Cannabis Magazine 224

Sus primos, como era de esperar, no se tomaron demasiado bien esta petición. Desde que Raquel llegó a Laxe notó enseguida las miradas condescendientes que analizaban su aspecto, su roída maleta, su abrigo de mercadillo y sus zapatos gastados a pesar de que la estuvieron adulando y halagando en todomomento, pero eranmuymalos actores. Después de pedirles un día para estudiar la venta, estas miradas se tornaron despreciativas y desafiantes, le entregaron de mala gana las llaves de la casa y le dijeron que volverían al día siguiente en busca de una respuesta. Advirtiéndole de paso, que se lo pensara bien. No harían otra propuesta. Era eso o nada. Cuando sus primos se alejaban colina abajo, Raquel vio que algo se movía entre las hortensias situadas al lado de la puerta; y de repente, ahí estaba: un grande, larguirucho y negro perro mestizo que la miraba con desconfianza mientras gruñía. Raquel gritó con todas sus fuerzas y llamó la atención de uno de sus primos, que se acercó corriendo en su auxilio y le dio una patada al perro. El pobre chucho se alejó llorando mientras su primo le informó que había sido de la abuela y era casi tan viejo como ella. Curiosamente, desde que Gloria enfermó, el perro no se había movido de los alrededores y, de algún modo, seguía esperando por ella… aun sabiendo que no volvería. Su primo se despidió sugiriéndole que entrara en la casa sin preocuparse por el chucho. Ya se encargarían ellos de llevarlo a la perrera al día siguiente o lo antes posible. Hizo verdadero hincapié en que lo más importante era su descanso y que se decidiera a vender cuanto antes, por el bien de todos. Raquel entró sola en la casa, recorrió un lúgubre y oscuro pasillo hasta llegar a la cocina. Miró por la ventana y observó que, mientras su primo se alejaba, el perro volvía a acercarse sigilosamente hacia la puerta de la casa. En ese momento, se dio cuenta que estaba atrapada. No podía salir si el perro no la dejaba. Raquel sintió angustia y miedo e hizo lo que solía hacer en estos casos: lo primero, dos comprimidos de Trankimazin de cero con cinco miligramos y, lo segundo, buscar por la casa algo de alcohol para “bajarlo bien”. Revisó las alacenas carcomidas e incluso cada uno de los cajones de la vetusta cocina, pero solo encontró una botella de vino, avinagrado por el tiempo, como todo. Necesitaba beber algo a toda costa, así que pensó en el local de abajo. Al fin y al cabo, había sido un bar durante años, qué mejor lugar dónde encontrar algo de bebida. Inspeccionó la casa en busca de alguna escalera interior que comunicara las dos plantas y la encontró en lo que parecía ser la habitación de su abuela. Bajó las escaleras y entró en el bar. Se dirigió con rapidez a la barra y comenzó a beber de todas las botellas que fue encontrando a su paso (pacharán, anís, coñac… ), colocadas sugerentemente en una estantería iluminada por la farola de la calle. Cuando hubo calmado su sed y el alcohol estuvo convenientemente mezclado con el Trankimazin, se empezó a liar un porromientras miraba con detenimiento el bar. Estaba bastante limpio para llevar más de treinta años cerrado, por lo que dedujo que su abuela había seguido limpiándolo regularmente. 111 “ “ EMPEZÓ A IMAGINARSE CÓMO HABRÍAN SIDO LOS BUENOS TIEMPOS DEL AQUEL BAR, CUÁNTAS BORRACHERAS, PARTIDAS DE CARTAS O DISCUSIONES SE HABRÍAN TENIDO EN ÉL, CUÁNTA GENTE HABRÍA REÍDO, BAILADO, REÑIDO...

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