Cannabis Magazine 225

117 El abominable hombre de las hipodérmicas En determinado momento, estuve trabajando en el Dispositivo de Atención Sociosanitaria de La Rosilla (un antiguo poblado dedicado a la venta de drogas duras). Duré diez días. El tiempo que tardaron, como les solicité al tercer día, en encontrarme un sustituto. Eso, creo que lo he contado ya otras veces, más que un recurso para la reducción del daño, como pretendía ser, era algo así como un campamento de refugiados de la guerra entre tutsis y hutus de Ruanda, con el añadido de que todos eran hipermegayonkis. Los más yonkis de Madrid, los más tirados… Lo mejorcito de cada casa. Estaban todos ahí. El sitio era inmanejable. Ni psicólogos ni médicos ni educadores ni trabajadores sociales. Únicamente, un educador exadicto y extaleguero era capaz de contener y mantener el orden. Y, cuando las cosas ya se iban de madre, eran ellos mismos, los usuarios, quienes, por su propio bien, ponían las cosas en su sitio. Para mí, que llevaba lustros transitando el inframundo de las drogas duras, era demasiado. No me venía bien: todo el santo día viendo a peña chutarse como auténticos contorsionistas. Todas las noches administrando naloxona a los kunderos que se estrellaban con el coche, en su enésimo camino de ida o de vuelta a Barranquillas. Todas las noches aguantando a psicópatas que te extorsionaban para sacarte un mísero cigarrito. En fin, absolutamente dantesco. Insuperable. O eso creía yo. Hasta que, un buen día, apareció por ahí “El abominable hombre de las hipodérmicas”. De verdad que me siento afortunado por haberle visto. Es como si hubiese tenido el privilegio de divisar al Yeti o a un unicornio. Lo digo porque su aparición fue muy breve, fugaz. Y de no haberle llegado a ver, si tan solo me lo hubieran contado, habría concluido que no era más que una trola, una coña, un mito, una leyenda urbana… algo así como, lo dicho: los gamusinos o los unicornios. Pero el caso es que le vi con mis propios ojos. Y es, a todas luces, la persona más alucinante que haya visto jamás. La más cinematográfica. La más teatral. La más literaria. La más de lo más. Tanto que, a mí, me viene grande. Siento que diga lo que diga me quedaré corto en mi cometido de transmitirles a ustedes su esencia y su presencia. Aquí, en este punto, es donde se diferencia a un vulgar articulista de un clásico de la literatura. Ojalá Homero, Virgilio, Shakespeare, Cervantes o Stephen King, hubieran visto antes lo que yo vi, lo hubiesen descrito en alguna de sus obras, y pudiese yo, simplemente, copiar y pegar su descripción. Pero me temo que no es el caso. Así que tendrán que conformarse con el paupérrimo e insulso relato de este vulgar articulista que no es otro que el que ahora mismo les acabo de presentar. Lo siento, llegados a este punto, no voy a hacer el ridículo con un retrato que haga aguas por todas partes. Quédense con que, tenía lo que tienen los seres verdaderamente legendarios. Y a partir de ahí, échenle imaginación. Cúrrenselo ustedes, a su gusto. Eso sí, luego no me echen la culpa si el resultado les parece mediocre. Recuerden: ha sido obra suya, no mía. Se siente. Venga, va… les echaré una mano. Les daré unas pistas: era algo así como unamezcla entre Cuasimodo, contrahecho y huidizo, y El pequeño salvajede Truffaut, “ “ PARA MÍ, QUE LLEVABA LUSTROS TRANSITANDO EL INFRAMUNDO DE LAS DROGAS DURAS, ERA DEMASIADO. NO ME VENÍA BIEN: TODO EL SANTO DÍA VIENDO A PEÑA CHUTARSE COMO AUTÉNTICOS CONTORSIONISTAS

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