Cannabis Magazine 219

122 COMENTARIO En la sección de libros de universo Ulises (ulises.online) disponemos del capítulo escrito por Juan Carlos Usó para la edición de Conciencia de viaje: Rutas y laberintos. Usó comienza explicando el porqué del título… Los paraísos artificiales es el título de un libro publicado en 1860, en el que Charles Baudelaire agrupó una serie de artículos sobre sus experiencias con alcohol, opio y derivados del cáñamo. Aunque ha sido –y continúa siendo– un formidable vehículo de propaganda para el hachís, el libro en cuestión se revela –a juicio de Laín Entralgo– como un «verdadero devocionario de ascética». Pero más allá de eso, Los paraísos artificiales vino a recuperar una preocupación cristiana que había permanecido prácticamente muda desde el fin de la cruzada contra la brujería, y que a partir de entonces se reafirmó en su ancestral rechazo ante cualquier misticismo apoyado sobre bases farmacológicas, es decir, ante la ebriedad divina. En realidad, el libro de Baudelaire encerraba el germen del prohibicionismo moderno, pues recobraba el viejo principio cristiano –tal y como advierte Antonio Escohotado– de que «es traición a la majestad divina suspender con ayuda de una planta el rutinario valle de lágrimas». Refiriéndose a los efectos embriagantes del hachís, el poeta francés llegó a formularse esta sobrecogedora pregunta: «¿Qué sentido tiene trabajar, labrar el suelo, escribir un libro, crear y dar forma a lo que fuere, si es posible acceder de inmediato al paraíso?». Lo que inquietaba pues a Baudelaire era la existencia de «un paraíso alcanzable de golpe», es decir, la posibilidad que ofrecen ciertos atajos farmacológicos de eludir el sacrificio que supone cosechar recompensas que «se adquieren por la diligente búsqueda bien intencionada», y que a juicio de la Iglesia católica constituyen las únicas riquezas «legítimas y genuinas». Más o menos por la misma época, el editor y escritor norteamericano Fitz Hugh Ludlow semostraba totalmente entusiasmado con el hachís, por ser una sustancia capaz de generar una experiencia tan lúdica e intensa como económica, ya que, según él mismo había podido comprobar, «no era preciso hacer inversión alguna en un viaje. Por la módica cantidad de seis centavos podía procurarme un billete para recorrer toda la tierra; navíos y dromedarios, tiendas y hospicios se hallaban todos contenidos en una caja de extracto Tilden» (específico que contenía varias dosis de la sustancia). Ahora bien, ¿se trataba de un nuevo engaño? Ciertamente, el hachís realza la percepción ymagnifica los sentidos hasta niveles extraordinarios. Pero esta especie de magia subalterna, según Baudelaire, no llega a producir en quienes recurren a ella nada nuevo: «Nada demilagroso, absolutamente nada, salvo una exageración de lo natural», a decir del poeta. Y este hecho decepcionó a Baudelaire, cuyas creencias católicas parecían ser las artífices de una idea de paraíso real, contrapuesta e incompatible con la noción del paraíso artificial creada por el hachís o cualquier otro psicofármaco. No en vano, como mantienen las Sagradas escrituras, el paraíso admisible para el hombre-animal queda rigurosamente prohibido para el civilizado, y del mismo modo que un ángel impidió a Adán y Eva retornar al jardín donde nacieron, los príncipes de la Iglesia deben impedir que su grey se consienta cualquier imitación del viejo Edén. Las objeciones de Baudelaire tenían una base ética y religiosa seria, tanto que, pocos años después sumuerte, la denominación paraísos artificiales pasó a designar genéricamente a todas las sustancias psicoactivas conocidas, y así se mantendría hasta bien entrado el siglo XX, cuando los medios de comunicación impusieron otro genérico, no tan literario, pero desde luego bastante más moderno y funcional: la droga. X. V. Paraísos artificiales Universo Ulises

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