Cannabis Magazine 234

casa después de duras campañas de meses de duración en alta mar, se refugiaba en la taberna marinera que nunca cambiaba demasiado de decoración, menú y ambiente. Era lo más parecido a un hogar que había conocido. Pasaban unos minutos sobre las diez de la mañana cuando José Luis se vio solo y sin saber qué hacer. Nunca iba a otros bares ni conocía a gente fuera del ambiente de O Peirao. Ya había paseado y no quería volver a su casa de aquella manera, así que le pareció buena idea ir a la de Manolo para verlo o, en su caso, interesarse in situpor su salud. Llegó, llamó, lo invitaron a entrar y se encontró con una multitud de amigos y familiares reunidos en el salón. Entendió enseguida que Manolo se moría. Le preguntó al hijo por su padre y este le confirmó que, hacía ya tiempo, estaba muy enfermo, pero que el día anterior, sin que nadie lo esperara, le había reventado un tumor… En definitiva, que le quedaban pocas horas de vida. Su hijo había conseguido traerlo a morir a casa como era su voluntad. José Luis, muy apenado, preguntó si podía verlo y el hijo le indicó que sí, pero que estaba muy sedado por la morfina. Le acompañó a su habitación y le abrió la puerta. Manolo estaba tumbado en la cama con los ojos cerrados y la boca abierta. José Luis se sentó a su lado en una silla que parecía preparada para la ocasión, se fijó que en la mesilla estaban las llaves del bar, las tocó con la punta de los dedos y, en ese momento, Manolo abrió los ojos. —¿Cómo estás? —Preguntó José Luis. —Bien —Contestó Manolo. —Pero qué tienes ¿Qué te ha dicho el médico? —dijo disimulando. —Nada que yo no supiera: que estoy viejo y que me muero —Dijo mientras sonreía—. Lo peor es que ahora mi hijo dice que no puedo volver a trabajar. —Hombre, parece lógico. —¿Y qué hago con el bar? Mi hijo no lo quiere. —Véndelo, alquílalo, traspásalo... qué se yo. —Ya ¿y a dónde iréis tú y el resto? —Ese no es tu problema, tú lo que tienes es que estar con tu familia y no preocuparte de nada más. —Supongo que sí —dijo con tristeza—. José, ¿podría pedirte un favor? —Depende. —¿Sabes qué me gustaría? —Dime. —Que cuando me muera, abras el bar y brindéis con alegría. Hay que tener cuidado con el grifo de la caña de Estrella, que pierde. Y del lavavajillas sale mucha espuma, así que los vasos de vino hay que repasarlos en el fregadero. En la cocina queda media tortilla de ayer y en el congelador tengo raya, pulpo y calamares. La freidora tiene el aceite limpio y en el cajón al lado de la caja queda un cartón de Winston. Por favor, José, que nadie pague nada, ese día invito yo. Los dos se quedaron un rato en silencio y Manolo pareció quedarse dormido. Al poco, entró en la habitación su hijo y le indicó por gestos a José Luis que salieran juntos de la habitación y que lo acompañara al salón. Una vez allí, José Luis se sintió intimidado por tanta gente y, discretamente, se fue. Caminó solo de nuevo por el puerto. Pero esta vez todo era distinto. La vida de su amigo se apagaba y, por tanto, la suya también. Recordando su amistad con Manolo, se dio cuenta de lo importantes que eran el uno para el otro. Le vino a la memoria, por ejemplo, las 113 “ “PARA ALGUNO DE ELLOS ERA SU SEGUNDA CASA, PERO PARA OTROS, COMOJOSÉ LUIS, ERA LA PRIMERA

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