Cannabis Magazine 225

Y allí estábamos: la noche, la lluvia, el viento, las luces del mar, yo lleno de barro y ella desnudándose. —¿Eres de aquí? —pregunté mientras disimulaba mirar para otro lado —No soy de aquí ni soy de allá… —canturreó la muy loca . —¿Cómo te llamas? —¿Qué importa? ¿No te apetece darte un baño en el mar? —¡Un baño! Como si no estuviera ya lo suficientemente mojado y congelado. Evidentemente, no. —Deberías hacerlo. Hoy hay marea viva que cura a los muertos ¡Venga, anímate! Corrió hacia la orilla y, desnuda, se metió en el mar. La vi chapoteando sobre las olas y me di cuenta de que había dejado de llover. Me pareció el momento perfecto para liarme un porro. Ella no paraba de hacerme gestos con las manos para que entrase en el agua y, con el arrojo, y ese punto de locura que da esa mezcla de alcohol y el hachís, caminé hasta la orilla y al llegar, sin pensarlo, me metí andando en el mar con el canuto en la boca. Ella se acercó nadando y me preguntó. —¿Y tú? ¿Tienes nombre? —Qué más da, puedes llamarme Fulano. —Vale fulano, pues yo soy Mengana. ¿Me das de fumar? —Sí, pero cómo —dije sacando mis mojadas manos del agua— lo único seco es mi cabeza y el porro que está en mis labios. —Tu toma aire, dale una calada infinita y déjame a mí. ¿Cómo negarme? Hice lo que me indicó y, acto seguido, quitó el maltrecho peta de mi boca (que se deshizo en sus mojadas manos) y pegó sus labios a los míos e, instintivamente, le di una bocanada de humo que, al segundo, se convirtió en un húmedo y lujurioso beso. Y, sin dejar de besarnos, nos arrastramos hasta la orilla donde follamos con deseo y urgencia en una playa mojada durante un anochecer de diciembre. Nos corrimos sonriendo mientras empezaba otra vez a llover. Al acabar, estábamos tan empapados, nosotros y la ropa, por dentro y por fuera, que, sin hablar, nos lanzamos a por el paraguas y, parapetados por él, caminamos desnudos, con la ropa hecha un burrullo bajo los brazos, hacia el bar. Donde se hallaban mis compinches cinematógrafos. La entrada fue triunfal. Ellos borrachos y calentitos, nosotros desnudos y mojados, todos en silencio durante unos segundos... hasta que ella dijo: —¿Qué pasa? ¿Nunca visteis una sirena y un merluzo? 112 Aquellos tiempos “ “ PEGÓ SUS LABIOS A LOS MÍOS E, INSTINTIVAMENTE, LE DI UNA BOCANADA DE HUMO QUE, AL SEGUNDO, SE CONVIRTIÓ EN UN HÚMEDO Y LUJURIOSO BESO

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