Cannabis Magazine 234

119 Renacimiento (Rafael Sanzio, por ejemplo), tampoco acababa de casar con su época. Hasta que con cuarenta y cuatro años, empezó a recoger el fruto de su esfuerzo con el reconocimiento público del Salón de 1824, también la crítica lo había malmirado pues, como comenta Calvo Serraller, llegaron incluso a afirmar sobre él que parecía “un chino extraviado por las ruinas de Atenas”, precisamente porque su interpretación del clasicismo antiguo se veía “de forma excéntrica, distinta y exótica”3. Ya sabemos que las leyendas, más blancas o más negras, que se generan en torno a grandes personalidades, se apoyan en exagerados o caprichosos argumentos, pero es importante aclarar que Dominique Ingres no era puramente clasicista para los acérrimos académicos y tampoco era novedoso para los vanguardistas, quedando en un limbo que, por qué no decirlo, lo hace aún más interesante. No fue, no obstante, ignorado por la vanguardia ya que, figuras como nuestro aclamado Picasso bebieron de él en reiteradas ocasiones. En relación a La gran odalisca, y otras obras de Ingres, como la popular Bañista de Valpinçon(1818) o El baño turco(1862), Francisco Calvo Serraller nos explica la importancia de la línea y el dibujo en la pintura de Ingres y comenta el interés de algunos pintores de la vanguardia por su obra: “Todas ellas son algo más que una serie de sensuales y refinadísimos desnudos, ya que se trata de arabescos lineales de una complejidad sorprendente donde un desnudo femenino, con cada una de sus partes orientándose en dirección contrapuesta […] aparece milagrosamente inscrito en el mismo plano. Este asombroso concierto de líneas que se bastan y se sobran por sí mismas para crear la más completa y sensual sensación de realidad fue precisamente lo que admiró a los vanguardistas posteriores desde Degas hasta Picasso, que no dejó de volver sobre él en las diferentes etapas de su vida” (Francisco Calvo, 2014). Todas las odaliscas Es común que lo exótico, por desconocido y extraño, nos resulte sensual y nos atraiga, así como es normal que la pintura, en tanto que es expresión del ser humano, lo manifieste. En el siglo XIX, pocas cosas resultaban más exóticas y llamativas que el mundo oriental, los países árabes del norte de África, del área de Oriente medio o del lejano oriente. En especial para los artistas del movimiento romántico, Oriente se convirtió en lugar común y muchos de ellos viajaban a estos países para conocerlos e inspirar su pintura. Al ser la odalisca una concubina en aprendizaje, que se instruía en las artes (música, danza, etc.) y de la que se valoraban sus dotes eróticas y su belleza, se entendía que el pintor usara su figura para representar el desnudo de la mujer, que se mostraba provocativa e incluso exhibicionista. Era inevitable que en estas mentes decimonónicas se estableciera una relación directa entre odalisca y sexualidad salvaje, incontrolada o no civilizada y que tal asociación encendiera la mecha de su inflamable inspiración. Eugène Delacroix, el romántico por antonomasia y cuya obra se ha contrapuesto reiteradamente a la de Ingres, también recurrió a la odalisca, quizás influenciado por su viaje a Marruecos. Si observamos el lienzo de Delacroix, Odalisca reclinada en un diván(1827-28), podemos encontrar a simple vista grandes diferencias con la tela de Ingres: Delacroix basa su pintura en el tratamiento exquisito del color, quitándole importancia al dibujo, y aboceta la composición con una pincelada ligera e indefinida que más que delimitar siluetas, Odalisca reclinada en un diván (1827-28), de Eugène Delacroix (Web Gallery of Art, CCBY-0, Wikipedia) “ “DOMINIQUE INGRES NO ERA PURAMENTE CLASICISTA PARA LOS ACÉRRIMOS ACADÉMICOS Y TAMPOCO ERA NOVEDOSO PARA LOS VANGUARDISTAS

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