112 pueden ser artistas y construir (o deconstruir) una sopa de pepinos y exponerla en ARCO o cualquier feria de arte moderno. Me parece, en general, una tomadura de pelo. Mi madre hace los mejores bistecs en parrilla del universo y no por eso es artista (lo es por otras muchas cosas). En general considero que se ha generado mucha infantilización interesada en la categorización de arte, que combinada con el capitalismo global extremo logra estimular mercados basados en un ideal perceptivo falso o, por lo menos, muy exagerado y que no se corresponde ni de lejos con la categoría de la obra o el artista. Como decía una canción del gran Gabriel Sopeña, “no siempre hay tesoros detrás de un destello”. Yo ya voy para viejuno y precisamente por lo mismo (la edad) tengo suficiente memoria para recordar blufs artísticos del tamaño del apéndice sexual de Nacho Vidal (otro artista, según quién opine). Obras vergonzosas y vergonzantes de pintores, arquitectos, músicos... que, a partir de los años cincuenta del pasado siglo, utilizaron los medios de difusión para promocionarse ellos y sus obras, con un trasfondo coyuntural, sin poso, sin sentido, fuera de su tiempo. La mayoría de estas obras y autores están semiolvidados aunque aún queda alguno adaptándose, cual camaleón, a las nuevas coyunturas, cambiando integridad por mercantilismo, sabedores de que desde la irrupción de las redes sociales son, de algún modo, más esclavos de su imagen que nunca. Y en esas estamos: habitando un mundo cada vez más pequeño para las comunicaciones y los flujos de dinero, y más clasista y hermético para todo lo demás, manejado por un puñado de empresas y particulares en comandita con los círculos privados de poder económico que auspician la explotación y la especulación de toda expresión y actividad. Y, por supuesto, el arte no es, ni nunca ha sido, una excepción. Resulta tan solo un producto más del mercado. De hecho, en los últimos tiempos se ha acelerado exponencialmente la rentabilidad a corto plazo de cualquier producto y eso afecta, para mal, a la calidad y difusión de las obras. Que el mundo sea pequeño o inmenso según el capital que uno posea es, en sí mismo, abominable, pero como el arte está irremediablemente unido a la sensibilidad del que lo crea, de lo que transmite con su obra y del impacto en la sensibilidad del espectador, dejar que decida un público influenciable, consumista, mal educado académicamente y muy insensibilizado por la cercanía e inmediatez de todo, en la era de la globalización no sirve para comprender y disfrutar de las obras. Por el contrario, llega a auspiciar a artistas de postal que no crean, sino que fabrican obras para alimentar industrias. En cierto modo, esto ha sido siempre así, aunque hoy estamos llegando a un punto donde el más elemental de los criterios para evaluar cualquier cosa (que es el conocimiento) es puesto Aquellos tiempos “ “LOS COCINEROS AHORA PUEDEN SER ARTISTAS Y CONSTRUIR (O DECONSTRUIR) UNA SOPA DE PEPINOS Y EXPONERLA ENARCO
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