Cannabis Magazine 230

piratas (ríase usted de torrents, emulesy demás…). Esto duró poco, pues en cuanto las multinacionales se percataron del incipiente nicho de mercado negro que se generaba con esta práctica, y tras desaparecer las obsoletas leyes sobre música y moralidad que habían dominado el país durante cuarenta años, ya se podía encontrar casi de todo. En ese paréntesis momentáneo llegaron los años ochenta… Mientras se estaban repartiendo los poderes, las nuevas y las viejas clases dirigentes, y al mismo tiempo que estaban distraídos en sus juegos de salón, a las habitaciones y mentes de los adolescentes de la época llegaron de golpe todos los discos, modas e influencias retenidas en las fronteras durante esas más de cuatro décadas de represión, también en lo musical y cultural, lo que acabó conviviendo con las últimas tendencias en melodías y estética del momento. No vamos a mitificar aquí ninguna época solo por haberla vivido (y bebido), todas tienen sus luces y sombras, pero en lo musical fue una explosión, un caos, un chute de adrenalina, un subidón. Fueron los tiempos de las llamadas, y ya casi extintas, “tribus urbanas”: rockers de tupés imposibles, punkis de crestas que desafiaban la ley de la gravedad, mods, skins, tecnos, heavies, siniestros… pululaban por cualquier calle de cualquier ciudad de España dando cuenta con su aspecto de sus gustos, principalmente musicales, e incluso culturales e ideológicos. Después estábamos todos los demás, que éramos la mayoría, con gustos musicales preferentes, pero sin un carácter de integristas ortodoxos de ninguna religión, lo que no era impedimento para que en nuestra indumentaria destacara algún distintivo de carácter para diferenciarnos del enemigo: los pijos, que eran, a falta de una definición mejor, los anodinos que oían los 40 principalesy utilizaban siempre la coletilla “fenomenal”. Volviendo a mi pandilla, a principios de la década de los 80 nos dedicábamos a rastrear canciones en una nueva emisora pública nacional llamada Radio 3 donde, en teoría, podías encontrar la música española y extranjera del momento. Casi todo era basura, pero un día alguien trajo una cinta con una canción grabada de esa emisora que nos llamó poderosamente la atención. La canción se llamaba “El Tren”, de un grupo desconocido hasta entonces que se hacía llamar Leño. Todos coincidimos en bailarla y cantarla cien mil veces. A mí en particular me marcó para siempre esa voz áspera y gritona de Rosendo Mercado, que parecía querer decir “aquí estamos hijos de puta”, que era exactamente cómo me sentía yo por aquellos tiempos. Esa sensación de comprensión, 113 “ “DE UN DISCO TRAÍDO DE LONDRES OPARÍS PODRÍAN SALIR MILES DE RADIOCASETES PIRATAS

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