La nueva generación de consumidores no quiere resacas ni dependencias y encuentra en el cannabis líquido una alternativa limpia, precisa y legal
En mi nevera hay una lata de diseño minimalista que no contiene cerveza, ni vino, ni tónica. Es una bebida infusionada con cannabis. No tiene alcohol. No deja resaca. No daña el hígado. La compré en una dispensario, entre la curiosidad y el escepticismo, consciente de que no es un producto más. Es la punta de lanza de una transformación cultural que ha comenzado a socavar los pilares del negocio más consolidado de la intoxicación legal: el alcohol.
Y es ahí donde comienza el verdadero terremoto.
Las cifras hablan por sí solas. En los estados donde el cannabis es legal, las ventas de alcohol han caído hasta un 15% según datos de universidades estadounidenses como Georgia State y Connecticut. En paralelo, las generaciones más jóvenes—especialmente la Z—están abandonando el alcohol como opción habitual de socialización y optando por alternativas más suaves, más predecibles, menos agresivas con el cuerpo y con la mente. Y, cada vez más, esa alternativa se sirve en forma de lata fría y burbujeante con THC.
El miedo está en los pasillos del poder
El miedo ha dejado de ser un susurro para convertirse en grito. Las distribuidoras de cerveza en Texas están apoyando abiertamente leyes anti-cannabis mientras financian campañas políticas que frenan la expansión del sector. El motivo es evidente: no se trata ya de proteger la salud pública, sino de proteger el mercado. De impedir que el consumidor tenga alternativas.
El cannabis, y especialmente en su versión líquida y regulada, no es simplemente una “droga alternativa”. Es un producto que compite de tú a tú con la cerveza artesanal, con el vino de mesa, con los cócteles de autor. Solo que lo hace sin los efectos secundarios asociados al alcohol: sin agresividad, sin deterioro hepático, sin accidentes de tráfico. Y sobre todo, sin la resaca moral o física del día siguiente.
David Nutt, exasesor del Gobierno británico en materia de drogas, publicó hace años un informe demoledor: el alcohol era, de todas las sustancias analizadas, la más dañina para la sociedad. Por encima incluso de la heroína o la cocaína. El cannabis, en cambio, ocupaba los últimos lugares en términos de daño físico, dependencia y peligrosidad.
Un brindis sin culpa
La gran virtud de las bebidas con cannabis no está solo en su seguridad, sino en su precisión. Cada dosis está medida. Cada efecto, previsto. No hay espacio para el “me pasé sin darme cuenta”. No hay embriaguez, sino modulación. No hay descontrol, sino relajación funcional. Es, en palabras del mercado, una experiencia “wellness” para adultos.
Y aquí entra una cuestión clave: el alcohol, hasta ahora, había monopolizado el derecho a la intoxicación socialmente aceptada. Todo lo que no era alcohol era visto como peligroso, subversivo o marginal. Pero ahora que el cannabis entra por la puerta grande del consumo recreativo adulto, el monopolio se tambalea.
Y eso duele. Porque no solo se están perdiendo ventas. Se está perdiendo hegemonía cultural.
¿El fin de una era?
No se trata de un apocalipsis etílico. El alcohol seguirá existiendo. Pero su aura de intocable ha comenzado a desvanecerse. Y la industria lo sabe. Por eso responde como siempre han respondido los monopolios amenazados: con presión política, campañas de desinformación y alianzas con sectores conservadores. Se ha visto en Estados Unidos, pero también se verá en Europa. Porque lo que está en juego no es solo una bebida, sino un modelo de consumo.
Un modelo que asociaba la celebración, el relax o la evasión exclusivamente con la borrachera.
Hoy, millones de consumidores están descubriendo que hay otra manera. Que se puede brindar sin alcohol. Socializar sin perder el control. Desconectar sin destrozar el cuerpo. Y eso, más que una moda, es una revolución.
Una revolución tranquila, sin pancartas, sin líderes carismáticos. Una revolución que entra por el paladar y se queda en el cerebro. Una revolución que se consume a sorbos. Y que quizá, cuando echemos la vista atrás, marque el principio del fin de una hegemonía de siglos.
El futuro ya está en las estanterías. Y no viene con corcho ni etiqueta dorada. Viene en lata. Y con THC.
Acerca del autor
Escritor especializado en cannabis y residente en Miami, combina su pasión por la planta con la vibrante energía de la ciudad, ofreciendo perspectivas únicas y actualizadas en sus artículos.