Cannabis Magazine 221

Cuando inicié mis estudios de psicología en la Universidad Complutense de Madrid, llevaba ya cuatro años consumiendo heroína. Al principio, vía esnifada; luego vía inyectada (la vía fumada, que es la que utilizo ahora, la empecé a emplear muchos años después). De modo que, cuando inicié el segundo curso de la carrera, llevaba al menos cinco años consumiendo y dos o tres pinchándome. Si en el primer curso (con asignaturas como: Introducción a la Psicología, Lógica, Estadística, Antropología, Sociología), nada me había llamado especialmente la atención, en el siguiente hubo una materia, Aprendizaje Animal, que me dejó absolutamente fascinado. A la inmensa mayoría de mis compañeros les parecía un auténtico bodrio y el profesor un capullo (la asignatura no era fácil ni el docente regalaba las notas ni los aprobados: un 5 era un 5 –no un 4,9– lo cual parecía estar por encima del entendimiento de buena parte del alumnado). Amí, sin embargo, me descubría todo unmundo del que anteriormente no tenía conocimiento alguno (había oído hablar de los perros de Pavlov, pero nomás, y desconocía las implicaciones y trascendencias que los fenómenos a los que se remitía pudieran tener en nuestra vida diaria). Me revelaba una forma, entre tantas otras, mediante la cual se configura nuestra conducta. Una forma, absolutamente desconocida para mí, que explicaba una parte importante de nuestro comportamiento. De mí comportamiento. Y es que, todo hay que decirlo, ciertamente, en la comprensión de esta materia jugaba con una gran ventaja respecto al resto de mis compañeros. Y todo gracias (quién lo iba a esperar) “ “ ME REVELABA UNA FORMA, ENTRE TANTAS OTRAS, MEDIANTE LA CUAL SE CONFIGURA NUESTRA CONDUCTA 117

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