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Ibogaína para el tratamiento de las adicciones

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La adicción a drogas no es solo un problema con relación a drogas ilegales como cocaína, heroína o anfetaminas. También es un problema con relación a drogas como el alcohol y el tabaco. Y también es un problema con drogas de prescripción médica, fundamentalmente opiáceos. Por ejemplo, según datos de la Administración para los Servicios de Abuso de Drogas y Salud Mental norteamericanos (SAMHSA), solo en EE.UU., entre 1998 y 2006 el número de prescripciones de metadona se incrementó en un 700%.

Texto: José Carlos Bouso
Fotos: ICEERS / Archivo ICEERS

Paralelamente, entre 1995 y 2005 las muertes por metadona también se incrementaron, concretamente un 468% (entre esas mismas fechas las muertes para el resto de todas las drogas juntas se incrementaron, en contraste, en un 66%). Sin salir de los EE.UU., cada año se producen 6.228 muertes por cocaína; 5.789 por codeína, morfina, oxicodona, hidrocodona y fentailo; 4.462 por metadona; y 1.744 por otros fármacos sintéticos (como meperidina). Los costes estimados del abuso de sustancias en EEUU según el NIDA (National Institute of Drug Abuse), incluyendo los costes de salud, los judiciales y los asociados a la falta de productividad exceden el billón y medio de dólares anuales para las drogas ilegales, el alcohol y el tabaco.

Sin introducir la variable extraña de que las políticas de drogas norteamericanas son causa principal de estas cifras astronómicas, lo cierto es que la adicción a las drogas consume una cantidad de recursos humanos y económicos de magnitud considerable. A la vez, nos encontramos con que no existen hoy día tratamientos indicados para la adicción a la cocaína. Los fármacos de prescripción indicados para el tratamiento a la adicción a la heroína son fármacos opiáceos de sustitución, principalmente la metadona, y los tratamientos farmacológicos para el tratamiento de la adicción al tabaco y al alcohol muestran una eficacia extremadamente limitada.

Respecto a los fármacos opiáceos sustitutivos, de nuevo, nos encontramos con la paradoja de que, si bien son de indicación y así se prescriben para el tratamiento de la adicción a la heroína, tampoco existe tratamiento farmacológico para el tratamiento de la adicción a los fármacos opiáceos de sustitución. Y es que, los fármacos opiáceos de sustitución tienen un enorme problema: son más adictivos y producen un síndrome de abstinencia muchísimo mayor que la heroína misma. Llegamos así a asistir a la increíble paradoja en la cual el estamento psiquiátrico actual convive con los adictos a los opiáceos: para curarles les dan una medicina (metadona) de efectos similares a aquello que les causa el mal (la heroína) pero menos placentera y con una mayor dificultad para abandonarla. De hecho, la medicina drogabusológica, en sus deseos constantes de ser una disciplina más de la medicina, termina asumiendo que el adicto a la heroína es como el diabético: al segundo le falla el páncreas y por eso necesita tomar insulina y al primero le falla su sistema endopiáceo (destruido por su consumo irreverente de heroína) y por ello necesita metadona.

De esta forma, abundan los yonkis veteranos que aún sobreviven de las epidemias de SIDA y de las sobredosis accidentales y que hoy se encuentran en programas de tratamiento con metadona considerados por el sistema como enfermos crónicos. Personas que llevan 10, 15, 20 años tomando metadona, que empezaron con dosis de varios centenares de miligramos para poder saciar los receptores opiáceos saturados de heroína, que con el tiempo han ido bajando la dosis hasta quedarse en una dosis umbral, de 20-30 mg, de la cual pueden pasar años hasta que consigan bajar de ahí, si es que lo consiguen. La metadona es una droga con un índice de toxicidad nada despreciable, y en cualquier caso más alto que el de la heroína misma. Efectivamente, las personas en tratamiento de sustitución de metadona son enfermos crónicos, pero su enfermedad no es que tengan el sistema endopiáceo trastocado, pues a día de hoy esto es una fantasía que solo está en la cabeza de algunos psiquiatras ya que no existe una sola prueba etiopatogénica que así lo pruebe. La enfermedad del enfermo crónico es precisamente su remedio: una sustancia de un potencial adictivo tan tremendo que puede que muchos no puedan quitarse nunca de ella.

Tabernathe iboga

Pero no todo está perdido. Existe un planta en África llamada Tabernathe iboga que, de entre los 11 alcaloides conocidos que tiene, en la corteza de su raíz contiene uno muy especial llamado ibogaína. La iboga es una planta utilizada tradicionalmente por pueblos del África tropical, principalmente Gabón y Guinea Ecuatorial. Los pigmeos y otras etnias selváticas consumen iboga, como se suele decir, desde tiempos inmemoriales, y, como ocurre en otras religiones sincréticas cuyos fundadores aprendieron a tomar un alucinógeno de mano de indígenas (como es el caso de la iglesia ayahuasquera del Santo Daime), de ellos aprendieron los fundadores del Bweti, una religión de tipo sincrético extendida por los países mencionados cuyo sacramento principal es la planta de la iboga. En el Bweti, a diferencia de en las iglesias ayahuasqueras, no se toma iboga con regularidad. Generalmente solo se toma una vez, en el momento de la iniciación a la religión y solo se vuelve a tomar en el caso de que ocurra algún problema especial que haya que resolver. En los rituales Bweti toda la comunidad es partícipe de cada iniciación  y de cada ocasión en la que a alguien se le administra la iboga. Suele ser un ritual que dura 5 días en el que toda acción tiene su razón de ser y su sentido y cuyo fin último es mantener y fortalecer la cohesión social.

A mediados del siglo XIX, siendo colonias francesas los países en los que la iboga se utilizaba con fines rituales, los primeros exploradores llevaron la iboga a Francia y en 1901 se aisló la ibogaína de la planta. Como ocurre con la mayoría de drogas hoy fiscalizadas, la ibogaína era una sustancia ampliamente utilizada en medicina en la Francia del siglo pasado. Durante la primera década del siglo XX en Francia se comercializó la ibogaína para el tratamiento de la “astenia” en dosis de 10-30 mg/kg y desde 1939 hasta 1970 fue comercializada, también en Francia, con el nombre de “Lambrene” como “estimulante neuromuscular” en comprimidos de 8 mg. Durante los años 50 y 60 el eminente psicólogo chileno Claudio Naranjo utilizó la ibogaína como coadyuvante de la psicoterapia, llegando a obtener en 1969 una patente francesa para utilizar la ibogaína como coadyuvante de procesos psicoterapéuticos en dosis de entre 5-8 mg/kg. Otra figura relevante dentro del mundo de la psicoterapia psiquedélica, esta vez “underground”, fue Leo Zeff, un psicólogo norteamericano que fue igualmente pionero en el uso de ibogaína como coadyuvante de la psicoterapia si bien esta vez esta práctica era ilegal (o underground) ya que los EE.UU. es uno de los pocos países del mundo en los que la ibogaína está fiscalizada.

Howard Lotsof

Pero la parte interesante de la ibogaína fue cómo se descubrió su potencial antiadictivo: de casualidad, como tantos otros descubrimientos importantes de la historia. Era el año 1962 y un grupo de amigos experimentadores de drogas que quedaban regularmente para consumir sustancias de perfil psiquedélico interesados en explorar su potencial terapéutico, habían quedado, como otras tantas veces, esta vez para probar un fármaco nuevo, la ibogaína. Howard Lotsof, uno de los integrantes de este curioso grupo había conseguido este exótico producto. Cada uno tomó 19 mg/kg. Dentro del grupo había siete heroinómanos, incluyendo a Lotsof. Cuando bajaron los efectos, para sorpresa de todos, ninguno de los 7 heroinómanos del grupo manifestaron tener síndrome de abstinencia. Desde entonces, Lotsof y otros miembros de su grupo se dedicaron en cuerpo y alma a iniciar a otros heroinómanos creándose así lo que hoy día, más de 50 años después, es una red consolidada de ayuda mutua en la que ex-yonkis curados con ibogaína inician a otros yonkis. Oficialmente, esta organización se llama GITA (Global Ibogaine Therapy Alliance). Lo paradójico del caso es que mientras la ibogaína está completamente aceptada como medicina antiadictiva dentro de toda una subcultura médica, la medicina oficial sigue negándose a reconocerla como tal.

Preparación iboga

La ibogaína puede extraerse de la raíz de la corteza de la Tabernanthe iboga, puede sintetizarse en 13 pasos partiendo de la nicotinamida o puede obtenerse por semisíntesis partiendo de la voacangina, otro alcaloide presente en otra planta llamada Voacanga africana. En la muchas clínicas dispersas por el planeta en las que se utiliza ibogaína en el tratamiento de las drogodependencias lo habitual es utilizar ibogaína en forma de clorhidrato que suele tener una pureza, dependiendo de la fuente de la que se consiga, de entre el 95-99,5%. Pero proveedores de tratamiento underground a veces también utilizan lo que se conoce como “extracto de alcaloide total” que suele tener una pureza de entre el 15 y el 40% y también “precursor del alcaloide total”, que tiene una pureza de aproximadamente el 84%.

Las pruebas en investigación animal (ratón, rata y primates no humanos) del potencial antiadictivo de la bogaína son incontestables y han sido replicadas reiteradamente por diferentes grupos de investigación. La ibogaína se muestra eficaz en modelos animales para interrumpir la autoadministración de morfina, cocaína, anfetaminas, alcohol y nicotina. También se han hecho numerosos estudios sobre toxicidad en animales demostrando su aceptable toxicidad en clínica. En humanos, la mayor parte de la investigación que existe proviene de estudios observacionales, pero hay algunos datos de ensayos clínicos bastante contundentes. La escasa investigación en ibogaína se debe a que la investigación se interrumpió tras la muerte de una paciente heroinómana a la que se le administró sin control alguno el fármaco. La FDA y el NIDA habían autorizado y empezado a financiar ensayos clínicos cuando, debido a este hecho, decidieron echarse atrás. Desde entonces, el prejuicio sobre la ibogaína no ha desaparecido, a pesar de la constante acumulación de evidencias anecdóticas provenientes de la subcultura médica de proveedores de ibogaína.

Entre los diferentes estudios publicados sobre la eficacia de la ibogaína, sin duda los más consistentes son los publicados por la eminente fármacologa Deborah Mash, de la Universidad de Miami. La Dra. Mash dirigió durante algunos años una clínica privada en las islas San Kitts, donde trató a numerosos pacientes y caracterizó la farmacocinética en humanos de la ibogaína. En uno de sus estudios, trató a 27 pacientes adictos a la heroína y a la cocaína y en otro estudio diferente a 32 adictos a opiáceos, incluyendo metadona. Los resultados arrojaron una resolución de los síntomas del síndrome de abstinencia y/o craving a las 24 horas tras la administración, y una mejora sostenida en los índices de depresión 1 mes después. Un estudio observacional de 33 adictos a opiáceos encontró una resolución completa de los síntomas de abstinencia y ausencia de craving en 25 casos (76%). Existen algunos otros informes de casos que van en esa misma dirección pero sin duda los datos mas contundentes no están publicados: el número de personas que ha tomado ibogaína se cuadruplicó entre 2001 y 2006 hasta una estimación total de 4300-4900, siendo el 86% de los iniciados para tratarse de un problema de drogadicción. A día de hoy se estima en más de diez mil las personas que han sido tratadas en diferentes clínicas y settings underground en lo que alguien ha llegado a denominar un “vasto experimento incontrolado”.

Ritual con iboga

Se desconoce cuál es el mecanismo de acción por el que la ibogaína ejerce su potencial antiadictivo. Toca muchos sistemas de neurotransmisión diferente: serotoninérgico (por el que induce seguramente sus fectos visionarios), glutamatérgico y colinérgico. También actúa sobre los receptores opiáceos pero en lugar de actuar como agonista cambia el sistema de transducción de señal. También aumenta lo que se conoce como Factor Neurotrófico Derivado de las Células Gliales, un marcador de regenerador neuronal. Pero ninguno de estos mecanismos ha sido capaz de explicar por sí mismo su acción antiadictiva. Sin duda, el día en que dicho mecanismo se descubra, se podrán desvelar las claves fundamentales de los procesos adictivos. La ibogaína no produce liberación de dopamina en los circuitos cerebrales de recompensa, lo que, junto a los efectos secundarios de ataxia y de no siempre experiencias psicológicas placenteras, la convierte en una sustancia de nulo potencial de abuso. De hecho, no existe un solo caso documentado de abuso a la ibogaína. La ibogaína no está fiscalizada internacionalmente pero sí en países concretos como los EE.UU., Francia o Australia. Nueva Zelanda es el único país del mundo que ha autorizado la ibogaína como un fármaco de prescripción.

En conclusión, el problema de las adicciones ya no es tanto el del clásico yonki callejero ni del cocainómano yuppie. Toda una legión de adictos a fármacos de prescripción, principalmente a opiáceos, se consideran enfermos crónicos simplemente porque es mejor considerarlos así que pensar que pueden ser curados de su adicción iatrogénica. Es tiempo pues de retomar la investigación seria y desprejuiciada con ibogaína.

Para más información sobre la ibogaína visita: http://iceers.org/more-about-iboga.php#.UmjhiBYiEVQ

Acerca del autor

Jose Carlos Bouso
José Carlos Bouso es psicólogo clínico y doctor en Farmacología. Es director científico de ICEERS, donde coordina estudios sobre los beneficios potenciales de las plantas psicoactivas, principalmente el cannabis, la ayahuasca y la ibogaína.

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