Cannabis Magazine 221

Rita, encolerizada, se dirigió hacia Bob y Jack y preguntó a este último qué es lo que había pasado. Bob contesto por él, pidiéndole a ella que se tranquilizara y –rogándole la indulgencia para Jack, la que él no le concediera unas horas antes– le conto a Rita lo que había ocurrido. Resulta que una patrulla de la policía antivicio les había estado controlando desde su llegada a la ciudad y, por tanto, conocían la identidad de la mula. A Jack le pararon en un cruce de la 57. No lo detuvieron. Simplemente querían saber dónde había comprado la hierbaenNueva York y lo dejaríanmarchar. Él simplemente los llevó hasta Armondo´s y, mientras dos agentes entraban en el restaurante, Jack se quedó en el asiento de atrás del coche patrulla con otro policía. Al rato, los polis salieron del local con una actitud más que amistosa acompañados de un tipo grandote. Sonriendo y dándole la mano, abrieron la puerta del coche y dejaron que Jack se fuera. Cuando se alejaba, vio cómo le entregaban la bolsa de hierbaal tipo alto. Debía de ser un pez gordo o tenerlos en nómina. Pero el bueno de Jack había conseguido otros mil pavos de maríaen otra dirección que consiguió en la calle. No era tan buena, pero, al fin y al cabo, todo había salido bastante bien o, por lo menos, no se había detenido a nadie. La cara de Rita se encolerizó aún más. Sacó de su bolso la bolsa (valga la rebuznancia…) y se la dio a Bob a oler. Él, experto en estas lides, reconoció enseguida la calidad de la misma sin acertar a comprender qué había ocurrido. Cuando Rita se lo explicó, quedó bien claro que habían pagado el doble por lo mismo. El cabreo se generalizó rápidamente entre toda la banda. No es que mil dólares significaran mucho para ellos en aquellos momentos, pero sí les indignaba que un lechuguinoles hubiera apaleado. Las crónicas de la época hablan de uno de los conciertos más intensos y de mayor interconexión con el público de los celebrados hasta la fecha por Bob Marley and The Wailers, pero lo cierto es que detrás de todo aquel buen rollo existía un cabreo monumental. Acabó el concierto, entre aplausos, pero no realizaron ningún bis; continuando con un plan que habían diseñado, se subieron todos en tres taxis y se dirigieron a la dirección que el otro Bob le había dado a Rita. Cuando la comitiva violenta de rastafaris paró en un semáforo de la Quinta Avenida, Rita y Jack miraron estupefactos un cartel gigante que colgaba de la pared de un edificio: ahí estaba el lechuguino de Bob, dibujado pero reconocible, con una escopeta recortada en una mano y una pistola en la otra. En el cartel se podía leer: Robert Mitchum; en la parte inferior, lo que debía de ser el título de la película: Yakuza. Llegaron a un lujoso edificio de apartamentos donde Mitchun les había citado, subieron todos en un único e inmenso ascensor que los transportó directamente a un ático. El lugar en sí no era gran cosa: era más pequeño que el palacio de Buckingham y tenía menos invitados que la boda de los Kennedy. Los chicos se acomplejaron un poco, pero entre vestidos de noche y trajes con corbata Rita distinguió al enemigo apenas un par de mesas al fondo, al lado del mueble bar. Así, parapetada por sus secuaces se dirigió hacia el felón. 114 Aquellos tiempos “ “ “ME GUSTA CULTIVAR MIS PROPIAS PLANTAS, MIMARLAS Y VENDERLAS A QUIEN SEPA APRECIARLAS, PERO TAMPOCO VOY A DEJARTE SALIR DE AQUÍ CON MIL PAVOS DE MI MARÍA A CAMBIO DE UN CHEQUE DE UN MÚSICO CALLEJERO”

RkJQdWJsaXNoZXIy NTU4MzA1