Los Países Bajos son emblema de una cultura forjada en torno al cannabis; y los coffeeshop su estandarte de presentación. Muchos toman prestada esta tradición y hacen de los “coffees” una malversada máquina de hacer dinero. Otros muchos izan su bandera deapasionada lucha contra el envilecimiento de su tesoro más preciado: la marihuana.
En el mostrador de compra-venta, separado de la “cafetería” como manda la ley, se observa una oferta impresionante de hierba y hachís. Además, exhibidos en la pared cual preciada obra de arte en cubierta plástica, cuelgan canutos ya preparados de marihuana y potente “skunk weed”, liados con exquisita habilidad, filtro niquelado y elegante presentación.
Siempre abarrotado por una mescolanza intergeneracional, multicultural y lingüística abismal, Cremers es el punto de encuentro de jóvenes holandeses, Erasmus, visitas de los Erasmus, activistas, hippies de los 60, cuadrillas de rastas o ejecutivos/as. La sala de abajo, reservada para espectáculos, monólogos, obras de teatro, conciertos o jamm sessions atrae a la ‘clase cultureta’ y el mundo del artisteo hayense.
Una cuarentona ángel de Charlie por camarera, que cautiva hasta los más jóvenes; un cincuentón con carisma de businessman que supervisa la satisfacción de los clientes, y una plantilla de jóvenes camareros/as que disfrutan demostrando su catálogo de idiomas con los turistas, son ingredientes de esa pócima mágica. A la amabilidad del staff se suma un acompañamiento musical que parece encajar cual pieza de puzzle en el espacio vacío. En definitiva, un negocio orquestado a la perfección, que fascina al visitante por ofrecer un espacio de ensueño para disfrutar de la compra adquirida en el espacio anexo de venta de cannabis.
Tras unas cuantas cervezas servidas en una “pitcher” o jarra para dispensar entre los comensales y el aturdimiento por la exhalación voluntaria o involuntaria de la sustancia estrella holandesa, el viaje al wc es todo un desafío. Situado en la parte de arriba, la veintena de peldaños parecen desdibujarse y tambalearse. Pero el viaje permite divisar a la vuelta, desde una extraordinaria perspectiva, la nube de humo que invade la sala, las carcajadas por doquier que retumban en el roble macizo de las paredes y constatar con ojillos de felicidad, el ambiente que se respira y se vive en el Cremers.