Cannabis Magazine 221

Maite había sabido explotar al máximo ese bajo. Tenía parrilladas, varias mesas para eventos multitudinarios, una fantástica mesa de ping-pong y un delicioso jardín que daba a la parte trasera de la vivienda. Era un escenario para ir más allá. La primera vez que fui a la casa de Maite ya conocía a Maite, pero la sorpresa fue enorme. Entramos al bajo y, de repente, nos topamos con más de veinticinco o treinta personas de todas las edades y de varias nacionalidades o con elementos culturales e identitarios diversos. Ahí conocimos a un grupete de gente originariamente cubana. Había también siete u ocho niños y niñas que jugaban entre las personas crecidas. Ya hemos hecho algunas cenitas en casa de Maite y todas han sido una maravilla. Ahora, la última ha sido impresionantemente performativa y se percibía, efectivamente, una actitud en la gente que era coherente con lo que se decía. Fue la noche de la performance en la “casa del ping-pong espacial”. Estaban varios amigos de Maite con los que había ido cuadrando en diferentes lugares a lo largo de su vida. Estaba una pareja de músicos principalmente de viento. Interpretaron varias piezas con flautas y era único el momento: esa noche estaríamos unas doce o quince personas, alrededor de las mesas que Maite disponía en el bajo, todas estábamos perplejas escuchando a esos dos músicos interpretar sumúsica en un escenario también único. Jose, uno de los dos chicos, continuó deleitándonos pues parece ser que era una de las mejores voces líricas de su edad en el país español. Era una sensación del todo inesperada, como cuando uno viaja sin muchas expectativas y vive cotidianamente en un lugar diferente y de repente siente que la vida es, también, diferente. En ese momento lo era, desde luego. No recuerdo el nombre de las dos piezas líricas que interpretó, pero al terminar pasaron varios segundos hasta que conseguimos arrancarnos a aplaudir: estábamos embelesados. También tocaba el violín. Más tarde, Jose pasaría cerca de mí cuando estaba fumando un cigarrillo de una exquisita variedad de un amigo que cultivaba en hidroponía, ciertamente era la variedad más olorosa que jamás había podido catar. Jose se detuvo, olfateó el aire y lo puede escuchar decir: “¡Uy!, qué rico huele”. Me reí y le señalé que ese olor provenía del cigarrillo que estaba fumando, le di un poco y algo más para que disfrutase cuando quisiese. Estuvimos hablando un buen rato. Además, estaban Oziel y Kittli, una pareja que vivía en Ámsterdam. Oziel había vivido con Maite en Madrid. Interpretó una pieza mímica que nos fascinó. No solo su rostro, todo su cuerpo expresaba profundamente. Hacía tiempo que no contemplaba una expresión de inteligencia kinestésica tan sorprendente. Ahora, las expresiones de su rostro eran contundentes interpelaciones a la persona que lo espectaba y a mí me hacían sentir un hilo que conducía lo que nos estaba contando. También estaba una mujer de origen mexicano que tocaba la guitarra y cantaba. Eran canciones cantables, muchas muy bonitas y ella las interpretaba lindamente. Me sorprendía la capacidad memorística que poseía pues algunas de las piezas eran de letras complejas, largas y cómicamente enrevesadas. Comimos, bebimos, fumamos, nos colocamos, bailamos, cantamos, tocamos, interpretamos y reímos mucho, mucho, mucho. La “casa del ping-pongespacial” es especial, Maite es puramente dadivosa y se preocupa porque la gente disfrute, suelte la mierda y se exprese libremente. Tiene alma de merry prankstery una libertad muy hermosa. Cosmoterio 128 mproduction (depositphotos)

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