Crisis (y III)

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guerra contra las drogas

Finalizamos el extracto del capítulo número 38 de PIHKAL, en el que Ann Shulgin narraba un difícil encuentro con una sustancia, a la que llama “desoxy”, de la que ni ella ni Sasha se esperaban ese tipo de reacción.

Fue una verdadera crisis espiritual en toda regla lo que tuvo que afrontar Ann, varios días de tortura psíquica, de sufrimiento interior, pero que le sirvieron para aprender mucho, tal como suele decirse de los malos viajes. Recomendamos al lector que vuelva a leer las dos entregas anteriores antes de emprender la lectura de ésta, que supone la conclusión de este episodio de la vida de los Shulgin.

Me senté en mi escritorio y encendí la máquina de escribir eléctrica. Era momento de escribir un informe de todo este extrañísimo asunto.

«DESOXY, 40 mg», comenzaba el informe. «Ésta es la experiencia más rara que haya tenido nunca. He tomado drogas antes que se mostraban amenazadoras, pero los problemas eran exclusivamente neurológicos. La dificultad esta vez no es física, sino psíquica».

Escribí un breve resumen de la experiencia del día anterior, para que constara en acta, y luego continué:

«Adam dijo que está todo en mí misma. Eso significa que he estado proyectando sobre el mundo a mi alrededor alguna parte de mi psique que observa y registra todo y aprende. Ésa es su función».

MARTES

Antes de abrir los ojos, comprobé el mundo exterior y a mí misma, sintiendo el entorno con antenas mentales, como una cucaracha nerviosa, y supe que aún no me encontraba fuera de mi pequeño infierno privado.

Esta vez, vistiéndome en el baño, me sentí triste. Cuando hube lavado mi cara, cogí un peine y me dispuse a trabajar en mi pelo enmarañado de dormir, examinando mi reflejo en el espejo con gran cuidado. Mis ojos tenían una mirada familiar; parecían líquidos y suaves, y las pupilas aparecían dilatadas, como si estuviera bajo la influencia de un psiquedélico.

Ya nunca más será joven esa cara. Pero en realidad parece bastante hermosa. Ojos hinchados, aunque todavía… no están mal para mirarlos. Ah, bien; para pequeños favores, somos agradecidos.

Shura impartía su clase de toxicología de otoño, los martes y jueves, y no tendría que salir hacia la Universidad hasta mediodía. Él estaba leyendo el periódico de la mañana y le planté un beso en el cuello antes de sentarme a la mesa con mi café.

Decidí averiguar cuánto podía entender de las noticias —para ver si podía enfocarme en algo impreso— antes de ponerle al corriente. Sentí que me miró unas pocas veces, pero no había necesidad de tener prisa. Pensé: pobre hombre, dejémosle tener al menos unos pocos minutos de buen café y tiempo de lectura del Chronicle, para empezar su día.

Después de un rato, me di cuenta de que yo estaba releyéndolo todo dos o tres veces. Tan sólo unas pocas frases impresas penetraban el constante trasiego de peatones de la hora punta, las idas y venidas de pensamiento tras pensamiento e idea tras idea. Yo estaba ocupada.

Cuando dejé de pensar en el periódico, le puse al corriente de los últimos avances y hablamos.

Yo dije: «Sea lo que sea esta maldita cosa, no cabe duda de que cualquier psiquiatra normal y corriente del mundo lo etiquetaría como psicosis, ¿verdad?».

Shura se encogió de hombros: «Probablemente, si sirve para algo, ¡y los dos sabemos que no vale para mucho!».

Sonreí como muestra de conformidad. La mayoría de nuestros amigos —los que no eran químicos o escritores— eran psicólogos y psiquiatras, o hacían terapia de algún tipo, y ambos sabíamos lo poco que ninguno de ellos realmente entendía sobre la naturaleza tanto de la salud mental como de los desórdenes mentales. Pero el término «psicosis» parecía un punto de partida razonablemente bueno para intentar definir esta experiencia.

«La parte difícil», hice una pausa para tragar, «es que estoy siendo bombardeada mayoritariamente con la tristeza, el sufrimiento, la pérdida de significado que los seres humanos han atravesado durante sus vidas, siglo tras siglo, y aún continúa del mismo modo, por supuesto, por todo el mundo. Tanta miseria y grosera estupidez, y realmente me estoy hartando de ello. ¡Sólo quiero que se apague!».

Shura se movió rápidamente. Me sostuvo mientras yo sollozaba en su pecho. No tuve que decirle que esta vez estaba llorando de verdad.

Tras unos pocos minutos, recuperé el control y me disculpé: «¡Lo siento por eso! No pretendía arrastrarte a ello de ese modo. No quiero que sintonices conmigo, querido. Tienes que mantener tus fronteras psíquicas, pues no ayudará a ninguno de los dos que las pierdas. Necesito que te mantengas fuerte y cuerdo en todo este desorden».

«No te preocupes por mí, amor mío», dijo, con voz firme. «No estoy siendo absorbido ni estoy realmente preocupado. No me gusta verte con dolor de ningún tipo, por supuesto, pero sé que superarás esto y vendrás al otro lado con algo que antes no tenías. Esta experiencia en su conjunto resultará ser de gran valor para ti, de algún modo que ninguno de los dos puede prever por el momento» (…)

Me vino una idea, una posible forma de salir de todo este asunto. Merecía tomarme un respiro, pensé. ¡Si no un final, por lo menos un respiro! En la parte de atrás de la casa, pesé ciento veinte miligramos de MDMA, la cantidad conocida entre los terapeutas como la dosis terapéutica habitual. Ésta era la droga que siempre restablecía mi equilibrio, mi sentido del humor y mi objetividad. Era una vieja y querida amiga.

Quizás me conduzca de vuelta a la normalidad, fuera de todo esto. Si no funciona, ciertamente no me hará daño. Lo peor que puede hacer es intensificar lo que ya está sucediendo. Si eso ocurre, simplemente apretaré los dientes durante hora y media, hasta que el efecto empiece a bajar. Estaré bien. Merece la pena intentarlo, de todos modos.

Una hora después, mis mejillas estaban de nuevo mojadas, pero esta vez con lágrimas de alivio. El mundo, dentro y fuera, se estaba acomodando en una normalidad relajada, amistosa e incluso humorística. Todavía podía sentir los retazos de aquello con lo que había estado lidiando, pero ya se estaban sosegando, desvaneciéndose de la consciencia. Por primera vez en unos tres días muy largos, podía permanecer junto a la ventana y mirar a la montaña, viendo cómo su cima se ocultaba tras las nubes de lluvia, y sentí mi alma en paz.

MIÉRCOLES

Excepto por un nivel de energía de algún modo más elevado de lo habitual, me sentí completamente normal. Me metí en el coche y decidí que no estaba realmente en la línea base, pero sí lo suficientemente cerca como para arriesgarme a conducir, al menos hasta el centro comercial a tan sólo unas pocas manzanas de casa.

Ese día no hubo problemas. Estaba encantada con mi libertad, y con la sensación de bienestar de mi cuerpo. Por la noche, Shura y yo hicimos el amor. Fue reconfortante para ambos. Me escabullí de buscar mi propio clímax porque estaba demasiado cansada para preocuparme, e insistí en que el suyo me había dado todo el placer que necesitaba, gracias. No vi ninguna razón para contarle que seguía sin sentir nada en mis genitales. Me convencí a mí misma de que había detectado una débil respuesta, el principio de la recuperación, y ahí lo dejé.

JUEVES

Me desperté con la luz del sol entrando a raudales a través de las cortinas, que resultaban completamente inadecuadas para oscurecer la habitación, y mi primer pensamiento fue que tendría que reemplazarlas por otras más opacas, y pronto. Me incorporé y busqué el interruptor de la manta eléctrica con el dedo gordo del pie izquierdo. Mientras me ponía la bata, recordé que había habido algo divertido, y mucha risa, sucediendo en mis sueños, aunque no podía recordar ningún detalle.

Había llegado a la puerta del dormitorio antes de que cayera en la cuenta de que la casi normalidad del día anterior había desaparecido y de que me encontraba, de hecho, de vuelta a un nivel +2.

Ayer fue simplemente un día libre. Unas vacaciones de 24 horas. ¿Qué fue lo que pedí? ¿Un respiro? Eso fue exactamente lo que obtuve. Mierda. ¡MIERDA! (…)

Veinte minutos más tarde, estaba llamando a la puerta de la pequeña casa de Adam. Él me mostró el camino y me sostuvo en el abrazo por el cual era famoso en nuestro círculo de amigos, y sin duda más allá de él, un abrazo que siempre comunicaba energía y fuerza y un profundo nivel de aceptación. Nos pusimos a charlar.

«Simplemente no te tomes los nombres en serio, no dejes que limiten tu experiencia. Así que vamos a darle un nombre. El correcto. Se llama una crisis espiritual».

Rompí a reír: «¡Pero todo es una crisis espiritual, Adam! ¡La vida es una crisis espiritual!».

Él sonrió: «No obstante, así es como se llama, y es el infierno. Es una de las cosas más duras que alguien puede atravesar, pero algún día estarás agradecida por ello. Estarás contenta de que te haya sucedido. Créeme. Lo sé».

Me soné la nariz. Luego sus palabras entraron en mi cabeza y levanté la vista: «¿Pasaste alguna vez algo como esto tú mismo?».

El volvió a sentarse en su silla y se tomó un momento antes de responder: «Viví algo similar durante dos años enteros».

VIERNES

«¿Cómo te sientes, cariño?», preguntó Shura, y yo dije que las cosas estaban cambiando continuamente, y que acababa de atravesar una experiencia bastante extraordinaria, viendo algo absolutamente impresionante en la televisión.

Él dijo: «Tengo una idea que me gustaría proponerte. Dime qué te parece».

Le sonreí: «Vale, ¿de qué se trata?».

«¿Tú sabes cómo el viejo y querido 2C-B siempre te conecta con tu cuerpo, cómo integra el mundo mental con el físico?».

Asentí.

«Es correr un riesgo», dijo, «pero me parece que si te abres a la posibilidad de recordarle a tu cuerpo cómo siente normalmente, quizás te ayudaría a llevarlo todo de vuelta a algún tipo de equilibrio, a volver a juntar las partes diseminadas de ti. Trabajar sobre el cuerpo, así como sobre la mente. Y el 2C-B te resulta familiar, después de todo; es un viejo amigo. ¿Qué te parece darle una oportunidad, para ver lo que pasa? Por supuesto», añadió rápidamente, «no hace falta que diga que el mínimo sentimiento de duda o desasosiego por tu parte debe ser respetado. Sigue tu instinto».

Sonreí. «Parece una idea perfectamente adecuada. No puedo ver por qué podría hacer daño. En el peor de los casos, no tendrá ningún efecto particular, y todo seguirá yendo simplemente como antes. Si funciona, bueno, debo decir que estoy más que preparada para volver a la normalidad, ¡y ése es el eufemismo del siglo!».

Tomamos 25 mg de 2C-B cada uno, y nos tumbamos en nuestra gran cama doble uno al lado del otro. Shura encontró música de Leonard Bernstein en la radio, y empezamos a tocarnos el uno al otro.

Dos horas más tarde, todavía estábamos haciendo el amor, sudando en el aire caliente, y yo lloraba de nuevo, ahora con gratitud por las sensaciones familiares de excitación y respuesta en mi cuerpo. Nos amamos y hablamos, durante cuatro horas, levantándonos ocasionalmente para ir al servicio y comer naranjas frescas. Me sentí completa y llena de gozo, y le dije a Shura que él era, de hecho, un hombre de sabiduría, y le dije gracias, bellísima persona, gracias.

SÁBADO

Cuando me desperté, era yo misma. Estaba en la línea base y supe que seguiría así. El proceso, como Adam había prometido, se había completado al final de la semana. Lo llamé para decirle que se había ido justo como él había predicho, y le di las gracias de nuevo. Él se rio y dijo que, por supuesto, se sentiría feliz de atribuirse el mérito de algo que salió bien, se lo mereciera o no. Él dijo: «Ve con Dios, querida».

Era indescriptiblemente bueno estar de vuelta.

DOMINGO

Shura tomó DESOXY al mismo nivel, los cuarenta miligramos que me había dado a mí el domingo anterior. Fue, según informó, completamente inactiva.

SEIS MESES DESPUÉS

Un domingo por la mañana, convencí a Shura para que me diera la dosis completa de cuarenta miligramos de DESOXY de nuevo, diciéndole que estaba segura de que —esta vez— yo tampoco encontraría ninguna actividad.

Tenía razón. No hubo ningún efecto en absoluto.

REFERENCIAS

Información sobre la inminente publicación de PIHKAL y TIHKAL en castellano:

– Web oficial: http://www.shulgin.es

– Grupo Facebook: http://www.facebook.com/librosdeshulgin

– Twitter: https://twitter.com/Shulgin_ES

 

 

 

Acerca del autor

]. C. Ruiz Franco es licenciado en Filosofía y DEA del doctorado de la misma carrera, cuenta con un posgrado en Sociología y otro en Nutrición Deportiva. Se considera principalmente filósofo, y es desde esa posición de pensador como contempla el mundo y la vida. Se interesa principalmente por las sustancias menos conocidas, y sobre ellas publica mensualmente en la revista Cannabis Magazine.

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