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Usos terapéuticos del cannabis (I)

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La Lucha Antidroga y el cannabis terapéutico

En la serie que comenzamos con este número analizaremos distintos aspectos sobre el uso terapéutico del cannabis. En esta primera entrega hablaremos sobre las dificultades y problemas que afronta la investigación con cannabinoides, haciendo especial mención a las trabas que supone el Prohibicionismo para el desarrollo de la Ciencia.

Por Fernando Caudevilla

La investigación y comercialización de los fármacos destinados al uso humano sigue unos procedimientos estandarizados desde hace décadas. La investigación básica a través de simulaciones por ordenador, estudios en cultivos celulares y estudios en animales de experimentación permite seleccionar inicialmente aquellos fármacos que pueden ser eficaces para el tratamiento de una enfermedad. Algunas de las moléculas que demuestran eficacia y seguridad tras esta etapa son probadas después en humanos. En un principio se realizan estudios en unos pocos voluntarios sanos en condiciones estrictas de seguridad, para conocer cómo se comporta en realidad el organismo ante la nueva sustancia.

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Si todo va bien llega la hora de la verdad: la fase de ensayos clínicos. Los efectos del  fármaco se comparan con los de un placebo (u otro fármaco diferente) en condiciones reales y utilizando un número suficiente de pacientes. En el caso de que los resultados sean satisfactorios, el fármaco se comercializa y se considera indicado en el tratamiento de aquellas enfermedades o síntomas en los que esté avalado por los ensayos clínicos. Este proceso se demora durante varios años y requiere de muy elevadas sumas de dinero, sólo al alcance de la industria farmacéutica y de los Estados, si bien estos últimos no suelen demostrar demasiado interés en el asunto. Pero el proceso está perfectamente validado desde un punto de vista científico, y permite distinguir si un determinado medicamento es eficaz o no para el tratamiento de una enfermedad.

Así, determinar cuál es el antibiótico más adecuado para una infección de orina, el antidiabético de elección en una situación determinada o el mejor tratamiento para la gota es, en principio, poco discutible. Y los antibióticos, los antihipertensivos o los analgésicos no se encuentran, por lo  general, envueltos en la polémica. Tampoco existen posicionamientos ideológicos acerca de los fármacos para el tratamiento del colesterol ni se debate en los Parlamentos sobre el tratamiento más adecuado para los papilomas de los pies.

El uso terapéutico del cannabis, sin embargo, es un motivo constante de debate no sólo científico, sino también político y social. Los políticos, tertulianos y líderes de opinión no  suelen opinar sobre los fármacos para la migraña pero sí tienen algo que decir sobre el uso terapéutico del cannabis que, en ocasiones, hasta va incluido en el programa de algunos partidos políticos. Lo que debería ser una cuestión estrictamente científica, traspasa estas barreras para situarse en el terreno de lo ideológico. Así, el uso del cannabis o los cannabinoides en medicina no se hace en función de argumentos lógicos, es decir, de su eficacia en el tratamiento de enfermedades o síntomas, sino que intervienen otro tipo de factores sociales, políticos y, sobre todo, de tipo moral.

El origen de esta rareza tiene que ver con motivos históricos. Como todos sabemos, a principios del siglo XX, primero en Estados Unidos y después en el resto del mundo, el cannabis fue prohibido. Las causas hay que buscarlas en una compleja serie de motivos morales, sociales, históricos y económicos que muchos historiadores han explicado de forma suficiente. Pero, en relación con el tema que nos ocupa, conviene destacar que ninguna de las causas de la Prohibición del cannabis u otras drogas ilegales tuvo que ver con aspectos sanitarios o científicos. Entre el conglomerado de razones que ha llevado a la ilegalidad a una serie de sustancias no hay un solo argumento lógico que tenga a la Medicina o a la Ciencia en general como fundamento.

Sin embargo las clasificaciones internacionales que fiscalizan las sustancias sí utilizan este criterio médico, aunque sería más exacto señalar que disfrazan sus argumentaciones de ciencia. La Lista I de la Junta Internacional de Fiscalización de Estupefacientes (JIFE) de la ONU incluye sustancias “sin ningún uso terapéutico y muy nocivas para la salud”. Muchos opiáceos, casi todos los psicodélicos y la planta del cannabis se encuentran clasificados en esta lista desde 1961 sin ninguna justificación de tipo lógico o científico.

El uso del ensayo clínico como prueba de oro para determinar qué fármacos son eficaces para el tratamiento una determinada enfermedad se generalizó a partir de la segunda mitad del siglo XX. Esta orientación ha permitido el avance de la Medicina como Ciencia durante las últimas décadas, al tratarse de una herramienta eficaz que permite distinguir aquellas sustancias verdaderamente útiles, terapéuticas. Como acabamos de ver, el desarrollo del Ensayo Clínico coincidió en el tiempo con la prohibición del cannabis, disfrazada de motivos sanitarios. Con el cannabis clasificado en la lista más restrictiva, no tiene ningún sentido tiene estudiar las propiedades terapéuticas de algo que ya se ha decidido a priori que es malo para la salud. No importa que la planta del cáñamo haya sido utilizada con fines terapéuticos en los últimos siete mil años por todas las culturas con acceso a ella: los prejuicios morales disfrazados de ciencia la excluyeron de cualquier investigación clínica. Porque el Cannabis ya no era un medicamento, ni siquiera una planta como las demás. El cannabis es droga y como todo el mundo sabe la droga es mala.

Pero la realidad pesa más que la burocracia de la JIFE y tiende a imponer su criterio. A mediados de los 70 científicos israelíes comenzaron a estudiar los mecanismos del cannabis en el organismo y se dieron cuenta de que en todos los vertebrados existen moléculas que regulan funciones específicas en el Sistema Nervioso y Sistema Inmune, y que estos compuestos actúan en los mismos receptores que los principios activos del cannabis. De esta forma, el Sistema Cannabinoide Endógeno ha pasado a ser uno de los campos de investigación farmacológica más importantes de las dos últimas décadas. Por otra parte, la automedicación con cannabis para distintas patologías (vómitos asociados a quimioterapia, caquexia producida por SIDA, dolor neuropático…) no ha hecho más que crecer gracias, entre otros factores, a las nuevas tecnologías de la información y comunicación.

La investigación sobre las propiedades terapéuticas del cannabis se ha visto obstaculizada por muchos factores. Multitud de trabas burocráticas, permisos administrativos, condiciones de seguridad y los trámites kafkianos a los que se enfrenta el investigador que se meta en este terreno puede desanimar al científico más entusiasta. La financiación del desarrollo de medicamentos es extraordinariamente cara y dilatada en el tiempo. Los Estados no suelen tener demasiado interés en la investigación farmacológica y son las empresas de la industria farmacéutica las que financian el desarrollo de nuevos productos. Muchas farmacéuticas están desarrollando cannabinoides sintéticos pero no están interesadas en pagar estudios sobre una planta sobre la que no existen patentes y a la que no pueden sacar rendimiento económico alguno.

Otro factor muy relevante en esta dificultad es la injerencia de las Autoridades Antidroga en un asunto que excede sus competencias. Los encargados de reprimir el tráfico ilícito de sustancias aprovechan cualquier ocasión para sobrepasar sus atribuciones, circunscritas al ámbito de lo legal, y adentrarse en lo científico, irrumpiendo como un elefante en una cacharrería con argumentos del nivel de un tertuliano de programa del corazón. Como ejemplo pondremos las declaraciones sobre el cannabis terapéutico del ex-delegado del Gobierno del Plan Nacional sobre Drogas, Gonzalo Robles a Diario Médico en una entrevista el 26 de Junio de 2003 con motivo del “Día Internacional contra las Drogas”. Veamos cómo el Delegado se cargaba de una coz tanto la Medicina Paliativa como el bienestar psicológico de los enfermos terminales como objetivo de un tratamiento.

“Hay que denunciar a los que tratan de confundir y lanzan un mensaje peligroso como que un porro es beneficioso para la salud. La verdad es precisamente la contraria: el cannabis genera daños a la salud; esto es incuestionable (…). El porro no es terapéutico. Se habla del caso de los enfermos terminales. Sinceramente, creo que es un mal ejemplo. El hecho de que un paciente que está a punto de morir se encuentre mejor psicológicamente por fumarse un porro no es algo médico, no hay nada que demuestre que eso le alarga la vida.”

Ignacio Calderón, Director General de la Fundación de Ayuda contra la Drogadicción (FAD) advertía en Febrero de 2005 sobre “el riesgo de confusión” que genera la información sobre la dispensación terapéutica del cannabis, en relación con la puesta en marcha de un programa piloto en Cataluña. Note el lector el uso de vocablos (“banalización”, “desorientación”, “percepción errónea”…) , más propios de la Conferencia Episcopal que de una institución preventiva:

“Es imprescindible un planteamiento correcto de este tipo de información para evitar la banalización de los efectos negativos del consumo de esta sustancia como droga. Cuando un producto se usa con fines terapéuticos para tratar a determinados pacientes se convierte en un fármaco, y no se puede relacionar con el consumo de drogas. Este mensaje debe quedar claro sobre todo entre los jóvenes, colectivo que tiene una percepción errónea sobre los riesgos de las drogas. El planteamiento de este proyecto debe ser puramente terapéutico para evitar una desorientación grave que favorezca la banalización del consumo de drogas”

Veamos en otro ejemplo cómo abordan el tema dos guías de prevención para adolescentes:

“Los usos médicos del cannabis se corresponden en su práctica totalidad a fármacos obtenidos en laboratorio y no al hachís o la marihuana. El consumo de hachís o marihuana con fines recreativos no tiene ninguna utilidad terapéutica, ni supone ningún beneficio para la salud de los consumidores, más bien al contrario”. (El cannabis y los jóvenes. Agencia Antidroga, Comunidad de Madrid, 2005)

“Hoy se estudia la utilidad terapéutica del cannabis para tratar el glaucoma, contra los vómitos en pacientes de cáncer sometidos a quimioterapia y contra la pérdida de apetito de enfermos de sida. Esto no debe confundirnos: aún no se ha demostrado que tenga ventajas sobre medicamentos ya existentes. Además, el cannabis plantea un problema importante: a medida que se repite la administración de la sustancia disminuyen sus efectos terapéuticos. En todo caso, si las investigaciones confirmaran una aplicación terapéutica, el médico no recetaría cannabis fumado, sino pastillas, jarabes… de compuestos sintéticos derivados de la planta para evitar así los efectos negativos del porro.” (Sin Drogas: Guía sobre el Cannabis. Plan Nacional sobre Drogas, 2006)

La obsesión de las Autoridades Antidroga en desacreditar los usos terapéuticos del cannabis se puede explicar si analizamos con detalle los ejemplos anteriores. La fina línea que separa un fármaco de una droga es que ésta última no va dirigida a la curación de una enfermedad y es autoadministrada por la persona sin receta médica. Por lo demás,  la distinción entre drogas y medicamentos es artificial. Así, la existencia de propiedades terapéuticas del cannabis constituye  un torpedo en la línea de flotación del argumentario prohibicionista que sostiene que determinadas sustancias están prohibidas para la protección de ese ente abstracto e intangible al que llaman “Salud Pública”. La idea de que “la droga” no sea un ente infernal e ingobernable, y que incluso pueda ser beneficiosa para el tratamiento de algunas enfermedades, hace saltar por los aires la lógica interna de la Prohibición.

Así, la manipulación y la injerencia del lobby antidroga es un factor que dificulta un abordaje racional sobre los usos terapéuticos del cannabis. Pero seríamos injustos si no denunciáramos también el uso interesado que el sector pro-cannábico hace sobre el tema. Lo analizaremos con detalle en el próximo número.

Acerca del autor

Fernando Caudevilla (DoctorX)
Médico de Familia y experto universitario en drogodependencias. Compagina su actividad asistencial como Médico de Familia en el Servicio Público de Salud con distintas actividades de investigación, divulgación, formación y atención directa a pacientes en campos como el chemsex, nuevas drogas, criptomercados y cannabis terapéutico, entre otros.

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