Cannabis Magazine 231

lóbulo frontal y a experimentar con todo lo que durante mucho tiempo nos habían prohibido y fuimos muchos los adolescentes que empezamos a creer en nuestra imaginación como algo bueno. Además de emplearla para lo evidente (hacernos pajas) recurrimos a ella para crear y creer en otros mundos: la música, el cine, los cómics, la literatura… todo tenía ahora otro código, otro perfil y por fin podíamos utilizar el presunto potencial censurado en ejercer de anfitriones sin cortapisas de nuestro propio cerebro, alma y corazón. Al principio solo éramos receptores, pero la semilla de la imaginación crecía demasiado rápido como para ignorar su existencia, y latía y susurraba al mismo tiempo diciéndonos: “crea tu propio mundo”. Evidentemente, esta necesidad creativa no se daba en todos nosotros, ni con la misma intensidad ni de la misma manera. Los más atrevidos e intensos hicieron pronto caso a “la llamada” dedicándose casi obsesivamente a la creación de su mundo, bien a través de dibujos, música, fotografía, poemas… Los siguientes en el escalafón eran los que le daban a todo un poco, adolescentes con inquietudes, pero que no querían comprometer al cien por cien su tiempo en una sola cosa. Y en la cola estábamos los más pusilánimes que, aun habiendo sentido la llamada de la Luna para irnos a vivir a ella, estábamos más preocupados en imaginar, rozar y tocar las carnes de nuestras musas terráqueas. Entre la primavera y el verano de 1985, sucedieron una serie de acontecimientos que me zarandearon y llevaron a conocer mi primer nuevo mundo. Cuando os hablé de que en esta época los adultos nos dejaron a los adolescentes crecer libres y libertinos mientras ellos se adaptaban a los nuevos tiempos, no me refería a mi madre. Esther, que era el nombre de pila de mamá, no confiaba demasiado en toda esta apertura, y a medida que iba viendo mis evidentes cambios de mentalidad, ropa, modales y actitud pasota (como se decía de aquellas), más le escamada la permisividad reinante del momento. Un día, en un error de libro, le di unos pantalones para lavar que tenían una china en un bolsillo. ¡Droga! Primer disgusto, primer aviso, primer enfado y llantos. Otro día, llegué a casa borracho y ciego como un piojo y vomité en el ascensor encima de los zapatos de mi vecino, ilustre abogado que no se tomó demasiado bien la expulsión brusca de mi contenido gástrico debido a la relajación del cardias, a las contracciones del estómago, píloro, diafragma y prensa abdominal y al vaivén de un ascensor del pleistoceno. Evidentemente, llamó al timbre de casa y, el muy traidor, se chivó. De nada me sirvió invocar a la relación secreta abogado/cliente que tantas veces había visto en las películas. Segundo disgusto, segundo aviso, segundo enfado y llantos. 113 “ “EL HACHÍS LLEGÓ A NUESTRAS VIDAS COMO ALGO ADICTIVO, DELICTIVO Y “REBELDE” “ “UN DÍA, EN UN ERROR DE LIBRO, LE DI UNOS PANTALONES PARA LAVAR QUE TENÍAN UNA CHINA EN UN BOLSILLO

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