Cannabis Magazine 231

Alberto y Elvira Alberto era un tío jovencito, majete, normal. Esporádicamente consumía heroína. Le conocía porque formaba parte de un colectivo de personas que se dedicaban a comprar drogas por internet. En su día, me habían invitado a integrarme al grupo, y así lo hice. Aunque lo abandoné bien pronto porque, en líneas generales, lo que ahí compraban por la web lo podía yo pillar a tres manzanas de mi casa con la misma calidad y sin esperas. Y es que, no es lo mismo vivir, por ejemplo, en Frigiliana, que en Vallecas. Como no es lo mismo llevar veinte años manejando contactos de dealers que cuatro años. En fin, que, fuera por lo que fuera, no me interesó. Volviendo a Alberto, en alguna ocasión tuve también la oportunidad de coincidir con su novia. Un ser angelical, tanto físicamente como en términos de personalidad. Quiero decir, tanto por su cabello dorado y con rizos, por el sonrosado tono de su pálida piel con pequitas, por sus ojos azul clarito, su esbelto y alto cuerpo, su expresión cándida, risueña y bondadosa, como por su forma de ser, estar y comportarse en el mundo. El caso es que, ella ni tomaba heroína ni sabía que su novio la consumía de vez en cuando. Algo, por lo demás, harto frecuente en el peculiar submundo de los y las usuarias ocasionales de caballo. Pues bien, resulta que, en una de estas, el colega me contó que fue a Valdemina pillar jamaroy que había tanta cola en la casa de los Gordos –un clan gitano dedicado al tráfico de drogas desde hacía décadas– que le tocó tirarse ahí un buen rato. Tanto que, de lo mucho que tuvo que esperar, se puso a hablar con la señora que estaba justo detrás suyo en la cola. Y acabaron teniendo una extensa y agradable conversación. Que si tal, que si cual, que si esto, que si lo otro… hasta que, habiéndose hecho ya tantas confidencias mutuas, no les quedó más que presentarse formalmente, dándose a conocer por sus nombres… Así que, dijo el tío: “Pues yo me llamo Alberto.” “Anda, qué curioso, como el novio de mi hija”, dijo ella. “¿Ah sí? ¡Qué bueno!”, exclamó él. “Y tú, ¿cómo te llamas?” “Elvira, yo me llamo Elvira.” “¿Y tú hija?” “Mi hija se llama Elena.” “¿De verdad? Igualito que mi novia, ¡Qué casualidad, ja, ja, ja…”, se rio mi colega. “Ja, ja, ja”, se rio ella. “ “ELLA NI TOMABA HEROÍNA NI SABÍA QUE SU NOVIO LA CONSUMÍA DE VEZ EN CUANDO. ALGO, POR LO DEMÁS, HARTO FRECUENTE EN EL PECULIAR SUBMUNDO DE LOS USUARIOS OCASIONALES DE CABALLO 117 Couperfield (depositphotos)

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