Cannabis Magazine 230

afinidad y empatía no la había sentido con una canción hasta dicho momento. Esa misma semana conseguimos el disco por Discoplay (que para el que no lo sepa era una revista para comprar discos y casetes por correo) y en los meses siguientes nos dedicamos a montar un improvisado club musical. Pusimos un fondo semanal de doscientas cincuenta pesetas por miembro para adquirir un par de discos al mes. Como éramos siete, la elección de los álbumes tendría que ser discutida y votada en un proceso muy particular, como un ritual casi místico que llevábamos a la práctica de la siguiente manera: si alguien escuchaba una canción que le gustaba en la radio tenía que grabarla y enseñarla en una escucha colectiva. A continuación, si pasaba el primer filtro de aprobación grupal, se buscaba la portada en el mencionado Discoplay a ver de qué palo iban. Pasado el segundo filtro, se votaba, y si contaba con más de tres votos se compraba el álbum que solía tardar entre dos y tres semanas en llegar y, cuando lo hacía, nos reuníamos en una especie de liturgia semisagrada los sábados por la tarde en el sucísimo bajo de un amigo, con ratas, cervezas y porros, para disfrutar, escuchar y devorar sin parar nuestra nueva adquisición. El viejo tocadiscos del padre de otro amigo enganchado a un par de bafles gigantescos de madera era nuestro equipo de batalla. Las primeras escuchas eran únicamente de disfrute y bailoteopero, después, cual entendidos, opinábamos sobre la calidad del sonido, los solos de guitarra, los músicos e incluso nos permitíamos discutir sobre las letras en inglés intentando averiguar el significado de una canción con la miserable traducción de cuatro palabrejas que nos sonaban. Pero, en fin, el sistema funcionaba y creaba camaradería pues hasta las ratas se mostraban más amigables y disfrutonas a medida que avanzaban estas sesiones de rock and roll. Luego cada uno hacía una copia en cinta de radio casete y, ya en casa, vuelta a empezar… Este sistema lo practicamos durante un par de años ya que, a medida que íbamos creciendo, se volvía cada vez más complicado encontrar la unanimidad en la compra de los discos (que no era un gasto menor). En lo musical, cada uno tiraba más hacia lo suyo, amén de que empezábamos a salir con chicas, por lo que meterse en el infecto agujero con ratas no resultaba ser la mejor táctica para ligar. Y luego estaba siempre el espinoso asunto de quién se quedaba con el disco original. Así que este curioso “club de los porretas puercos” duró lo que duró, pero nos sirvió para entender y conocer grandes bandas y fenómenos (como el punk) que trascendían más allá de la música. A bote pronto recuerdo interminables tardes de sábado en aquel oscuro y humeante cuchitril escuchando a Leño, AC-DC, Bob Dylan, Kortatu, Led Zeppelin, Loquillo y Trogloditas, The Who, The Velvet Underground, La Polla 114 Aquellos tiempos “ “ME MARCÓ PARA SIEMPRE ESA VOZ ÁSPERA Y GRITONA DE ROSENDO MERCADO QUE PARECÍA QUERER DECIR “AQUÍ ESTAMOS HIJOS DE PUTA”

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