Cannabis Magazine 225

109 Un grupo de amigos y yo habíamos llegado horas antes a la localidad coruñesa de Ares, buscando localizaciones para un cortometraje que planeábamos realizar. Luego de pasarnos la mañana en coche de aquí para allá, haciendo pruebas de cámara e intentando visualizar lo que sería nuestra “gran” película, nos fuimos a comer a una pequeña pensión/taberna donde íbamos a pernoctar y, seguidamente, hicimos lo que mejor se nos daba: emborracharnos, fumar unos porros y seguir fantaseando, ya sin ningún tipo de coherencia, sobre nuestro brillante futuro audiovisual. Al caer la tarde, anocheció temprano (como debe ser en un invierno que se precie) y yo, con la pretenciosidad del poeta vanidoso, decidí dar un solitario paseo por el puerto de Redes, no sin antes informar a mis bohemios y embriagados compañeros de mis intenciones. Al fin y al cabo, yo era el director de “tamaña obra”, o sea, el “artista”, y debía comportarme como tal. Tardé menos de dos pitillos (mojados), en darme cuenta de mi propia estupidez. Entre el bar y la pequeña ensenada del puerto solo había un charco, pero era “el charco”. Cubría todo el camino de tierra y estaba enlodado por la lluvia. Resignado, apreté las manos en los bolsillos y caminé encorvado hacia mi incierto destino. Para mi sorpresa, cruzar la calle y llegar a la ensenada fue bastante más agradable de lo que creí inicialmente: de repente, las luces amarillentas de las pequeñas casas que dejaba atrás se mezclaban con otras al otro lado de la ría que, junto a la lluvia que caía de lado, le daba al paisaje el encanto de un viejo cuadro marinero. Me sentí mejor y decidí dirigirme hacia el final del puerto buscando, tal vez, un atisbo de algo parecido a una playa. En general no es extraño ver a hombres paseando solos en casi ningún lugar y los sitios aislados no son una excepción, pero es menos común encontrar a una mujer. Esa fue la primera vez que la vi. Me crucé con ella y me intrigó. Llevaba botas de ante claro que se habían oscurecido de lo empapadas que estaban, unos “ “ DE REPENTE, Y SIN PREVIO AVISO, SU PARAGUAS APARECIÓ VOLANDO, SOLO E INGOBERNABLE GOLPEÓ EN MI CABEZA COMO SI FUERA UNA ADVERTENCIA Y SIGUIÓ SU CAMINO

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