Cannabis Magazine 213

Sin duda me había sorprendido. La dimetiltriptamina me fascinó. Estábamos a punto de cumplir 36 años y topar con una experiencia tan enriquecedora hacía que siguiésemosmanteniendo un cariño especial hacia las drogas en general y, a partir de esa experiencia, hacia la DMT en particular. Nos enfrentamos serenos, pero cautelosos ante el viaje. Viaje que, como posteriormente constataríamos, se conformó de varios viajes a lo largo de unas cuantas horas de una tarde. En un entorno familiar y cálido que otrora había sido nuestra pequeña eutopía nos dispusimos, sentados y con una música más que estupenda, a comenzar el viaje. Utilizamos un dispositivo tecnológico similar a un vaporizador de tabaco líquido. Dentro se encontraba la sustancia prodigiosa. Lo más característico al comienzo era el mal sabor, algo difícilmente descriptible, que perduraba. Afortunadamente habíamos llevado unas golosinas que lograban enmascararlo. Realmente no habíamos reparado en ello, pero en la habitación había una suerte de lámina gigante en la que se veía el complejo megalítico crómlech de Stonehenge. Estaba conformado por nueve láminas más pequeñas que formaban un gran mural. También había el típico corcho sobre el que se clavan fotografías o notas. Además, la habitación era toda de color naranja. Comenzamos con tres caladas a esa suerte de vapeador de DMT, al poco ya comenzamos a notar los efectos. Cuando nuestra mirada se posó sobre el gran mural del megalítico Stonehenge, ¡eso fue algo superior!, fascinante y plenamente agradable. Agradable fue sin lugar a dudas la palabra más mencionada durante los viajes. Los primeros acercamientos fueron cautelosos, al fin y al cabo, era una experiencia con un psiquedélico que no habíamos probado en ese formato hasta ese día. Pero esa cautela fue dando paso a un cómodo control, una sensación grata de ir y venir, como quien se tira desde lo alto de un árbol por una cuerda que, en su balancear, lo devuelve nuevamente al mismo punto. Así que comenzamos suaves, y suavemente empezamos a notar los efectos. En sus apacibles albores vivimos ligeras, pero completas, distorsiones visuales. Las pequeñas fotos que componían la gran lámina de Stonehenge nos ofrecían un panorama singular. Ese cielo azul parcialmente cubierto de nubes poseía un dinamismo elíptico que no cesaba en su suceder al tiempo que seguía siendo lo que era: una imagen. Ahí la percepción y la cognición estaban comenzando a empaparse de DMT. Lo más evidente, en un comienzo, eran las nubes, porque te hacían flipar pues era como admirar una tarde de primavera viva y al viento. Los menhires no estaban exentos de ofrecer un panorama perceptivo impresionante también. Cuando la mirada se posó sobre ellos fue tan fascinante que nos sorprendimos como unos jóvenes chiquillos alterando sus estados de vgorbash (depositphotos) 127

RkJQdWJsaXNoZXIy NTU4MzA1