Cannabis Magazine 213

conciencia por primera vez, producíamos sonidos guturales de sorpresa y admiración, risas y sonrisas que iban de lo calmado a lo frenético, y recorrían la realidad sonora del momento. Fue fabuloso. La intensidad se acrecentaba y te iba depositando en diferentes estados. Las enormes piedras del complejo megalítico no estaban carentes de dinamismo y las podía percibir vibrantes, al posar fijamente esa mirada abstracta de una pupila inmensamente dilatada en ellas veía una especie de elementos de carácter fractal, como mandálicos y en movimiento permanente, no un movimiento relativo a la dirección sino a la esencia. Esto ocurrió también al depositar la mirada en el corcho colgado en la pared naranja. Toda suerte de imágenes fractales se perpetuaban formando diferentes elementos figurativos. Mantuvimos así los dos primeros viajes y fuimos incrementando la dosis, de hecho, en un momento dado, dejamos de recordar cuantas llevábamos, creemos que podría ser la calada decimoprimera o decimotercera, no justamente seguidas, pero sí con poco espaciado… ya no recordábamos quién había comenzado. En esos momentos, la intensidad había variado y se había incrementado considerablemente. Recuerdo poder ver a mi compañero ciertamente pixelado, y la estela de nuestros movimientos en constante movimiento, como queriendo alcanzar al momento presente. Mi compañero veía un naranja intenso y mi cara asimilada por eso color. En esas tomas más contundentes el momento de subidón se acompañaba de una sensación interna de calidez y bienestar que recordaba ligeramente esa satisfacción que procura el éxtasis. Lo auditivo y táctil se acrecentaba considerablemente, lo visual se deformaba demanera agradable y, probablemente, nuevas rutas neuronales, o rutas que hacía mucho tiempo que no se activaban estaban en ese momento produciendo pura información. Comencé a cerrar los ojos y la sensación fue sobrecogedora: eran las cavernas luminiscentes y fractálicas de la DMT, dinámicas en su cambiar, de una intensidad excitante o relajante. Lo cavernario se nutría de una sensación aterciopelada y cálida y se orientó en buena medida hacia el color violeta. Todo era violeta por momentos, con los ojos cerrados jamás había percibido tanta luz, tal intensidad y sensación de color. No resulta sencillo describir una experiencia psiquedélica, y esta fue intensa. Cuando terminamos nos fuimos relajando, como aclimatándonos en una cámara de descompresión para buzos, hablando de los experimentado y planeando lo portentoso que sería tener una experiencia similar en plena naturaleza. Un poco de hierba en esos momentos me sentó genial. Gran viaje con mi compañero. Cosmoterio 128

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