Cannabis Magazine 221

— Lleve a esta mujer a la mesa del señor Mitchum. Rita y el camarero cruzaron juntos el restaurante. El suelo era de moqueta roja y las mesas conteníanmúltiples copas y platos de distintas medidas y colores. Las lámparas, todas de coloridos cristal y la iluminación indirecta. Los pobladores de tan refinadas mesas miraban con cierto estupor a Rita y sus sonoros y tintineantes pendientes y pulseras. Por fin llegaron al fondo, a la última mesa. Allí estaba él, solo, con sus párpados caídos y su hoyuelo en el mentón, fumando elegantemente un pitillo y con un whiskey con hielo que agarraba con ambas manos. La miró, le dio un billete de diez pavos al camarero y la invitó a sentarse. Rita le dedicó una sonrisa y fue al grano: le dijo su nombre, le enseñó el salvoconducto y le pidió marihuana. Robert la miró y le dijo: — Sí, es mi firma —se levantó de la mesa grande como era, y añadió—. Rita, puedes llamarme Bob. Le hizo una seña para que lo siguiese. Abrió una portezuela disimulada con el atrezo de la pared, bajaron unas escaleras hasta llegar a un sótano y Mitchun le preguntó cuánto quería. —Mil dólares— respondió Rita. Robert le explicó que lo habitual era comprar “al peso”, pero que no tenía ningún inconveniente en hacerlo así, y sin más le entregó una bolsa que sacó de un pequeño cajón y se la entregó. Ella abrió la bolsa, la olió, y a continuación sacó de su bolso un talonario de cheques. —Me temo que no puedo aceptar un cheque. — ¿Por qué no? ¿No confías en mí? ¡Soy la mujer de Bob Marley! — ¿Bob el irlandés? ¿El boxeador del Bronx? — No, Bob de Florida, de Jamaica, ¡el músico de reggae! — Lo siento, no lo conozco, pero si tienes mi firma en ese papel es porque se la di a alguien en quien confío. Mira, Rita, voy a explicarte algo: antes de ganarme la vida como actor solía dedicarme a este negocio, pero, como comprenderás, ya no hago esto por dinero, sino por afición sentimental. Me gusta cultivar mis propias plantas, mimarlas y venderlas a quien sepa apreciarlas, pero tampoco voy a dejarte salir de aquí con mil pavos de mi maríaa cambio de un cheque de un músico callejero. — ¿Así que eres actor? A ver, yo nunca voy al cine, pero tu cara me suena… Robert abrió del todo sus caídos ojos como si lo hiciera por primera vez en su vida y bramó una sonora carcajada. Rita se indignó y le pidió que lo siguiera. Subieron las escaleras y, cogiéndole por la mano, arrastró al astro de la pantalla hasta la esquina de la barra del restaurante, abrió los periódicos del día y en todos se anunciaba el concierto de Marley como uno de los eventos del año. Le puso el cheque encima de la barra y salió hacia la calle con la maríaen el bolso. Cuando estaba a punto de entrar en el taxi, el metre, vestido de pingüino, se le acercó y le entrego una nota. — El señor Mitchum les invita a usted y a sus amigos a tomar una copa después del concierto. —Dígale al señorMitchum que se meta su copa por el… El taxi arrancó camino del Manhattan Center. Al llegar, Rita entró en el recinto y busco a Bob. Lo encontró en una esquina del escenario departiendo amigablemente con la banda mientras se fumaba un larguirucho, grueso y humeante canuto. A su lado estaba Jack. El técnico de sonido informó a Rita que ya habían probado sonido (sin ella, la corista principal…) y que estaba todo listo para la actuación. 113 “ “ ABRIÓ UNA PORTEZUELA DISIMULADA CON EL ATREZO DE LA PARED, BAJARON UNAS ESCALERAS HASTA LLEGAR A UN SÓTANO Y MITCHUN LE PREGUNTÓ CUÁNTO QUERÍA

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