Por Fernando Caudevilla Gálligo. Médico de Familia.
Son las nueve de la mañana de un martes cualquiera de febrero y Rigoberto, estudiante de tercero de Ciencias Exactas y porrerillo ocasional, tiene que ir a la Universidad. Hoy está bastante nervioso, toca examen final de una de las asignaturas más difíciles de la carrera y además ha salido tarde de casa… Desde la otra acera observa cómo se acerca el autobús a toda velocidad… Si lo deja pasar es probable que llegue tarde, pero la parada está lejos… Al final decide pegarse una buena carrera…¡¡Uf!! Lo ha pillado por los pelos. Rigoberto es más bien gordito y está poco acostumbrado al ejercicio físico, así que cuando sube al autobús está sudoroso, con taquicardia y la respiración algo agitada… Ya dentro del vehículo y en el preciso instante en el que va a sacar dinero para el billete, una sensación extraña le golpea en la cabeza…vacío, mareo, aturdimiento… no puede medir bien las distancias…los pensamientos se fragmentan en su cabeza…los colores y los sonidos adquieren una textura diferente pero a la vez familiar…una energía inquietante le recorre toda la piel…
El caso aquí descrito constituye un ejemplo de lo que se conoce como “intoxicación endógena por cannabis”. Los cannabinoides, principios activos del hachís y la marihuana, se depositan con facilidad en los tejidos grasos del cuerpo, donde pueden permanecer mucho tiempo después de haber fumado. Ante un esfuerzo brusco, sobre todo en personas con mucha grasa, los cannabinoides depositados durante semanas pueden liberarse de forma brusca produciendo efectos psicoactivos intensos. Así le ha sucedido a nuestro amigo Rigoberto, a quien su vicio de fumar porros le traerá como consecuencia que el examen de hoy le salga fatal…
La intoxicación endógena por cannabis constituye uno de los muchos peligros de esta sustancia y así se expone en muchos de los cursos de formación sobre drogas. A los profesionales sanitarios se les explica este curioso fenómeno que, de forma típica y sorprendente, suele aparecer “cuando uno corre para coger el autobús” (y no, por ejemplo, en el gimnasio o cuando uno viene cargado de la compra). Sólo falla un pequeño detalle. Y es que en toda la bibliografía científica sobre el cannabis no es posible encontrar ni una sola referencia, investigación, ensayo clínico o estudio de farmacología que sustente la existencia de este curioso síndrome. Tampoco hay menor rastro de este problema en las referencias históricas del cannabis (que tienen la friolera de ocho mil años de antigüedad) ni en encuestas realizadas a personas que utilizan esta droga. Es cierto que, en usuarios habituales de cannabis, se pueden detectar restos en orina durante varias semanas. Pero eso no quiere decir que los efectos de la sustancia puedan aparecer de forma brusca e inesperada durante ese periodo de tiempo, y más concretamente al utilizar el transporte público. Así que, ante la falta de pruebas al respecto, la intoxicación endógena por cannabis debe considerarse desde un punto científico como uno de los mitos recurrentes que asocia drogas y salud mental. A partir de algunos datos ciertos (como es el tiempo de detección del cannabis en la orina, o los efectos sobre la memoria en consumidores intensivos) se elabora una leyenda urbana como la del programa de TV, el cantante, la adolescente, el perro y la mermelada…solo que en esta ocasión son los profesionales sanitarios los encargados de divulgarla.
La medicina ha proporcionado evidentes avances en el manejo de enfermedades como el cáncer, las infecciones o la diabetes. Esto es debido al uso riguroso del método científico a la hora de diagnosticar enfermedades o utilizar tratamientos. En los aspectos referentes a drogas ilegales, sin embargo, la función de la medicina y la psiquiatría no es proporcionar las mejores evidencias científicas posibles sino aterrorizar al personal con las terribles consecuencias que puede tener cualquier consumo en cualquier circunstancia. La evidencia científica y el sentido común se sustituyen por un discurso del nivel intelectual de programa de tertuliano de programa de telebasura. Los efectos de las drogas sobre la salud mental (psicosis, esquizofrenia, depresión, alucinaciones…) son uno de los temas recurrentes como se muestra en el ejemplo de la intoxicación endógena por cannabis. Sin ninguna duda, el uso inadecuado de determinadas sustancias, sobre todo en personas predispuestas, puede tener consecuencias negativas sobre su salud mental o física. Pero en lugar de explicar los efectos y los riesgos en su justa medida, los profesionales antidroga prefieren exagerar los aspectos negativos, presentar lo anecdótico como si fuera habitual y lanzar mensajes alarmistas y apocalípticos.
Otro ejemplo recurrente lo tenemos en los “flashbacks” asociados al consumo de alucinógenos. Un “flashback” consiste en la reexperimentación involuntaria de los efectos psicodélicos de un alucinógeno días, semanas o meses después de haberlo consumido. Los flashbacks no se asocian específicamente al hecho de coger un autobús, sino que pueden aparecer mientras se prepara una paella, se realiza la declaración de la renta o dentro de la peluquería, por ejemplo. Un individuo está tranquilamente haciendo la compra en el supermercado del barrio y, mientras decide entre leche de vaca desnatada rica en omega tres, semidesnatada de cabra con calcio o entera con isoflavonas…¡zas!…le sube el tripi que se tomó hace seis meses y es arrastrado a un intenso viaje psicodélico que le obliga a refugiarse debajo de la estantería mientras las cabras balan, las vacas mugen y las isoflavonas y la vitamina D le atacan…
Los profesionales antidroga hablan de “flashbacks” como uno de los peligros fundamentales de los alucinógenos. La música, la literatura y sobre todo el cine han utilizado también con frecuencia la idea del “flashback”, en relación con sustancias alucinógenas (en películas de David Lynch o Stanley Kubrick, por ejemplo) o como simple recurso estilístico. Este problema está reconocido en psiquiatría y se conoce con el nombre técnico de Trastorno Perceptivo Post Alucinógeno (TPPA). Al contrario de lo que sucedía con la intoxicación endógena por cannabis, la existencia del TPPA es un hecho real e indiscutible. En las personas que lo sufren, el TTPA puede presentarse durante años, lo que llega a afectar su calidad de vida de forma importante. Ahora bien, la frecuencia con la que aparece este trastorno (teniendo en cuenta los millones de dosis de alucinógenos consumidas en el mundo en los últimos cincuenta años) es ridícula. En 2003, los doctores Halpern y Pope publicaron en la revista Drug and Alcohol Dependence su estudio “ Hallucinogen Persisting Perception Disorder: what do we know after 50 years?” en el que revisaban de forma minuciosa todos los artículos científicos publicados desde los años 40 al respecto. En palabras de los autores el trastorno es “real pero extraordinariamente infrecuente”: algo así como considerar a las aceitunas peligrosas para la salud por la posibilidad de morir ahogado tras atragantarse con una.
Así, independientemente del fundamento o la base científica existente, los problemas en relación con la salud mental son uno de los riesgos favoritos a la hora de hablar de drogas. La enfermedad mental es un tabú potente que genera miedo, lo que justifica su uso como “herramienta preventiva” al hablar de drogas. Pero ¿cómo se producen las enfermedades mentales? La mayoría de los modelos de la psiquiatría moderna consideran que para que aparezca un trastorno tienen que concurrir distintos factores (sociales, familiares, psicológicos,educativos…) sobre personas que tienen una determinada vulnerabilidad. Vamos, que no es enfermo psiquiátrico quien quiere, sino quien puede. La enfermedad no es la consecuencia inmediata de un hecho o factor, sino la suma de muchas distintas circunstancias.
Por eso no tiene mucho sentido considerar las drogas (ilegales) como una versión postmoderna del Fruto Prohibido del Paraíso, tan apetecible como devastador en sus consecuencias para aquel que ose probarlo…así sucede cuando se presenta el caso de ese chico tan normal, tan buen estudiante y tan majo que se volvió loco para siempre después de tomarse una pastilla en una fiesta (o fumar un porro, o probar la LSD o la cocaína…). Los medios de comunicación, que, en lo que a drogas se refiere tienen una credibilidad similar a Rappel o Aramís Fuster, ilustran este ejemplo con titulares como “el cannabis multiplica las posibilidades de desarrollar esquizofrenia” o “el psiquiátrico de Chinchilla de Abajo, desbordado por ingresos relacionados con éxtasis”. Por norma general, estos titulares suelen referirse a estudios científicos de dudosa calidad metodológica o en los que se ha torturado y retorcido a las estadísticas hasta obligarles a confesar los resultados que el investigador deseaba obtener.
Uno de los ejemplos más claros lo tenemos en un estudio que relaciona cannabis y esquizofrenia, publicado en 2002 en el British Medical Journal (Self reported cannabis use as a risk factor for schizophrenia in Swedish conscripts of 1969: historical cohort study. Zammit et al.). Los autores del estudio llegan a la conclusión de que el riesgo de desarrollar esquizofrenia es seis veces mayor en personas que fuman cannabis. Para ello comparan porcentajes en lugar de números absolutos, lo que supone una trampa estadística de proporciones colosales. El artículo suele citarse como una de las “pruebas” de la relación entre cannabis y psicosis, aunque, desde un punto de vista de metodología científica no hay por donde cogerlo…
En la realidad, los estudios científicos muestran que las personas que aquellos que desarrollan problemas mentales asociados al consumo de drogas son una minoría y suelen tener una historia familiar de enfermedad psiquiátrica, antecedentes personales de problemas con drogas, así como patrones de consumo destroyer. El concepto de vulnerabilidad es clave para entender la relación entre drogas y enfermedad mental. Clásicamente se han definen una serie de factores de riesgo ( divorcio de los padres, fracaso sentimental, servicio militar…) que pueden desencadenar enfermedades como la esquizofrenia en individuos genéticamente predispuestos. La mayoría de las personas a quienes les deja su pareja o tenían que hacer la mili (cuando existía esa costumbre tan primitiva) no desarrollan problemas mentales, pero sí pueden ser “la gota que llene el vaso” en algunos individuos vulnerables. De la misma forma, el consumo de determinadas sustancias en personas concretas puede ser un factor estresante que desemboque en un trastorno mental. Pero ese riesgo excepcional no puede extrapolarse a toda la población general y mucho menos usarse como herramienta para generar miedo.
En “Torrente, el brazo tonto de la Ley”, el personaje que encarna Santiago Segura afirmaba “las drogas no son malas, porque no te muerden, ni te atacan, ni te saltan a los huevecillos…”. Efectivamente: las drogas pueden más o menos peligrosas dependiendo de factores como el tipo de sustancia, la dosis utilizada, la persona que la toma y el contexto en que lo hace… La estrategia del miedo como herramienta para prevenir el consumo de drogas (lo que técnicamente se conoce como el eufemismo de “elevar la percepción del riesgo”) ha dado resultados nefastos, y para darse cuenta de ello sólo hay que mirar las estadísticas de consumo de cualquier droga ilegal.
Además, como en el cuento de Pedro y el Lobo, este enfoque alarmista impide a los consumidores distinguir entre riesgos reales de aquellos que no lo son. Meter miedo al personal con supuestos riesgos como la intoxicación endógena por cannabis o los “flashbacks” por psicodélicos hace que los usuarios no perciban otros riesgos reales, como los problemas de memoria en consumidores intensivos de cannabis o las posibles consecuencias de un uso de alucinógenos en un entorno físicamente peligroso o poco adecuado. A veces, llega el lobo de verdad y nadie hará caso a Pedro…
Fernando Caudevilla (DoctorX)
Médico de Familia y experto universitario en drogodependencias. Compagina su actividad asistencial como Médico de Familia en el Servicio Público de Salud con distintas actividades de investigación, divulgación, formación y atención directa a pacientes en campos como el chemsex, nuevas drogas, criptomercados y cannabis terapéutico, entre otros.