Los científicos del cannabis muestran gran susceptibilidad hacia las conclusiones sesgadas
Me enteré de los atentados en la estación de Atocha del 11 de marzo de 2004 mientras me maquillaban para participar en un debate televisivo sobre drogas. Hacía aproximadamente un año que se había publicado mi librito, hoy descatalogado, titulado Qué son las drogas de síntesis (RBA-Integral). El director del programa (en un canal, hoy desaparecido, de ideología conservadora) lo había leído y esa fue la razón de que me invitara, junto con una por aquel entonces conocida representante del PNSD, alguien de Proyecto Hombre, dos o tres contertulios más de los que no recuerdo nada, y un catedrático emérito de psiquiatría de la Universidad Complutense de Madrid cuyo nombre recuerdo pero no su apellido, aunque con una simple búsqueda en Google daría con él.
Me puse bastante nervioso (más de lo que ya estaba por estar por primera vez en puertas de un plató de televisión) porque mi pareja trabajaba en Atocha. Aunque salimos juntos de casa y, según lo que me contaban, el atentado había sido antes de ese momento, por lo que era temporalmente imposible que le hubiera pasado algo, si es que, claro, no había más atentados, la lógica me conducía a pensar que no la dejarían entrar a trabajar, como así fue cuando al llegar luego a casa me contó con qué se había encontrado al llegar a la estación. En aquel entonces ella aún no tenía teléfono móvil y yo, que sí tenía, no lo llevaba encima (eran otros tiempos, claro). Desde la sala de maquillaje llamé a casa, pero nadie respondió. Así que la preocupación no se terminó hasta que volví a casa. No había más de treinta minutos caminando sin prisas desde nuestra casa hasta el estudio de grabación, pero volví en taxi. Tengo vagos recuerdos del contenido de aquel debate, del que no recuerdo que se hablara mucho del uso terapéutico de la MDMA, que yo había hecho poco tiempo antes para tratar el Trastorno de Estrés Postraumático (TEPT), algo que hubiera venido bastante al hilo del programa debido a la catástrofe que se acababa de producir apenas unas horas antes en Madrid, y de la que ya se temía que el número de víctimas podría ser altísimo.
Sólo días después se supo el alcance real de la tragedia, que estuvo envuelta en un sinfín de confusiones manipuladas políticamente. De hecho, recuerdo que el director del programa nos pidió en camerinos que actuásemos como si no conociésemos la noticia, ya que el programa era en diferido y, por tanto, atemporal, y creo recordar que obedientemente así procedimos. Quizás por ello, por no habernos ceñido a debatir sobre cuestiones de inmediata ocurrencia, sino a tópicos atemporales, hoy día no tengo un recuerdo claro acerca de lo que se habló en la hora larga que duró el programa. De hecho, solo tengo dos recuerdos precisos de ese debate, y los dos vinieron de intervenciones del mencionado catedrático emérito. Uno de ellos, el que más certeramente se me quedó grabado para seguir recordándolo con precisión incluso hoy día, fue cuando defendió que ya en los años setenta se había demostrado la neurotoxicidad del cannabis y que las evidencias eran claras: en las autopsias realizadas a monos a los que se les había dado de fumar marihuana se había encontrado degeneración neuronal. Me quedé estupefacto. No conocía esos experimentos y, ante la contundencia de las evidencias de un catedrático en psiquiatría de la UCM, perdí el asalto dialéctico sobre la eventual neurotoxicidad del cannabis.
El resto de ese día me lo tomé libre para estar con mi pareja y tratar de procesar juntos la tragedia de Atocha, en un trajín desquiciado de llamadas hasta estar seguros de que nadie cercano había sufrido daños. Entre nuestros allegados hubo historias en las que la tragedia había pasado rozando, pero al llegar la noche, ya avanzada, todo parecía estar afortunadamente en calma en nuestros entornos cercanos. Cuando llegué al día siguiente a la universidad, y tras el consiguiente chequeo de los rastros de tragedia cercanos (con el tiempo fuimos conociendo las desgracias concretas que sufrió la comunidad universitaria de la Autónoma de Madrid), lo primero que hice fue buscar los experimentos mencionados por el emérito catedrático.
Descubrí que los susodichos experimentos fueron realizados por un tal Dr. R.G. Heath. En la base de datos de PubMed aparecían referenciados cuatro estudios publicados entre 1977 y 1980 en los que, efectivamente, se demostraba que monos (concretamente macacos) a los que se les había administrado marihuana inhalada, en las autopsias se había encontrado, en diferentes marcadores neuronales, toxicidad cerebral. Pero ya estábamos instalados de lleno en la era de Internet y me preguntaba cómo era posible que si las evidencias eran tan contundentes, el debate sobre la neurotoxicidad del cannabis estuviera aún científicamente abierto. Leí que los informes del Dr. Heath concluían que los signos de atrofia cerebral empezaban a los 90 días tras la administración al equivalente de fumar 30 porros diarios. Me enteré también de que estos estudios sirvieron para detener todas las acciones de políticos progresistas que estaban dispuestos a cambiar las leyes prohibicionistas con relación al cannabis. Senadores, congresistas y cierta opinión pública pareció quedar horrorizada por los resultados de dichos experimentos y las acciones legislativas se endurecieron.
La sorpresa vino cuando encontré un texto que contaba que investigadores de la revista Playboy y activistas de la asociación NORML indagaron en la metodología con la que se habían realizado los experimentos del Dr. Heath, encontrando que lo que se había publicado en las revistas científicas no era del todo cierto. Aunque los resultados parecían irrefutables, no se había contado toda la verdad acerca de cómo fueron hechos los experimentos. Resulta que en vez de hacer fumar a los monos 30 porros diarios durante un año, para ahorrarse el salario de un asistente de laboratorio durante un período de tiempo tan extenso, lo que había ordenado el Dr. Heath a su asistente fue administrar durante cinco minutos al día, en un periodo ininterrumpido de tres meses, el equivalente a ¡63 porros! El tratamiento sufrido por los pobres monos, decían las crónicas, era el equivalente a meterse en un coche con el motor en marcha cerrado dentro de un garaje con una manguera conectando el tubo de escape y el interior del coche e inhalar el humo durante períodos de entre 5 y 15 minutos cada día. ¡La neurotoxicidad no se había producido por inhalación de marihuana, sino por monóxido de carbono! Simple y llanamente, a los monos los habían envenenado. ¿Por qué habían mentido los investigadores?, se preguntaban los periodistas (http://goo.gl/Zlt09).
El pasado 31 de marzo se publicó en la versión electrónica de la prestigiosísima revista científica Molecular Psychiatry un artículo que llevaba por título “Telling true from false: cannabis users show increased susceptibility to false memories” [Contando la verdad de lo falso: los consumidores de cannabis muestran una mayor susceptibilidad a los falsos recuerdos] (http://goo.gl/JbV9XS). El artículo empieza así:
<<El cannabis es la droga recreativa más ampliamente utilizada en todo el mundo después del alcohol y el tabaco. A pesar del cambio de actitudes en la percepción del riesgo asociado con esta sustancia y de las iniciativas de despenalización que tienen lugar en muchos estados de los Estados Unidos y en otros países, las implicaciones para la salud del consumo de cannabis siguen siendo un motivo de preocupación>>
Se trata de un estudio en el que a un grupo de 16 consumidores de cannabis se le compara con un grupo de no consumidores en el rendimiento de una prueba de memoria mientras se toman imágenes de sus cerebros mediante resonancia magnética funcional. La prueba consistía en pasarles a los voluntarios una lista de palabras y, unos 20 minutos después, volver a pasar esta lista de palabras, pero esta vez mezclada con palabras nuevas, algunas de estas palabras con relación semántica con las palabras previas y otras sin relación semántica con ellas. Y, mientras, se fotografiaban sus cerebros. Los investigadores encontraron que los usuarios de cannabis no sólo calificaban más palabras nuevas como palabras viejas, sino que además mostraban menos actividad cerebral en las áreas relacionadas con el procesamiento del recuerdo. Para rematar, encontraron correlación negativa entre los años de consumo y la actividad cerebral, esto es, a más años de consumo, menor actividad durante el recuerdo en determinadas áreas cerebrales (concretamente en el lóbulo temporal medial). Los autores emitieron una nota de prensa (http://goo.gl/vmRvE8), que fue publicada en la web de la Universidad Autónoma de Barcelona y que fue replicada por numerosos medios de comunicación locales (p.ej. http://goo.gl/uxDOxk) e internacionales (p.ej. http://goo.gl/FbD61o) y que decía, textualmente, lindezas como estas:
<<El nuevo estudio muestra además que el consumo crónico de cánnabis provoca distorsiones en la memoria facilitando la aparición de acontecimientos ilusorios o falsos recuerdos>>
<<Estos resultados muestran que los consumidores de cannabis presentan una mayor vulnerabilidad a sufrir distorsiones de memoria incluso semanas después de cesar el consumo. Esto sugiere que se produce una afectación prolongada de los mecanismos cerebrales que nos permiten distinguir entre sucesos reales e ilusorios>>
No se vayan todavía, que aún hay más; ya que lo que sigue, en manos del legislador, puede tener repercusiones de incalculable trascendencia:
<<Estos errores de memoria tienen implicaciones sobre todo en el ámbito judicial, por las repercusiones que pueden tener en las declaraciones de testimonios y de víctimas>>
¿No es tremendo?
Y por si esto no fuera suficiente:
<<Así mismo, desde el punto de vista médico, los resultados apuntan a que el uso crónico de cánnabis podría acentuar los problemas de memoria asociados al envejecimiento>>
Como digo, estos no son entrecomillados sacados de una interpretación libre de un periodista perverso tergiversando las declaraciones de los investigadores, es la nota de prensa oficial publicada en la web de una universidad pública española. Por si a alguien le queda alguna duda aún, aquí se puede ver al investigador principal de este estudio diciendo esto mismo en declaraciones a la televisión pública catalana TV3 (reportaje acompañado de su correspondiente historia testimonial aleccionadora): http://goo.gl/pYWxpR. Por cierto, el estudio también se hizo con dinero público, concretamente proveniente del PNSD, y así aparece en la sección de agradecimientos del artículo original.
No hace falta ser ningún científico de élite para, ya de entrada, ver que algo falla entre lo que se dice acerca de cómo ha sido el experimento en cuestión y las conclusiones que los autores del mismo han hecho públicas: ¿se pueden sacar conclusiones tan terribles (falta de fiabilidad en los testimonios judiciales o envejecimiento cerebral prematuro) de una prueba de laboratorio consistente en recordar listas de palabras en una muestra de únicamente 16 sujetos, por muy sofisticadas que sean las técnicas de imaginería cerebral empleadas?
Pero miremos más de cerca el experimento. Esta prueba de memoria se viene utilizando desde hace más de 20 años y aún no está muy claro qué correlato concreto tiene con la realidad. Se desconoce si los mecanismos neuronales subyacentes a la ejecución de esta prueba de laboratorio son los mismos que se dan en personas, sanas o enfermas, cuando experimentan falsos recuerdos. De hecho, en los estudios realizados hasta la fecha, no se ha encontrado que haya correlación entre ambos fenómenos ni en el plano neurobiológico, ni en el de los procesos cognitivos subyacentes. También se desconoce qué implicaciones en la realidad puede tener la diferente activación cerebral encontrada, ni si la elección de 16 sujetos se ha basado en un cálculo estadístico del tamaño muestral o es una cifra caprichosa de la que cualquier extrapolación de datos es sencillamente un ejercicio de fabulación. Pero lo que es más importante, en la sección de métodos de este estudio se ocultan más cosas de las que se muestran. Se oculta que en este estudio se pasaron pruebas de psicopatología y de personalidad que podrían estar explicando en parte los resultados. Se oculta que se pasaron otras pruebas neuropsicológicas, algunas también midiendo memoria basada en el aprendizaje de palabras, cuyos resultados no se describen en el artículo original. Y lo que es más grave: se oculta que en el grupo de consumidores de cannabis había sujetos que tenían historia de posibles trastornos que podían alterar su rendimiento en este tipo de pruebas, como migrañas, depresión, o el caso de un voluntario que tenía problemas de tiroides y que estaba en tratamiento con fármacos tiroideos. Además, de los 16 sujetos, 15 tenían historia de consumo de otras sustancias como cocaína, opiáceos, ketamina y anfetaminas, y 6 de ellos tenían una amplia y dilatada historia de consumos de drogas psicoestimulantes y alucinógenas, como MDMA, anfetaminas, LSD u hongos psilocíbicos. Como se preguntaban los periodistas de Playboy en 1980 cuando publicaron su artículo sobre el caso del Dr. Heathe, ¿qué razones llevaron a los investigadores a ocultar esta información?
No deja de ser curioso el hecho de que este artículo se haya publicado en una revista de psiquiatría. Cuando el estigma sobre la enfermedad mental, gracias al activismo de enfermos, familiares y trabajadores del ámbito psicosocial va progresivamente declinando, emergen nuevos colectivos a los que estigmatizar. ¿Cuántas veces el testimonio de un enfermo mental ha sido desconsiderado por su condición de enfermo mental? La historia de la psiquiatría está plagada de ejemplos. ¿Cuántos abusos se han cometido sobre colectivos desfavorecidos por estar éstos socialmente estigmatizados? Hay incontables países en los que persistentemente se cometen abusos físicos y sexuales aprovechando la circunstancia de que los testimonios de los adictos son cuestionables y por tanto los perpetradores quedan impunes. ¿Por qué científicos y revistas no matizan las conclusiones de los estudios que publican cuando las pruebas de que disponen no son concluyentes? ¿Es el interés por las personas lo que les mueve a investigar o son intereses más opacos?
He sometido durante años a mi organismo a un extenso vadevecum de drogas de todo tipo, algo que a veces sigo haciendo y que raras veces confieso públicamente, aunque tampoco lo he ocultado nunca a nadie. Así que, llegados hasta aquí, y de acuerdo con lo encontrado por estos investigadores de los hospitales de Sant Pau y Bellvitge, no deberías hacer mucho caso a lo que he contado, incluyendo la dramática historieta del inicio, pues nunca sabrás qué hay de cierto y qué de inventado en ella. Respecto a los detalles no publicados en el estudio comentado, los conozco porque fui yo quien reclutó a la muestra e hice toda la parte experimental, eso pone en los agradecimientos del artículo, y fui el psicólogo clínico que en la sección de métodos se explica que hizo las entrevistas psiquiátricas. Si no fuera porque está escrito, los autores podrían decir que es una memoria falsa inventada por un drogadicto. Ocurre que igual que conservo una copia en VHS del programa de TV grabado aquel fatídico 11-M, también conservo las bases de datos en Excel que construí cuando trabajaba en Sant Pau, para si alguna vez creo necesitar cotejar una creencia con una evidencia, poder hacerlo. Un reciente editorial aparecido en la revista The Lancet dice que la mitad de lo publicado en las revistas científicas puede que sea falso (http://goo.gl/a0xr0R), así que no se preocupen, todo queda dentro de lo normal.
Jose Carlos Bouso
José Carlos Bouso es psicólogo clínico y doctor en Farmacología. Es director científico de ICEERS, donde coordina estudios sobre los beneficios potenciales de las plantas psicoactivas, principalmente el cannabis, la ayahuasca y la ibogaína.