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El creador del éxtasis en la Ruta del Bakalao

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por J. C. Ruiz Franco

La relación de Sasha Shulgincon la Ruta del Bakalao consistió en dedicar un capítulo completo de su libro TIHKAL a sus visitas a España, el cual incluye la descripción de ese fenómeno juvenil y su citación para testificar como experto en un juicio que llegó a tener mucha repercusión y en el que los acusados eran dos jóvenes que supuestamente había cometido el delito de tráfico con pastillas de éxtasis en el entorno de las famosas macro-discotecas, preludio de lo que después empezarían a ser las modernas raves.

Pero comencemos por el principio: Shulgin estuvo en nuestro país varias veces por razones que podemos considerar ‘oficiales’. En el año 1993 vino para participar en los Cursos de Verano de El Escorial –invitado por el filósofo y pionero de las drogas, Antonio Escohotado–, junto a Jonathan Ott y Albert Hofmann. Es decir, se reunieron en el mismo evento las cuatro personas más importantes del mundo de la farmacofilia.

En su libro, Shulgin dice: “Recibí una invitación provisional de un encantador filósofo, experto en drogas y escritor llamado Antonio Escohotado, para dar clase en los Cursos de Verano de El Escorial, cerca de Madrid, en 1993. Unas semanas después llegó una invitación formal que me enviaba Antonio. La conferencia tendría lugar el próximo verano en la ciudad de El Escorial, e iba a tratar sobre el tema de la desobediencia civil, la contracultura y la farmacología utópica. Yo no esperaba que el gobierno destinara fondos a cursos educativos que incluían temas como éstos. Antonio figuraba como organizador. También estarían Jonathan Ott, Thomas Szasz y Albert Hofmann. La estructura de estos cursos de verano es notable, y podría servir a otras comunidades como un modelo para el uso de los fondos destinados a la educación”.

Shulgin también vino a nuestro país para participar en un congreso sobre los efectos de las sustancias psicoactivas o, llamándolo por el nombre que se le puso, el Congreso Internacional para el Estudio de Estados Modificados de Conciencia, que se celebró en Lérida los primeros días de octubre de 1994, organizado por el antropólogo e investigador Josep Mª Fericgla. Este evento también generó titulares en diarios de gran tirada. Por ejemplo, El País decía en su edición del 6 de octubre de 1994: “El encuentro congrega, en el Institut d’Estudis Ilerdencs (IEI), a 150 especialistas de todo el mundo en drogas, sus efectos y su presencia en las diferentes culturas. En la sociedad actual, las drogas juegan el mismo papel que hace 10.000 años, y si dentro de otros 10.000 años todavía seguimos aquí, seguirán ejerciendo la misma función. Las drogas constituyen una manera de estar entretenido, de estudiarse a sí mismo, un medio de descubrimiento espiritual”.

Y llegamos al momento que más nos importa, al de la relación entre nuestro protagonista y la Ruta del Bakalao. A comienzos del año 1994, Shulgin vino a España para hacer de experto en un juicio a unos acusados de traficar con pastillas de MDMA, que tuvo lugar en la Audiencia Nacional. A esas alturas, el gobierno y los medios de comunicación ya se habían encargado de provocar la alarma por el consumo de éxtasis en las discotecas, igual que habían hecho con la heroína unos diez años antes; una actitud que, como la historia ha demostrado, solo sirve para que la juventud –siempre deseosa de derribar los tabúes y de penetrar en el terreno de lo considerado ilegal– quiera probar, en mayor grado, cantidad y frecuencia, esa droga en concreto. Lo demuestra también el hecho de que el denominado ‘problema de la droga’ y sus consecuencias sanitarias y sociales nacieran a la vez que la prohibición, y no antes, cuando ninguna sustancia estaba prohibida (el primer acuerdo internacional para el control de drogas data de 1912; antes de esa fecha la prohibición era solo el sueño de algunos sectores interesados). Y peor aún es que esa alarma injustificada nunca venga acompañada de información fidedigna que sirva para inducir a un consumo racional, por lo que también genera un uso no apropiado de la sustancia demonizada.Volviendo a nuestro caso, hemos dicho que se trataba de dos jóvenes a los que se acusaba de tráfico de éxtasis en el entorno de la movida valenciana. Las penas que solicitaba el fiscal, actuando en representación del estado, es decir, del gobierno, eran equiparables a las propias del tráfico de heroína o cocaína.

Cuenta Shulgin: “Recibí un fax del bufete de abogados de Madrid comunicándome que querían que acudiera a esa ciudad durante un día o dos para prestar testimonio en un caso relacionado con la MDMA. En mis conversaciones con los abogados, me informaron sobre el fenómeno de las raves españolas. Suelen comenzar los viernes por la tarde, en Madrid, y pronto se dirigen a la ciudad costera más cercana, que es Valencia, situada al este. Los grupos se detienen en bares y sitios de baile a lo largo del camino, para consumir pastillas y comprar agua a cinco dólares la botella. La fiesta puede no llegar hasta Valencia, pero no regresan a Madrid hasta el domingo por la noche, o incluso el lunes por la mañana.

La prensa presentaba la situación de una forma completamente negativa, diciendo que la MDMA estaba corrompiendo a la juventud. Sin embargo, en realidad, no se había determinado qué drogas estaban implicadas. Me informaron de que había mucho speed, y con certeza alcohol y cannabis. Pero la palabra más llamativa y que vende más titulares es ‘éxtasis’; por eso a esta sustancia se la culpaba de los problemas. Y allí fui yo, para defender ante tres magistrados (que sin duda leen periódicos) que la MDMA no es una droga ‘muy peligrosa’ desde el punto de vista sanitario. Los acusados tendrían que afrontar penas de unos diez años de prisión por las pastillas que vendieron, si éstas contuviesen una droga oficialmente considerada ‘muy peligrosa’ (como la cocaína, la heroína o la LSD), y unos tres años si la droga no se consideraba ‘muy peligrosa’ (como la marihuana o el hachís). Con toda la publicidad negativa sobre la MDMA y la Ruta del Bakalao, era un momento poco propicio para la celebración de este juicio”.

Hemos citado los comentarios iniciales de Shulgin sobre ese juicio, la MDMA y la Ruta del Bakalao. Pero, ¿qué estaba sucediendo en España? ¿Qué era realmente esa ‘ruta’? Ese fenómeno que fue tan conocido, popular y frecuentado, al que se han dedicado numerosos reportajes en todos los medios de comunicación fue una especie de ‘movida’ juvenil que tuvo su auge a comienzos de los años noventa, pero no en Madrid, Barcelona, País Vasco o Vigo, lugares habitualmente vinculados a los movimientos juveniles y a su música, sino en Valencia en esta ocasión. Consistía principalmente en la fusión –a partes más o menos iguales– de música machacona y drogas de moda, que consumían, todos los fines de semana, jóvenes llegados de las principales ciudades españolas, que iban haciendo escala –para aprovisionarse de alcohol y drogas– en las principales ciudades del camino.

Los que ahora ya no somos tan jóvenes recordamos, como si se tratara de ayer mismo, la pegadiza canción Así me gusta a mí (1991), del disc-jockey Chimo Bayo (su conocido estribillo a base de “exta-sí, exta-no, exta me gusta, me la como yo” que sonaba a todas horas en las emisoras de radio y en los cassettes de los coches conducidos temerariamente por los predecesores de los poligoneros de hoy), el fuerte optimismo que suele acompañar a los inicios de toda década, amplificado en aquel entonces por el nacimiento de la informática casera, aunque a precios aún muy altos, y con Microsoft empezando a desarrollar sus primeros sistemas operativos gráficos, que unos años después darían lugar al Windows 95, que marcó un antes y un después y anticipó la actual era de la Red Mundial.

Y en el bando contrario, el que siempre intenta aguar la fiesta, los alarmistas reportajes sobre el supuesto creciente consumo de sustancias, emitidos por la televisión pública y las recién nacidas televisiones privadas, así como la tristemente célebre Ley Corcuera, de 1992, conocida por el sobrenombre de ‘Ley de la patada en la puerta’, haciendo referencia a la no necesidad de orden judicial para que las fuerzas de seguridad irrumpiesen en un domicilio, si había constancia de flagrante delito. Año y medio después de su aprobación, el Tribunal Constitucional anuló el artículo 21.2, pero el resto de la ley siguió vigente durante veintiún años, hasta ser sustituida por la denominada ‘Ley mordaza’, de Fernández Díaz, más represiva contra el uso de drogas y que pone al consumidor en una situación peor que antes; una política de signo contrario a la presente en la mayoría de países del mundo occidental, donde va creciendo la tolerancia al consumo de cannabis e incluso de otras drogas. No tenemos que ir muy lejos para ver el ejemplo de Portugal, donde se ha despenalizado el consumo de todas las sustancias psicoactivas.

El PSOE de Felipe González, después de tantos años en el gobierno –desde finales de 1982, confirmando lo que sucede al que ostenta el poder cuando no se le impide que maquine a sus anchas–, fue haciéndose progresivamente más amigo de las medidas represivas y, entre otros hechos que es mejor no recordar, la consecuencia para losbakalas de entonces –que no deben confundirse con los de ahora– fue el aumento del control policial, de las detenciones por delitos relacionados con drogas y del cierre de salas; todo lo cual, junto a algunos lamentables accidentes por parte de jóvenes alocados –siempre los hay, para qué vamos a negarlo–, terminó por acabar con la Ruta del Bakalao, que los más conservadores consideraban obra del diablo.

Prosigue el relato de Shulgin, ya sobre el desarrollo del juicio al que asistió como experto: “A la pregunta ‘¿produce la adicción a la cocaína daños permanentes?’, contesté honestamente que, excepto la posible erosión de la mucosa nasal, había pocas consecuencias a largo plazo. Cuando las preguntas derivaron al ‘éxtasis’, afirmé que, durante la fase de adicción a la cocaína o la heroína, hay un gran deterioro de los patrones de conducta que viene dictado por la búsqueda compulsiva de una fuente continua de droga. Nada de esto puede verse en el caso de la MDMA, ya que no existe adicción a esta sustancia. Se me preguntó si debería estar en la categoría de drogas controladas más peligrosas, y mi respuesta, por supuesto, fue que no. Se me preguntó si la MDMA tenía algún valor intrínseco, a lo cual contesté que sí, que estaba bien demostrado y que hay pruebas clínicas efectuadas en varios países. A la pregunta de si es letal, contesté que se tenía constancia de que unos cinco millones de personas la habían consumido en Inglaterra, y solo se había informado de cinco muertes [un porcentaje menor que cualquier fármaco psiquiátrico legal, como los antidepresivos o los tranquilizantes, e incluso menor que el del paracetamol o la Aspirina®], por lo que mi conclusión fue que la MDMA es una de las drogas más seguras, entre todas las conocidas.

Pero lo mejor estaba por llegar. El fiscal volvió a la carga con un recurso que obviamente se había estado reservando hasta ese momento. Anunció que acababa de recibir la publicación más reciente y actualizada sobre la MDMA, procedente del Ministerio de Sanidad español, a su vez enviada a éste por la UNESCO. Me preguntó si yo la conocía. Dio unos cuantos papeles al alguacil para que se los entregara al traductor. Éste los miró y comenzó a traducir al español la primera línea:

‘MDMA, metilin-dioxi-metanfetamina…’.

‘No’, dijo el fiscal, ‘traduzca el título de la publicación’.

‘Pihkal’, dijo el traductor.

‘¿Conoce usted este material de referencia? ‘, me preguntó el fiscal.

‘Sí, lo hemos escrito mi mujer y yo’, contesté.

‘¿Usted es el autor? ‘, preguntó.

‘Sí’, contesté.

Vi una fugaz sonrisa en la cara del juez, y en menos de veinte minutos ya me encontraba, junto con todos los testigos y abogados (al menos los de nuestro bando), cruzando la calle, desde el edificio del juzgado, hasta un lugar de tapas llamado “Río Frío”, para disfrutar de un vaso de vino tinto.

Seis meses después recibí una llamada de un amigo de Madrid que me informó, con evidente placer, que mi cara había salido en todos los periódicos y en televisión porque la MDMA había sido oficialmente clasificada como una droga solo ligeramente peligrosa. Habíamos ganado”.

De este modo finaliza la descripción que hace Shulgin de la Ruta del Bakalao y de su participación en un juicio contra vendedores de éxtasis. Su historia la confirma la edición del diario El País del 23 de enero de 1994: “La Audiencia Nacional, en una sentencia conocida ayer, señala que el éxtasis es una droga que no causa grave daño a la salud, y la diferencia de la píldora del amor [la MDA], a la que erróneamente se ha llamado por el mismo nombre. Por ello ha rebajado en un grado la pena impuesta a dos traficantes de la citada sustancia, A. C. R. A. y J. M. N., y les ha condenado a penas de 5 años y multa de 52 millones de pesetas, cada uno. La decisión de la Audiencia se ha basado en la prueba pericial practicada durante el juicio, en la que un grupo de peritos encabezados por Alexander T. Shulgin, profesor en la Universidad americana de Berkeley, y José María Poveda, profesor de psiquiatría de la Autónoma de Madrid, diferenciaron ambas drogas.

Los peritos explicaron que los efectos del MDMA son distintos, y en gran medida opuestos, a los de las anfetaminas, y menos fuertes que los de la MDA. Respecto a esos efectos la sentencia recoge: ‘No son claramente alucinógenos, consisten en provocar anormales sentimientos perceptivos de aumento de la agudeza visual, acústica y táctil, sensaciones emocionales artificialmente placenteros y sentimientos sociales de mayor empatía; no causan dependencia física ni psíquica; la vida de los efectos es muy corta, entre dos y tres horas; no se conoce que produzca deterioro orgánico permanente ni psicopatologías valorables'”.

Y con esto damos por finalizada esta serie sobre Shulgin, el genial químico-farmacólogo que falleció en junio del año pasado, que dedicó su vida a la investigación de sustancias para el autoconocimiento, la superación personal y aplicaciones terapéuticas, y cuyosprincipales libros estamos traduciendo al español para publicarlos. Su vida es un perfecto ejemplo de que las drogas no son cosas propias del demonio ni de sujetos y entornos marginales, sino compuestos creados por químicos expertos, que pueden utilizarse para distintos fines, y cuya bondad o maldad reside en el sujeto que las consume y en el objetivo para el que las destina, no en ellas mismas.

‘Droga’ es sinónimo de ‘fármaco’, y siempre ha sido así, hasta hace solo unas décadas, cuando comenzaron a hacernos creer que por un lado están los medicamentos, que son buenos porque son legales y los prescriben los médicos, y por otro las drogas, que son malas por ser ilegales, y que conducen inevitablemente a la destrucción. Se trata de una manipulación del lenguaje que incluso el diccionario refuta, ya que define ‘droga’ como ‘medicamento; sustancia o preparado medicamentoso de efecto estimulante, deprimente, narcótico o alucinógeno’. ‘Droga’ es lo mismo que ‘fármaco’: toda sustancia que después de ser administrada y penetrar en el cuerpo, produce algún tipo de modificación física o psíquica. Es, por tanto, lo contrario que ‘alimento’, la cosa que, después de administrarse, es metabolizada e integrada en el organismo. La MDMA, la heroína, la cocaína, el cannabis, el Valium®, los antibióticos, los antihistamínicos, el paracetamol, la Aspirina®, el café, el alcohol, son drogas todos ellos; y que sean legales o ilegales no tiene nada que ver con sus propiedades intrínsecas, sino que depende de la voluntad de los gobiernos, influidos a su vez por grupos de presión –los famosos lobbies–, que se mueven por intereses económicos y valores morales, y que mueven los hilos del poder y de los medios de comunicación para convencer a la población y cumplir sus deseos.

Fuente VICE

Acerca del autor

Muchos años luchando en la sombra para que el cannabis florezca al sol.

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