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Cannabis: La medicina del pueblo

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Si algo ha contribuido a la creciente aceptación pública del consumo de cannabis de los últimos años han sido las pruebas de sus beneficios medicinales.

Por Joep Oomen, ENCOD

El simple testimonio de una persona cuya calidad de vida haya mejorado significativamente por el uso de cannabis puede abrir más mentes que miles de argumentos bien elaborados sobre la libertad individual o lo contraproducente de la prohibición, entre otros. Sin embargo, este fenómeno también tiene un riesgo, ya que la palabra medicinal supone la involucración de expertos médicos. El enfoque sobre el cannabis medicinal también puede llevar a colocar la planta bajo el dominio de lo que se podríamos llamar el “establecimiento médico farmacéutico”.

Hace poco más de cien años a nadie en su sano juicio se le ocurría pedir el consejo de un médico antes de consumir plantas medicinales. El conocimiento sobre su cultivo, elaboración y uso había sido transmitido oralmente de padres a hijos (o mejor dicho, de madres a hijas, porque solían ser las mujeres que se especializaban en guardarlo y pasarlo a nuevas generaciones). Las plantas formaron parte de la farmacopea popular, que a su vez formaba parte de la memoria colectiva que los pueblos construían año tras año, siglo tras siglo. Ni la caza de brujas que caracterizó el período más oscuro de la Edad Media logró borrar completamente esta sabiduría ancestral. Pero con la entrada de la medicina moderna y siguiendo con la revolución industrial se inicia la lenta pero segura desaparición del consumo de las plantas medicinales.

Las plantas formaron parte de la farmacopea popular, que a su vez formaba parte de la memoria colectiva

En el curso del siglo XIX, los médicos occidentales se hacían conscientes de que las intervenciones quirúrgicas tendrían mucho más posibilidades de lograr éxito si pudieran desarrollarse sin dolor. Hasta entonces, estas operaciones habían sido una horrorosa experiencia, lo que no contribuía a la eficacia de las mismas y el proceso de curación del enfermo. En su búsqueda de formas para satisfacer esta necesidad, los químicos europeos lograron sacar los elementos activos de plantas como el opio y la hoja de coca, cuyo efecto anestésico estaba reconocido desde hace miles de años por los pueblos asiáticos y andinos, respectivamente. De tal manera, surgieron, dentro de los laboratorios alemanes e ingleses, sustancias como la morfina y la heroína (derivados del opio) y la cocaína (derivado de la hoja de coca). Hasta finales de siglo estos productos estaban libremente disponibles en todo el mundo occidental. Las empresas Bayer y Merck los vendían para tratar la tos y  Coca Cola la puso en los bares como alternativa al alcohol.   

Cultivo de cáñamo industrial

Mientras que el uso de las plantas medicinales siempre había formado parte del patrimonio cultural y por lo tanto accesible a todo el mundo, el éxito de la introducción de las nuevas medicinas industrializadas provocó el deseo de monopolizarlas. Fueron precisamente los dueños de las primeras farmacias en Estados Unidos a principios del siglo XX quienes empezaron a dar la alarma sobre el libre mercado de medicamentos y productos relacionados. Ese libre mercado significó que las farmacias tuvieron que hacer la competencia a curanderos que tradicionalmente empleaban productos a base de pantas que pudieron ser producidos de manera relativamente fácil y barata. Por lo tanto, los primeros empresarios que se dedicaban a la producción y distribución de medicinas industrializadas consideraron la limitación de su comercialización una excelente posibilidad para deshacerse de esta competencia.

La industria farmacéutica ha sido crucial en la historia de la prohibición de las drogas. En el libro ‘The Gentlemen’s Club’ (‘El Club de los Señores’), publicado en 1975 por el criminólogo noruego Kettil Bruun, se describe la forma en que las grandes corporaciones farmacéuticas de entonces tuvieron mucho que ver en la redacción de la Convención Única de Estupefacientes de la ONU en 1961 y su protocolo de modificación en 1971. Muchos integrantes de las delegaciones gubernamentales occidentales que promovieron estos tratados que todavía son la base de la política de drogas de prácticamente el mundo entero, habían sido empleados de estas corporaciones antes o resultaron serlo después.  

Cultivo de cannabis en el invernadero de CTAEX en Villafranco del Guadiana (Badajoz)

Junto con la industria farmacéutica ha nacido también un concepto diferente del médico. Antes, los curanderos tradicionales se hallaban al servicio del pueblo, su misión era asistir al que los necesitaba con consejos que se basaban en conocimientos antiguos, popularizados entre todos. Sin embargo, el médico moderno se ha convertido en un simple agente de venta de empresas farmacéuticas que producen remedios industrializados cuya eficacia está probada en textos muy poco accesibles para la mayoría de las personas y con efectos colaterales que a menudo deben ser contrarrestados con nuevos remedios, y así sucesivamente. Con la introducción de la medicina moderna, curiosamente, la calidad del contacto entre médico y paciente ha disminuido, al igual que el papel que juega este último en su propio tratamiento o curación. En cambio, el servicio de salud resulta seguir una lógica económica inspirada sobre todo en la necesidad de garantizar las ganancias de las instituciones que operan en él, entre otras y especialmente, la industria farmacéutica. Una lógica que prefiere considerar al enfermo como un cliente que tiene que volver para sustentar la industria y sus necesarios beneficios, en lugar de una persona que debe sanarse lo más rápido y mejor posible.

El reconocimiento de los valores medicinales del cannabis, entre otras plantas, coincide con el fracaso, no solamente de la prohibición, sino también del establecimiento médico moderno. Cada vez más, crece la conciencia de que las personas empleadas por este establecimiento no poseen la verdad absoluta, y que la salud es demasiado importante para dejarla en manos de empresarios que buscan lucrarse. No es por estar enferma que una persona debe perder su dignidad y su autonomía. El reencuentro con el cannabis como medicina es en realidad un reencuentro con el poder de la naturaleza, que en lugar de hacerle dependiente al enfermo, más bien le devuelve el poder de controlar su vida. En lugar de estar condenado a comprar los productos de las empresas farmacéuticas, el cannabis le ofrece el poder de cultivar su propia medicina.  

Sin embargo, es aquí donde está en juego la credibilidad del movimiento para el cannabis medicinal. En realidad, la única diferencia entre cannabis medicinal y cannabis recreativo es que el primero debe absolutamente ser cultivado bajo normas de la agricultura biológica. Por supuesto que sería bueno si todo el cannabis consumido fuese de calidad biológica, pero para ser considerada una medicina es una condición imprescindible. No se le exige nada más al cannabis medicinal. Todas las especies pueden tener valores medicinales. Entonces no hacen falta grandes inversiones en infraestructura y tecnología, ni mecanismos superavanzados para poder producirlo o controlarlo antes de llegar a la persona. 

Si el movimiento para la regulación del cannabis medicinal está orientado principalmente a obtener el permiso de las autoridades para poder distribuir cannabis a personas enfermas sin incluir en la propuesta el derecho de cada adulto de cultivarlo para su propio uso, se está tendiendo una trampa a todos los usuarios. Sin quererlo, podemos estar preparando el terreno para empresas farmacéuticas que ya están listas para obtener el monopolio en la producción del cannabis medicinal tan pronto que se autorice su venta en farmacias. Mientras que el cultivo de la planta seguirá siendo sancionado con multas y penas de prisión.

el médico moderno se ha convertido en un simple agente de venta de empresas farmacéuticas

No se trata, como pretenden las empresas farmacéuticas que ya han empezado a producir derivados del cannabis que luego son distribuidos en las farmacias en varios países occidentales, de que el valor medicinal del cannabis debe ser probado a través de investigaciones detalladas que luego van a justificar un precio elevado del producto. El cannabis es una medicina del pueblo, y el pueblo tiene derecho a juzgar por sus propias experiencias cómo y de qué forma la utiliza.

Más que intentar obtener una regulación para el acceso al cannabis para enfermos, el movimiento por el cannabis medicinal debería enfocarse en difundir cómo cultivarla y elaborar sus derivados. Se trata de asegurar el acceso al cannabis para todos los que desean utilizarlo por razones medicinales, sea porque estén sufriendo de una patología en la que el cannabis puede ser un paliativo, sea porque el cannabis les ofrece una herramienta para prevenir problemas de salud tales como el estrés y el insomnio. Saber cómo hacerlo, estar capacitado para producir cannabis que puede ser utilizado como medicina, es tan importante como poder hacerlo legalmente.

Más que liberar nosotros a la planta, debemos liberarnos a nosotros mismos, porque tenemos que buscar los remedios para las enfermedades reforzando la capacidad del propio cuerpo a combatirlas. Una de estas enfermedades es la pérdida del equilibrio con el universo natural que nos rodea. El hombre moderno sufre del complejo de superioridad frente a la naturaleza. La ve como una materia prima para hacer dinero. Ha cubierto la tierra con asfalto y está contaminando el agua y el aire con sus basuras, y su cuerpo con alimentos y medicinas que debilitan su salud. Es este comportamiento el que crea muchas de las enfermedades físicas y psicológicas que afectan a la sociedad occidental de hoy en día. Y no es ninguna casualidad que una planta, y sobre todo la autonomía que le ofrece al consumidor al cultivarla, represente el mensaje que la gente necesita escuchar. Ojalá sea recibido.

 

Acerca del autor

Muchos años luchando en la sombra para que el cannabis florezca al sol.

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