Cannabis Magazine 213

regular como médico y valorar los lógicos achaques y problemas de salud de un anciano que siempre había defendido que “no le gustaban mucho los médicos”. Desde entonces, y durante casi dos años, casi todos los meses me desplazaba a su casa de Torrelodones. Aunque el tiempo acordado de consulta era de una hora, rara era la ocasión en la que no me quedaba cuatro o cinco más. Durante aquellas imprevisibles y sorprendentes tardes, además de explorar o recetar medicamentos, podía pasar casi cualquier cosa: una merienda delicatessen, una sesión de videos de YouTube sobre cualquier tema denso o intrascendente, una partida de ajedrez o una clase particular y magistral sobre la dialéctica de Hegel (filósofo al que, hasta entonces, tenía particular aversión). Creo que Antonio y yo conectamos desde el primer momento por mi forma de enfocar la práctica médica. En mi opinión, el papel de los médicos debe ser explicar al paciente de forma comprensible las diferentes opciones que existen ante una situación, con sus ventajas e inconvenientes, y consensuar entre ambos el mejor camino a seguir. No creo en imposiciones ni órdenes médicas. Aun así, nuestra relación profesional fue particularmente complicada. Cualquier intervención, incluso las más nimias (como tomar la tensión o auscultar) se precedía de una larga serie de explicaciones ante sus interminables preguntas sobre los objetivos y su sentido. Y con “complicada” no quiero decir “desagradable”. En ocasiones, sacaba su ácido e irónico sentido del humor en el momento menos adecuado. Por ejemplo, en una ocasión me costó más de una hora convencerle de la necesidad de hacer un tacto rectal para valorar la posible existencia de nódulos o lesiones tumorales. Cuando accedió y, mientras realizaba la exploración, gruñó algo así como “quién me iba a decir a mí que a los setenta y ocho años iba a ser la primera vez que me metían un dedo por el culo, y encima me lo iba a hacer un invertido”, lo que acabó con carcajadas de ambos. Y tampoco idealicemos las cosas: en más de una ocasión me llevé un exabrupto o contestación grosera e inadecuada, a lo que yo respondía como en Sálvame: amenazando con abandonar el plató, pero solo como parte de un guion establecido. Los que nos dedicamos a este oficio sabemos que no conviene ser el médico de uno mismo, ni de familiares o amigos. Aunque en la práctica esto muchas veces no es posible, conviene mantener una mínima distancia para que los elementos subjetivos y afectivos no alteren la capacidad de ver las cosas de forma fría y objetiva. También es conveniente separar los ámbitos profesional y personal y no confundir la obligación de tratar a los pacientes de forma cercana o empática con hacerse su amigo. En el caso que nos ocupa, el protagonista se saltó todas las barreras, como en esas escenas de los toros en San Fermín. La muerte era uno de los temas que abordábamos con total naturalidad. Antonio no temía particularmente a la muerte, pero sí había aspectos que le preocupaban de forma recurrente y obsesiva: el sufrimiento físico innecesario, la medicalización del proceso natural de morir o la Salud verde 86 Caja de ampollas de psilocibina comercializadas por Sandox. “Del Dr. Hofman al Dr. X” “ “ LA BÚSQUEDA DE UN EUTANÁSICO ERA UNA DE SUS OBSESIONES

RkJQdWJsaXNoZXIy NTU4MzA1