las personas con autismo tienen dificultades para “leer” estas expresiones, de ahí que les sea tan difícil “leer” los estados emocionales internos de los demás, derivando en una dificultad en la comunicación.

Te puede Interesar
La Asociación Médica Americana introduce códigos para terapias con psicodélicos

Todas nuestras acciones se acompañan de gestos emocionales sutiles que nos permiten hacer predicciones acerca de los estados emocionales internos de los otros. Una dificultad en este tipo de lectura emocional puede ser la base para las dificultades en los procesos de comunicación que suelen tener las personas con síndrome del espectro del autismo. Las bases neuronales de este fenómeno se piensa que pueden estar situadas en lo que se conoce como “neuronas espejo”, un tipo específico de neuronas que se activaría precisamente cuando observamos los comportamientos intencionales (comportamientos destinados a realizar una acción dotada de intencionalidad, como mover un brazo para coger una manzana, o hacer el gesto de agacharse para atarse los zapatos). Esas neuronas espejo se activarían en el observador de tal forma que la intención de la persona observada pueda decodificarse.

Debido a esta dificultad de las personas con autismo para leer las expresiones emocionales sutiles es lo que ya hace algunos años motivó al eminente neurólogo Vilayanur Ramachandran a especular:

«Otro enfoque terapéutico novedoso se apoyaría en la corrección de los desequilibrios químicos que incapacitan las neuronas espejo de los autistas. Nuestro grupo (al que se han sumado los doctorandos Mikhi Horvath y Mary Vertinsky) ha sugerido que neuromoduladores especializados podrían potenciar la actividad de las neuronas espejo implicadas en las respuestas emocionales. De acuerdo con esta hipótesis, el agotamiento parcial de tales sustancias explicaría la carencia de empatía emocional propia del autismo.

Deben buscarse, pues, sustancias que estimulen la emisión de neuromoduladores o que remeden sus efectos sobre las neuronas especulares. Un candidato es el MDMA (más conocido como “éxtasis”); este compuesto ha demostrado ser impulsor de la proximidad y comunicación personales. Quizás pueda desarrollarse, a partir del MDMA, un tratamiento eficaz y sin riesgo que atempere al menos alguno de los síntomas del autismo»[1].    

Te puede Interesar
El 15% de las más de 530 pastillas vendidas como MDMA y analizadas por Energy Control este verano en festivales eran falsas

Acaba de publicarse en la revista científica Progress in Neuro-Psychopharmacology & Biological Psychiatry un artículo en el que los autores (reconocidos investigadores en el campo de la MDMA), describen las bases neurobiológicas y psicológicas que sustentan el posible uso de la MDMA para el tratamiento de las dificultades comunicativas que tienen las personas con síndrome del espectro del autismo con alta funcionalidad (http://goo.gl/AJzeMp).

Autism Awareness. Autism father holding hand his Autistic Child with I have autism bracelet

Las personas con autismo tienen algunas peculiaridades neurobiológicas que son precisamente sobre las que actúa la MDMA. Por ejemplo, se ha visto que el tratamiento con oxitocina y vasopresina (dos hormonas que se entiende están implicadas en el establecimiento de vínculos emocionales entre las personas) tienen cierta utilidad en el tratamiento de las dificultades comunicativas en personas con autismo y la investigación reciente con MDMA ha encontrado que ésta favorece la liberación de este tipo de hormonas. También la MDMA actúa sobre áreas cerebrales que están alteradas en el síndrome del espectro del autismo, como es la amígdala o ciertas áreas frontales. Y es reconocida por la investigación científica con MDMA su capacidad para facilitar la comunicación y promover un estado de ánimo positivo en las relaciones interpersonales.

En el mencionado artículo, la investigadora Alicia Danfoth y sus colegas presentan además un estudio que están desarrollando con MDMA precisamente para investigar el potencial de la terapia asistida con MDMA para tratar problemas de comunicación interpersonal en personas con autismo. En el artículo, los autores repasan también la investigación que se hizo hasta la década de 1970 con alucinógenos clásicos (como LSD) en el tratamiento de niños autistas, y se presentan los resultados de la tesis doctoral de Danforth, en la que revisó más de 250 relatos publicados en Internet de personas con autismo que habían tomado MDMA, entrevistó a personas con autismo que habían tomado MDMA y realizó una encuesta con más de 250 personas con autismo que habían tomado a las que les preguntó acerca de sus experiencias con la sustancia. De ellos, el 91% refirió haber experimentado “sentimientos aumentados de empatía y conexión”, el 86% “facilidad en la comunicación”, el 78% “sentirse a gusto en mi propio cuerpo” y el 72% “mayor comodidad en contextos sociales”. Los encuestados refirieron más efectos positivos (p. ej. “alegría”, “apertura”, “disfrutar tocando”) que negativos, y nadie puntuó como “fuertemente experimentados” la categoría de “síntomas de ansiedad”.

Como se ha mencionado antes, los autores están actualmente desarrollando un ensayo clínico (que también presentan en el artículo mencionado) para tratar con terapia asistida con MDMA los problemas de comunicación de las personas con autismo. Están administrando dos dosis de MDMA (de entre 75 y 100 mg) separadas por un mes y acompañada de psicoterapia basada sobre todo en el entrenamiento en “mindfulness” (o “conciencia plena”), un tipo de terapia inspirada en la meditación budista que entrena a los pacientes a no identificarse con sus emociones. Los detalles de este estudio pueden encontrarse aquí: http://goo.gl/hYmEdA. Cuando se disponga de los resultados, los comentaremos oportunamente en esta misma sección.

Acerca del autor

Jose Carlos Bouso
José Carlos Bouso es psicólogo clínico y doctor en Farmacología. Es director científico de ICEERS, donde coordina estudios sobre los beneficios potenciales de las plantas psicoactivas, principalmente el cannabis, la ayahuasca y la ibogaína.