En el artículo anterior se contextualizó la penosa situación en la que se encuentran algunos países de la Unión Europea con relación a la realización de investigación clínica independiente y se explicó por qué un estudio promovido por el equipo del Dr. David Nutt, del Imperial College de Londres, en el que se pretende probar la eficacia de la psilocibina para tratar la depresión, con la normativa europea actual sobre ensayos clínicos es difícil que se realice y, de hacerse, sería extremadamente caro. Pasemos ahora a ver los fundamentos en que se basa tan aparentemente insólito estudio.

Por José Carlos Bouso

Y digo tan aparentemente insólito porque estamos acostumbrados a escuchar cómo los alucinógenos, psiquedélicos, enteógenos, enteodélicos, o como se les quiera llamar, potencian el estado emocional de la persona de tal forma que si uno está triste su tristeza se verá aumentada, lo mismo que su felicidad o cualquier otro estado de ánimo previo. Luego, así, de entrada, intuitivamente, parecería que administrar psilocibina a alguien con depresión mayor, y más en un contexto de laboratorio, que suele ser más frío que un contexto natural (si bien los estudios que hay en marcha en los que se administra psilocibina a voluntarios o a pacientes se realizan en una sala cuidadosamente amueblada y cuidando bastante cada mínimo detalle de decoración y confort) haría pensar que no es una buena idea. Incluso desde el paradigma de la terapia psiquedélica, en la que se pretende inducir con dosis altas una experiencia cumbre que derrumbe los cimientos del “yo”, los escépticos, por no decir los cautos, pensaríamos que la psilocibina, a una persona con depresión mayor, en vez de llevarla al cielo podría sumirle en un tormento infernal.

Pero una vez recorrida y dejada atrás la década del cerebro, las hipótesis científicas raramente se basan en observaciones psicológicas y se pone la fe cada vez más en las pruebas biológicas. En el caso de las ciencias psicológicas, donde haya un escáner cerebral que se quite todo lo demás.

Uno de los estudios realizados por el equipo del Dr. Nutt y comentado por encima ya en la primera parte de este artículo, encontró que la psilocibina, administrada a voluntarios sanos, actuaba sobre una serie de áreas cerebrales que forman un conjunto, o red, que en neurociencias se conoce como la Red Neuronal por Defecto (DMN, Default Mode Network, por sus siglas en inglés). Si, querido lector, usted ha llegado hasta esta parte del artículo sin haber seguido el hilo argumental porque realmente lo que estaba pensando era en la lista de la compra, en cómo quedar con la (o el) churri que le mola o si el próximo peta que se fume será de White Widow o de Prozac, entonces tiene usted activada la Red Neuronal por Defecto. Y es que, contrariamente a lo que pueda intuir el saber popular, el cerebro, cuando no hace nada, solo consume un 5% menos que cuando se está realizando una tarea concreta; esto es, el cerebro, cuando no hace nada, se encuentra bastante activo.

En realidad, solo un cerebro muerto es aquél que no hace nada. Y todos sabemos que, por ejemplo, la actividad cerebral cuando dormimos es, durante algunas fases del sueño, tan alta como durante la vigilia. Por lo que incluso en vigilia, en los momentos en los que no pensamos en nada, nuestro cerebro está activo. Intuitivamente se podría pensar que cuando no estamos realizando ninguna tarea en concreto, lo que hay en nuestro cerebro es una especie de actividad difusa, de ruido de fondo, que mantiene el cerebro relativamente activo y solo cuando se nos demanda alguna tarea específica, el cerebro se pondría en acción con el fin de realizarla. Pero esto no es así. Es cierto que hay una actividad difusa de fondo constantemente en nuestro cerebro y que cuando el medio nos demanda una tarea concreta hay determinadas áreas cerebrales que se activan y otras que se desactivan para realizar eficientemente dicha tarea. Por ejemplo, realizar una operación matemática, recordar un número de teléfono mientras se copia a la memoria de la tarjeta SIM, o encontrar la palabra adecuada en el curso de la escritura de un texto. Pues bien, cuando simplemente no hacemos nada, eso no quiere decir que de repente todas las áreas cerebrales reduzcan su actividad y por tanto el cerebro se “relaje”. Nada más lejos de esto. Cuando no hacemos nada entonces se ponen en marcha, se activan, una serie de estructuras cerebrales. Son las áreas que configuran la DMN. Los estudios modernos de neuroimagen han sido capaces de encontrar estas activaciones en las áreas conocidas como córtex cingulado posterior, precúneo, córtex prefrontal medial, córtex cingulado anterior ventral y el córtex parietal lateral. Lo que tienen de interesante estos nombres, aunque no nos digan nada, es que designan áreas cerebrales que se encuentran en la zona más evolucionada de nuestro cerebro, todas son estructuras pertenecientes a la corteza cerebral, supraestructura neuronal encargada de procesar información compleja de la información. Pero, si nuestro cerebro no está haciendo nada, ¿cómo es posible que se pongan en marcha áreas cerebrales que tienen precisamente que ver con el procesamiento complejo y altamente organizado de la información? Pues porque cuando nuestro cerebro no está haciendo nada lo que está haciendo es, en lenguaje tosco, “divagar”. Y la divagación no es cosa superflua.

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Los neurocientíficos saben que estas áreas se activan en situaciones de “divagación” porque meten a voluntarios sanos en máquinas de resonancia magnética funcional, les piden que cierren los ojos y que simplemente no hagan nada. Durante varios minutos se toman imágenes del cerebro y es así como se ve que se activan las áreas cerebrales mencionadas anteriormente. Es más, con ojos abiertos la DMN se activa más que con los ojos cerrados. Este fenómeno, que toscamente hemos llamado “divagación mental”, en realidad sería el reflejo de lo que comúnmente se llama “soñar despierto” o “vagabundeo en la mente”, que no es otra cosa que estar centrado en nuestros propios pensamientos en lugar de estar haciéndolo en los fenómenos provenientes del medio.

Los neurocientíficos hoy día han dado un paso más y han relacionado este proceso mental con fenómenos tan sorprendentes como el sentido del yo, con la teoría de la mente (ser capaces de hacer predicciones sobre los estados mentales y emocionales de los otros), con la recolección y valoración de la información, con la actividad mental autorreferencial (pensar en uno mismo), con la memoria para recordar sucesos pasados y con la emoción y la ansiedad. Y por derivación, con la presencia de trastornos mentales que van desde el autismo y la esquizofrenia, hasta, efectivamente, la depresión. De hecho, lo que caracteriza a la depresión es una constante rumiación de los pensamientos, con la particularidad además de que esta rumiación se centra en pensamientos autoreferenciales de carácter negativo y pesimista. Y esto es lo que hace que la depresión sea tan difícil de tratar, porque es muy difícil hacer que las personas con depresión se sustraigan de esas rumiaciones negativas y pasen, cuando menos, a que adopten un carácter más neutro. Bien, estudios modernos con neuroimagen han encontrado que, efectivamente, las personas con depresión, cuando se les mete en la máquina de resonancia y se les pide que se mantengan quietos sin hacer nada, la DMN tiene una actividad mucho mayor que las personas sanas. Esa excesiva rumiación de pensamientos negativos y pesimistas se autorefuerza por persistir la activación y el mantenimiento de la DMN.

Volviendo al Dr. David Nutt, en uno de sus estudios metieron a 15 voluntarios sanos en una máquina de resonancia magnética funcional, les administraron una dosis de 2 mg de psilocibina intravenosa y, sorprendentemente, encontraron que algunas áreas relacionadas con la DMN se desactivaban. Concretamente, el córtex cingulado anterior y posterior y en el córtex prefrontal medial, y estas desactivaciones se correspondían con la intensidad de los efectos subjetivos experimentados por los voluntarios[1]. Estas áreas cerebrales puede que sean, como se ha dicho, las responsables de las rumiaciones negativas de los pacientes con depresión, luego la lógica es clara: si esas áreas cerebrales están relacionadas con la depresión y la psilocibina reduce su actividad, una posible forma de tratar la depresión sería precisamente administrando, en un contexto controlado, psilocibina, de tal forma que las áreas encargadas de la rumiación sufran una desactivación temporal y así “sacar” a la persona depresiva de sus pensamientos negativos en bucle.

Todo bien si la cosa fuera tan sencilla. Es típico de psiquiatras observar unos resultados de neuroimagen e inmediatamente hacer extrapolaciones y generar modelos sobre el funcionamiento de la mente humana. Lo cierto es que, por una parte, la depresión es algo más que las rumiaciones en bucle de los pensamientos y, por otra, que estos resultados encontrados por el equipo del Dr. Nutt van en dirección contraria a todos los estudios previos realizados con psilocibina, que justo han encontrado lo opuesto: activación en áreas frontales, justo en esas áreas encargadas de las posibles rumiaciones depresivas.

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Estudios con otros alucinógenos incluyendo ayahuasca y mescalina también han visto activación frontal tras su administración en el laboratorio. Por eso, estos datos provenientes del grupo de David Nutt están siendo ampliamente debatidos en jornadas psiquedélicas precisamente por esa discrepancia con estudios previos. Y la clave podría estar en que, a diferencia de los estudios previos con psilocibina, mescalina y ayahuasca, el grupo del Dr. Nutt, como se ha dicho, administró la psilocibina a sus voluntarios por vía intravenosa, mientras que en el resto de estudios la vía de administración era oral. Lo interesante de todo esto es que estamos asistiendo a la manifestación de efectos opuestos de un fármaco administrado por vías diferentes. En su artículo, el grupo de Nutt explica que esta divergencia puede estar debida a que en la vía oral, al ser de efectos más leves y prolongados, lo que se esté observando en las imágenes cerebrales no sea el efecto de la psilocibina, sino algún tipo de mecanismo compensatorio realizado por el cerebro para compensar esos efectos y que por tanto, frente a un efecto farmacológico de reducción de actividad frontal, el organismo reaccione aumentando dicha actividad como mecanismo de compensación y que justo lo que se ha visto en los estudios previos no haya sido el efecto del fármaco sino dicho efecto compensatorio.

Los críticos del estudio del Dr. Nutt, por su parte, esgrimen el mismo argumento, pero al revés: es posible que frente a un efecto tan contundente y repentino como es el de recibir una dosis considerable de psilocibina intravenosa, el cerebro desarrollara mecanismos compensatorios para reducir la actividad cerebral, y por tanto lo que están viendo los chicos de Nutt en sus imágenes cerebrales es precisamente ese efecto compensatorio, y no tanto el de la psilocibina en sí. Incluso hay quien opina que lo que ve el grupo de Dr. Nutt es un efecto parecido al que sufre un organismo cuando se prepara para afrontar alguna acción estresante y que eso es precisamente lo que se ve en las imágenes de Nutt. Sea como fuera, esta divergencia abre nuevas y ricas avenidas de investigación: ¿son mecanismos farmacológicos los que se están viendo en este tipo de estudios o son procesos psicológicos subyacentes? En el caso de lo segundo, ¿qué hace que un cerebro decida establecer dichos mecanismos compensatorios? Y lo más interesante de todo suponiendo que ninguno de los resultados de todos los estudios esté equivocado y simplemente estén observando efectos farmacológicos divergentes en función de la vía de administración: ¿cómo es posible que un mismo fármaco, actuando sobre los mismos receptores cerebrales (en este caso los 5-HT2A, como ya se ha explicado en artículos previos) produzca efectos contrarios en función de la vía de administración utilizada? De nuevo, lo interesante de la ciencia es que formula con cada estudio más preguntas de las que resuelve.

Mientras tanto, es de esperar que los problemas que tiene la investigación independiente en general, y la investigación con psiquedélicos en particular, se vayan solventando y que se pueda poner a prueba si, efectivamente, una dosis de psilocibina es capaz de arrancar de los demoledores brazos de la depresión a las personas que están infelizmente atrapadas en ella.

Fotos:

http://commons.wikimedia.org/wiki/File:Johns_Hopkins_psilocybin_session_room-SessionRm_2176x.jpg

[1] http://europepmc.org/articles/PMC3277566

Acerca del autor

Jose Carlos Bouso
José Carlos Bouso es psicólogo clínico y doctor en Farmacología. Es director científico de ICEERS, donde coordina estudios sobre los beneficios potenciales de las plantas psicoactivas, principalmente el cannabis, la ayahuasca y la ibogaína.