Cannabis Magazine 221

Habíamos llegado de las Rías Baixas a Allariz por una oferta de trabajo que le habían hecho a Paula. Previamente habíamos estado viviendo en Burgos y de Burgos nos habíamos ido a Baiona, una preciosa localidad de la costa sur pontevedresa. Comenzamos a vivir en Allariz en enero de este año. El pueblo era hermoso, yo lo conocía de siempre. De hecho, Allariz era donde alguien de Xinzo de Limia llevaba a las visitas dada la pobre oferta que la capital de la Limia ofrecía. Recuerdo los primeros meses tomar vinos con Paula… a pesar de poseer una población de poco más de 6.000 habitantes censados, Allariz poseía una oferta gastronómica muy interesante. Uno podía ir a comer un miércoles o a cenar unmartes y tenía seis o siete ofertas muy atractivas. Íbamos bastante a la vinacotecaen la plaza de la Iglesia, el lugar se llama AMicalla y tenía vinitos ricos. El entorno arquitectónico y urbanístico de Allariz había idomejorando en los últimos treinta años hasta convertirse sino en la villa más bonita de la provincia aurea en una de las más lindas. No en vano, el partido de gobierno municipal llevaba decenios siendo el BNG. Otras veces íbamos a pinchar algo al Bule Bule, un restaurante que no dejaba a uno indiferente. Especialmente me gustaba el atún rojo que servían solamente marcado y con una deliciosa salsa que llevaba semillas de sésamo, acompañado de unas verduritas variadas a la plancha. Al cabo de un par de meses, Paula comenzó a ir a clase de baile galegoen el Aula Cantarela, que se encuentra en un espléndido edificio de varios siglos de existencia. Cantarela era una escuela de música, baile y canto. Un día, Paula quedó para tomar unas cervecitas con las compañeras de baile. Me avisó y también fui. Cuando llegué estaba Lore y Pablo, Lilith y Maite, y Carlos y Lorena. Fue la primera vez que nos juntamos. Comenzamos a quedar y a aprovechar las afinidades que con algunas de estas personas íbamos teniendo. Maite era una mujer con un mundo enorme, una vida de decisiones propias y medidas, un corolario actitudinal que hacía las veces de deslumbrante posicionamiento hacia muchas de las cosas de la vida y, de esta manera, Maite sorprendía. Recuerdo muy bien el momento en el que supe que Maite valía la pena. Estábamos tomando algo y nos contó que ella había dejado de trabajar a los 36 años y había encontrado la manera. Yo pensé: esta persona es magnificente, sabe mejor que la mayoría de qué va la vida. Maite había estado en muchos sitios hasta el punto de deslocalizarse y saberse de ningún sitio. En Allariz vivía en una casa al lado del río. La casa se componía de dos alturas, la planta baja era un bajo, por así decirlo, desnudo, pero en absoluto incómodo, húmedo, tétrico o inaprovechable. La planta superior era la residencia al uso. 127 rubchikovaa (depositphotos)

RkJQdWJsaXNoZXIy NTU4MzA1