Cannabis Magazine 236

Que el mundo va a un ritmo difícil de seguir es algo sabido; es, cuando menos, algo sentido. Igual lo veo mejor porque me acerco ya a los 40. Joder, c-u-a-r-e-n-t-a tablas, no me malinterpretéis, ojalá caigan otras 40, 60 o incluso más. Ahora, lo que quiero decir es que desde hace algunos años siento algunas cosas como demasiado veloces. Te despistas un momento y mucha gente no deja de hablar de personajes supuestamente conocidos que no conoces, agarras la furgoy te evades del mundo, el pelo te crece a melena, te lo cortas, te vuelve a crecer y te lo vuelves a cortar, descubres nueva música en el Spoty, que es atemporal, rehúyes entrar en discusiones sobre elementos que la moda ha arrastrado hacia la arena y finalmente las estaciones giran y giran con sus fiestas y momentos de guardar. Una constante parece ser la oda perpetua al consumismo desaforado en un sustrato proliberal en lo capitalista. Qué difícil es: como caminar funambulísticamente por una cuerda que parece deprivada, en ocasiones, de su idiosincrática belleza y, en su detrimento, la caída, por ambos lados, se vende como suave, como zambullirse en un medio cálido que provee de todo lo necesario y de lo que será necesario después. A veces, parece no haber reducto como en ciertas fechas muy festivas, agarradas al tuétano de lo social de la mano de lo cultural, uno se embebe en todo el gasto que resulta, casi siempre, muy difícil de gestionar para que no se quede en despilfarro. Ahora bien, me produce cierto hastío la crítica constante y feroz hacia las fiestas de invierno, la Navidad. Sea como fuere, que se viva, siempre es posible decidir. No necesariamente las fiestas demarcadas son sinónimo de gasto extremo. Evidentemente, siempre supone más gasto que la vida ordinaria, pero también puede aportar muchas cosas que, por lo general, no permite o facilita el discurrir ordinario. Para mí, las fiestas de invierno de 2023-2024 han sido unas de las mejores fiestas de mi vida. El cariño ha impregnado esos días: lo familiar, lo fraternal y la amistad han estado a rebosar, nutridos de un amor que ha dado mucho. Ha dado risas y conversaciones, canciones y música, momentos excelentes de ludicidady embriaguez. Esos momentos atemporales en los que nos reencontramos fumando un poco de cannabis y bebiendo unas cervezas, qué sublime en estos tiempos que corren. Las fiestas de invierno traen a mí la mitología tolkiana, compartiendo con mi buen amigo y “pequeño hobbit” nuevamente las historias de elfos, enanos y hombres en un infinito mundo épico y mágico. Hemos estado unas diez horas dedicados a poner a prueba nuestros conocimientos sobre una de las novelas de Tolkien jugando a un Trivial edición especial sobre El Señor de los Anillos, ¡ha sido épico! Estas fiestas invernales me ponen en contacto con mi gente querida. Hay gente que se queja de una falsa jovialidad en la gente, sigo diciendo: siempre se puede decidir. Ojalá esta jovialidad se extendiese hasta el verano por lo menos, hablar no es una obligación, sino más bien una decisión: uno decide o no hablar con alguien y no pasa nada. A mí me encantan los regalos. No me malinterpretéis, me encanta recibirlos y más aún darlos. De hecho, cuando viajo suelo traer 127

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