Cannabis Magazine 227

fullera. Nos avisaría con una llamada perdida minutos antes de entrar y la banda tocaría Moon Rivery así la homenajeada se llevaría una (en teoría) grata sorpresa. Desgraciadamente, la sorpresa fue mía. Natalia se presentó sin Ágatha y llorando, y nuestra versión rock de la banda sonora de su película favorita duró menos de un minuto. Salté del escenario, joven y ágil como era y me tropecé con un cable que me hizo caer de bruces contra el suelo. Como todos me miraban me levanté sin quejarme. Me acerqué a Natalia y aparté a la gente que le rodeaba. ¡Las explicaciones a mí!, que para algo era su mejor amigo, mantenido y, sobre todo, responsable de pagar el alquiler del bar, equipo, alcohol y drogas de su cumpleaños que había apalabrado con su dinero. Estaba, por tanto, muy preocupado. Natalia consiguió explicarme entre sollozo y sollozo que Ágatha había salido la noche anterior agobiada por pasar tantos días en casa y se había despertado esta mañana en un coche abandonado en un descampado del extrarradio donde supuestamente le habían robado el bolso y quien sabe qué más. Continuó explicándome que había pasado el día perdida, por el monte, y después de recorrer varios kilómetros, había conseguido llegar a una casa en donde, con reticencia y desconfianza, le dejaron un teléfono y, como solo se sabía mi número me había llamado a mí, que no le había contestado. Era cierto. Me había llamado a las siete de la tarde un teléfono desconocido. Pero yo nunca atendía ni devolvía esas llamadas de extraños, básicamente por las múltiples deudas que acumulaba por toda la ciudad. Natalia siguió contando: Ágatha estaba sola, cansada, triste y sin dinero en algún lugar entre Ambroz y Ronda, una sierra a las afueras de la ciudad. Era una locura. ¿Qué le habría pasado? ¿Dónde estaría y en qué estado? ¿Cómo podía haber sido tan sumamente estúpido? Estaba aterrado e histérico, e intenté que alguno de nuestros “colegas” con coche se ofreciese para guiar una expedición para ir a buscarla, pero todos parecían ya haber pasado del asunto. Mi falsa historieta sobre sus andanzas parecía pesar más en los alcoholizados y drogados “amigos” que la preocupación por Ágatha. En cada intento de conseguir un chófer con coche para ir a buscarla recibía respuestas del tipo: “estará bien, no te preocupes” o “ella se lo busca, ya sabes cómo es”. Agobiado y preocupado a partes iguales, salí del Bar Amador raudo, veloz (y algo renqueante de la pierna de la 114 Aquellos tiempos “ “TODO EL MUNDO BAILANDO ENTRE UNA ESPESA Y GOZOSA CORTINA DE HUMO Y SUBIDA AL ESCENARIO, LIDERANDO MI BANDA Y CANTANDO, ESTABA ELLA, ÁGATHA, EN TODO SU ESPLENDOR

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