Cannabis Magazine 224

Luego se fijó con más calma en la decoración, muy setentera, con el papel pintado de las paredes rozando lo psiquedélico, las sillas y mesas de madera que en estos tiempos serían vintage, incluso la propia barra en la que estaba apoyada tenía detalles interesantes... ¡Le encantaba! Empezó a imaginarse cómo habrían sido los buenos tiempos del aquel bar, cuántas borracheras, partidas de cartas o discusiones se habrían tenido en él, cuánta gente habría reído, bailado, reñido... Estaba inmersa en sus pensamientos cuando escuchó de nuevo el gruñido del perro. Ahí estaba, al otro lado de la barra, seguramente conocía alguna otra entrada, pero esta vez Raquel, sin saber muy bien por qué, no tenía miedo: puede que fuera el arrojo que te da el puntito del puesto, o quizá el ensimismamiento y ensoñación en la que había caído hacía un rato o, a lo mejor, ese sentimiento de hogar que había percibido desde que había llegado a Laxe. Tal vez una mezcla de todo lo anterior. Lo cierto, es que, ahora mismo, Raquel no tenía ningún miedo de aquel negro, grande y viejo can de palleiro. Así que salió de la barra y se acercó a él ofreciéndole la mano. Este la olió y dejó de gruñir. Raquel se agachó y mirándole a los ojos le preguntó: “¿Cómo te llamas?”. El perro se sentó sobre las patas de atrás y comenzó a chuparle la mano que aún olía a anís. Enseguida entendió que el perro tenía hambre, se levantó y se puso a buscarle algo de comer. No había nada en el bar, así que subió las escaleras y miró por la cocina de la casa hasta que se dio cuenta que el perro, que la había seguido por las escaleras hasta el piso, estaba parado delante de una puerta, la abrió y ahí estaba en la despensa, un gran saco de pienso, varias latas de carne y al lado un comedero de latón que ponía su nombre: Onte. Lo llenó de comida y el perro engulló con tanta avidez como antes ella había bebido. Al acabar de comer, Onte se dirigió hacia uno de los viejos sofás que había en la sala, y se subió al que tenía una manta y, con la cabeza alta, el cuello en tensión y mirando fijamente a Raquel, ladró dos veces. Parecía un código, una petición, una orden, algo que seguramente su abuela hubiese comprendido pero… ¿el qué? ¿Qué quería? Miró hacia la sala y vio que al 112 Aquellos tiempos “ “ A LO LARGO DEL CAMINO, POR EL PUEBLO, EN EL PUERTO, CADA UNO SEGUÍA A LO SUYO SIN PERDER DE VISTA AL OTRO. ONTE PARECÍA UN CACHORRO POR LA EXCITACIÓN QUE MOSTRABA Y ELLA, POR PRIMERA VEZ EN MUCHOS AÑOS, SE SENTÍA FELIZ

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