Cannabis Magazine 236

111 Tuve una infancia (creo) relativamente feliz, sin grandes traumas, educado y consentido por mis dos progenitores, con mucho amor y algo de “zapatilla”. No era para nada el mejor niño del mundo, pero tampoco el peor. Supongo que estaba en la media. En la adolescencia, la cosa cambió. Yo me negaba sistemáticamente a estudiar y mis encontronazos con mis padres eran constantes así que, antes de cumplir los dieciséis años, ya no vivía habitualmente en su casa y me ganaba mis duros trabajando en un bar. En la década de los noventa del siglo pasado, viví tan intensamente el paso de los veinte a los treinta años que la relación con mi padre se subscribía casi únicamente a vernos y charlar en navidades y un par de fechas anuales más. Nos ignorábamos y, en cierto modo, no nos gustábamos. La cosa continuó así durante al menos otros diez años y varió sustancialmente cuando mi padre se jubiló. Yo ya había entrado en la cuarentena y mi estupidez e ímpetu juvenil se habían ido modulando. Él había pasado ya los setenta y su incomprensión se había transformado con el tiempo en tolerancia. “ “ÉL HABÍA PASADO YA LOS SETENTA Y SU INCOMPRENSIÓN SE HABÍA TRANSFORMADO CON EL TIEMPO EN TOLERANCIA

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