Cannabis Magazine 231

Sustancias 120 Abreviando: una noche, Moha me mangó el móvil. Y, en compensación (intuyo que debe de ser una costumbre magrebí, porque no era la primera vez que me pasaba que un marroquí me daba el palo y, acto seguido, me hacía un favor), desplegó toda su generosidad: me invitó a una copa, a un paquete de tabaco, me llevó a Valdemin, pagó la kunda, me invitó a una micra de coca y a la chuta para que me la metiera. A la vez que le ordenó a la gente de la hoguera que cuidaran de que no me pasara nada. Yo me chuté la zarpa. Uno que estaba ahí exclamó: “¡A la primera, como el carné de conducir!”. Yo, según me pegaba todo el flashazo, farfullé: “Voy a buscar a Karima”. El menda del frontal (un personaje célebre y de todos conocido en Valde) se lamentó: “¡Ya la hemos liado!”. Fui. No encontré a Karima. Volví. Moha quiso pagarme una puta. Yo que no soy putero, rechacé la invitación y… Lo siguiente que recuerdo es que estaba en su casa, en la de Moha, mientras él me apuntaba con una pistola y me decía: “Mi casa es sagrada”. Yo contemplaba la escena, sentado en un sillón, recordando la última vez que me apuntaron con un arma… En mi infancia, con una escopeta de perdigones, un psicópata que, haciendo que jugaba, no quiso resistir la tentación de dispararme a la pierna, a pocos metros de mí, estando yo en bañador… Como en un fogonazo, ese recuerdo dio paso a otro. Al de aquella vez en que, haciendo dedo en Moncloa, donde el Arco de la Victoria, un coche patrulla se paró delante de mí. De él salió un policía, que me pidió la documentación. A lo que yo respondí pidiéndole fuego a unos tíos que había a mi izquierda. El poli, sintiéndose ninguneado, blandió, amenazante, su porra. Y yo, en un gesto automático, se la quité. Los dos nos quedamos mirándonos a los ojos, estupefactos, con la porra en alto, sujetada por mi mano. Mientras competíamos en ver quién de los dos ponía el semblante más patente de incredulidad, el otro poli salió del coche. En apenas un segundo, derribó a un chaval que estaba a mi derecha que, desconsolado y adoptando la posición fetal, empezó a gritar: “¡Soy un ser humano! ¡Soy un ser humano!”. Al segundo siguiente, me derribó a mí, cogió la porra, volvió a toda prisa al coche, seguido por su compañero y, al tercer segundo, ambos habían desaparecido en la noche tal como, antes, habían aparecido… Este último recuerdo me llevó a calibrar la posibilidad de arrebatarle el arma a Moha. Pero lo vi claro: ni de coña, majete, déjate de películas. De modo que, no se me ocurrió otra cosa más que decirle: “Sajbi, dispara de una puta vez o deja que me vaya”. E, inmediatamente, sin dar tiempo a que el chico listo se lo pensara, me levanté y me fui. A todo esto, no me pregunten por qué me amenazaba con una pistola, porque les juro que no tenía –y sigo sin tener– la más remota idea y, lógicamente, tampoco me tomé la molestia de detenerme a averiguarlo. En fin, que no volví a saber de él hasta que se fue a Marruecos y, desde ahí, me llamó… Para saludarme y, ya de paso, para intentar hacerme una especie de burda estafa telefónica. En definitiva (modo irónico on): un auténtico genio. Y su hermano un tonto. Lo sabemos todos. Menos él, claro (modo irónico off). studiostoks (depositphotos) “ “ LO SIGUIENTE QUE RECUERDO ES QUE ESTABA EN SU CASA, EN LA DE MOHA, MIENTRAS ÉL ME APUNTABA CON UNA PISTOLA Y ME DECÍA: “MI CASA ES SAGRADA”

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