Cannabis Magazine 219

Éramos una bella pareja de yoquis veinteañeros (no es ningún mérito, lo sé, a esa edad todo el mundo es bello). Ella con el pelo rapado. Yo con el pelo largo. Aunque con el tiempo que estuvimos juntos nos dio para todas las combinaciones posibles, incluidos los tintes de color: rosa, azul, rojo... Ella 1,84. Yo 1,72. La gente nos felicitaba por la calle por el valor que teníamos al mostrar públicamente nuestro amor… ja, ja, ja, se pensaban que éramos alguna combinación extraña de géneros no binarios. Ella estudiaba COU. El último año del Instituto. Yo cursaba los primeros años de la carrera de Psicología. Íbamos a diario de pubs. Básicamente rollo punkarra, aunque rulábamos por todas partes. Hacíamos mucha calle. Nos pateábamos Madrid de punta a punta, sin rumbo, platicando toda la noche. Follábamos a diario en cualquier portal. Disponíamos también de un trastero casi del tamaño de mi casa actual. Con muebles, colchones, ventanal en el techo. Ahí volvíamos a fornicar, a drogarnos, a beber, a platicar, a escuchar música. A dormir. A descansar. Y teníamos también algún otro centro de operaciones accesorio. Uno por aquí. Otro por allá. Según en qué barrio nos pillara. Al principio, pillábamos jamaroun par de veces a la semana. Tres. Luego cuatro. Y al cabo del tiempo tres veces al día todos los días de la semana. El progreso fue lento pero firme y seguro, para terminar precipitándose y acelerándose al final de la historia, como manda el canon. Cogíamos en la zona de Gran Vía. A los subsaharianos. A la heroína la llamaban “duto”. A la cocaína “kisha”. Habríamos llamado, gustosos, así a nuestros hijos, de haberlos tenido, pero ni unos míseros gatos tuvimos, oiga. Al principio, el trapicheo se hacía en Plaza de España. Luego, paulatinamente, fue subiendo y subiendo hasta instalarse a la altura de metro de Gran Vía. Cruzábamos de acera (quince dealers y veinticinco yonquis) según la policía se aproximaba por un sentido u otro de la calle. Unmétodo bastante chapucero. De todo menos discreto. Los camellos caían comomoscas. Cada poco tiempo, tu proveedor de confianza (Tomé, Luis...) había desaparecido y tenías que hacerte con otro. Los machaquillasayudaban bastante en esta tarea, que por lo demás tampoco era muy problemática: el 90 % de los que vendían eran paleros, daban basura, y a esos parece que no se los llevaba nadie. De modo que bastaba con catar lo que tuvieran los cuatro o cinco restantes y asunto arreglado. Ahora bien, si no conocías el terreno y a la fauna local, 117 Preparando el rinchi Reflexionando, colocao como Drake “ “ ÉRAMOS UNA BELLA PAREJA DE YOQUIS VEINTEAÑEROS (NO ES NINGÚN MÉRITO, LO SÉ, A ESA EDAD TODO EL MUNDO ES BELLO)

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