Hace tiempo que diversos sectores que defienden la prohibición del cannabis vienen afirmando que el cannabis que se cultiva y consume en la actualidad es mucho más potente y peligroso que el que se conocía hace años.
Se habla de “marihuana transgénica” o, como hacen los representantes de Proyecto Hombre que aparecen en el reportaje del pasado sábado en NOTICIAS DE GIPUZKOA, de “cannabis que se está criando (sic) a partir de semillas artificiales en laboratorios” y de que “crea brotes psicóticos inducidos por el consumo”.
Nada de lo anterior es exacto. Ni existe por el momento cannabis transgénico, ni semillas “artificiales” (algo imposible por definición), ni el cannabis “crea” brotes psicóticos. Es cierto que el cannabis puede desencadenar diversos trastornos mentales en personas predispuestas, pero es igualmente cierto que actualmente hay psiquiatras que recomiendan expresamente el cannabis a sus pacientes para tratar otras dolencias psíquicas.
El cannabis tiene una serie de riesgos que nadie pretende negar, pero exagerarlos con el fin de provocar temores injustificados en la población es una estrategia muy poco efectiva a la hora de prevenir riesgos. Según los datos del Gobierno Vasco, casi el 40% de la población de Gipuzkoa ha consumido cannabis en alguna ocasión y unas 60.000 personas lo utilizan esporádicamente, de ellas unas 20.000 a diario. Proyecto Hombre dice que le han llegado 29 personas con problemas psíquicos provocados por drogas, al parecer la mayoría por cannabis, de forma que hablamos de unos 20 casos, el uno por mil de los usuarios de diario. Una cosa es informar de esa realidad que debemos conocer y otra hacer alarmismo a base de afirmaciones poco rigurosas en un contexto en el que las personas usuarias de cannabis seguimos siendo estigmatizadas y perseguidas.
Desde luego, se debería retrasar la edad de inicio en el consumo de cannabis entre los más jóvenes y reducir su incidencia en la aparición de trastornos psicóticos o esquizoides, pero ni el alarmismo ni la represión van a conseguirlo. El actual sistema de control de drogas obstaculiza, cuando no impide, el acceso al cannabis de enfermos que lo necesitan y castiga innecesaria e injustamente con confiscaciones, multas, detenciones y procesos judiciales a miles y miles de personas, mientras se muestra incapaz de poner coto a un mercado ilegal que abastece a los adolescentes sin ningún escrúpulo.
Estamos en una situación kafkiana: la Hacienda de Gipuzkoa lleva tiempo recaudando en concepto de IVA por la dispensación de cannabis que llevan a cabo diversas asociaciones cuyas actividades han sido consideradas legales por los tribunales, cargando nada menos que el 18% a pacientes derivados en muchos casos por médicos de Osakidetza, mientras las personas que les abastecen (las mismas que presentan las declaraciones de IVA), ante la falta de regulación legal clara, corren el riesgo de ser detenidas por la Ertzaintza o cualquier otro cuerpo policial.
El uso de cannabis es una realidad asentada en nuestra sociedad, para bien y para mal. Insistir en exagerar falazmente su lado negativo, basándose en los problemas psíquicos que sufre una pequeña minoría, mientras se obvian o incluso se justifican los problemas legales, sanitarios, familiares o laborales que tenemos la gran mayoría a causa de la absurda prohibición de algo tan inofensivo como el cáñamo, no ayuda en absoluto al necesario debate social. Cada vez se hace más necesaria una regulación razonable que garantice los derechos de las personas usuarias, acabe con la inseguridad jurídica en el cultivo, garantice el acceso a quien desee utilizar cannabis por razones médicas, y dificulte el acceso de los adolescentes. Ya va siendo hora de superar la etapa infantil de los cuentos de miedo para entrar en la fase adulta del debate social sin tapujos.